Casi siempre mis libros tienen un comienzo casual y me revelan una razón profunda, íntima. Es como si necesitaran una causa extrema para surgir a la superficie. "Danubio", por ejemplo, se me ocurrió en 1982, en la frontera eslovaca, donde estaba de viaje con mi mujer. Al visitar el Museo Danubiano se me presentó la idea de hacer un libro sobre el río. "Microcosmos" se origina en el verano del '91, cuando "Il Corriere della Sera" nos pidió a algunos escritores artículos de viajes. Mi idea era hacerlo sobre Grado, pero no la ciudad histórica ni el balneario, sino sobre la laguna. Mi mujer me impulsó a emprender una suerte de libro sobre el continente sumergido: la memoria. La estructura estaba dada; un viaje que fuera, al mismo tiempo, un ensayo autobiográfico. Los parecidos entre "Danubio" y "Microcosmos" son evidentes, ambos resultan de una mezcla de reflexión y narración, de cultura e inmediatez.
No. Lo autobiográfico, obviamente, me interesa, pero en la medida en que las cosas que me atañen no son sólo mías. Y en esa medida, me escapo de lo autobiográfico. Un libro de memorias o una autobiografía me limitarían mucho, sería un inconveniente por sus limitaciones formales.
Muchas veces su obra parece deslizarse del ensayo a la ficción.
Sí, con algunos matices. Empecé como ensayista, aunque no monográfico. Pienso en "Il mito Asburgico nella letteratura austriaca moderna" (El mito Habsbúrgico en la moderna literatura austríaca) y en el ensayo sobre Josef Roth, "Lontano da dove" (Lejos de dónde), en el cual Roth era un pretexto para hablar de la literatura judía como literatura de la extrañeza, de la otredad. Después apareció la novela, mucho más tarde.
Y también está el periodismo...
La redacción de artículos es fatigosa para mí. Le dedico mucho tiempo y mucha atención. Aprendo mucho de este tipo de trabajo. La crónica, especialmente, porque lleva la mirada a un hecho pequeño en el cual, de manera imprevista, aparece el mundo.
La gran referencia de su obra es el Imperio Austrohúngaro.
Me interesó Freud en el contexto del Imperio. De sus hallazgos hay uno grandioso que es el mecanismo de las emociones. El resto ya me parece caduco. Está muy marcado por su siglo, por la obsesión sexual de la época. Más que el psicoanálisis, me interesa la figura de Freud, este señor clásico, melancólico y paterno, que estudia el orden patriarcal burgués para descubrir aquello que lo destruye. En el dominio triestino, el psicoanálisis tiene una gran riqueza de aventuras personales. Weiss se tuvo que escapar porque sus clientes se contaban sus historias unos a otros y la sociedad pensó que eran indagaciones de orden inmoral.
¿Qué maestros y tradiciones culturales rescata?
Como tradición en general, la italiana democrática del Resurgimiento, que llega a Mazzini y De Sanctis, y tiene especial relevancia en la cultura triestina. Si se quiere, me identifico con la línea que confluye en el Partido de Acción, de breve historia en la posguerra, que intentó construir una izquierda que conciliara socialismo, liberalismo y democracia. Si se trata de nombres literarios, señalo a Leopardi.
Pero Leopardi es la contrafigura del Resurgimiento...
Sí, pero yo lo leo desde Baudelaire. La crítica no oscurantista, no reaccionaria, al progreso.