No se puede negar que nací hace muchos años... Nada menos que hace casi un siglo, un 20 de agosto, en Senigallia, en la provincia de Ancona. Ahí cursé mis estudios primarios y secundarios. Después fui a Florencia, para hacer mis estudios universitarios. Mi familia estaba integrada por mis abuelos, que vivían todavía, además de mis padres, dos hermanas y un hermano. Vivíamos todos juntos. Mi hermano, que siempre fue un militante político muy activo, llegó a ser diputado socialista. Se llamaba Hugo Guido, y era profesor de historia y filosofía. Tuvo cátedras en diversos lados pero, finalmente, trabajó en Milán, donde estaba vinculado a Filipo Turatti, creador de la revista "Crítica Sociale". Por mi parte, después de doctorarme, fui profesor en varios liceos italianos. Más tarde, en las universidades de Padua, entre 1905 y 1908; de Turín, entre 1910 y 1913; y de Bolonia, desde 1914 hasta 1938, cuando la legislación racista implantada en ese momento me privó de la cátedra y me obligó a exiliarme...
Su familia era judía, ¿verdad?
Si, en efecto, nací en el seno de una familia judía. Nunca fui, sin embargo, practicante ni muy adepto a las normas religiosas, pero mi nacimiento bastó para ser condenado por el nazifascismo. En realidad, mi familia era de origen judío-sefaradita. Pero lo importante es que en mi casa reinaba el calor humano y la comunicación recíproca. Curiosamente, este clima no era privativo del núcleo familiar central, sino que se extendía a los demás parientes, a los amigos. Porque en Italia no existía el antisemitismo masivo. Más bien fue una creación de Hitler que Mussolini adoptó. Mis padres, en alguna medida, eran religiosos, pero sin llegar a ser ortodoxos ni muy estrictos. Más bien eran tradicionalistas y, sobre todo, muy abiertos, muy liberales.
¿Cómo salieron de ese hogar dos hijos preocupados por la política y la filosofía?
Mi hermano fue el primero que, por influjo de amigos, estudios y reflexiones, se convirtió al socialismo. Y con su ejemplo, yo seguí el mismo rumbo, pero no tan activamente. Mi hermano tuvo una actuación política mucho más continuada que la mía. Yo, en cambio, como me dediqué muy intensamente a los estudios, vi que no se podía servir al mismo tiempo a dos amos: a la política y a la filosofía. Me introduje en la filosofía, en la investigación y en la docencia. Y quedé muy absorbido, no sin dejar de participar, por ello, en la actividad política, aunque fuera limitadamente. Pero más como colaborador que como militante pleno. Por ejemplo, participaba en "Crítica Sociale". Por último, me dediqué a estudiar la filosofía materialista, de donde luego salieron varios libros. Varios de estos trabajos circulan ahora en castellano, en inglés, en francés, en diferentes traducciones. Muchos años de mi vida dediqué a estas investigaciones pero el mayor esfuerzo lo volqué siempre en la filosofía antigua. También estudié a algunos filósofos de la Edad Media, del Renacimiento, pero mi gran pasión fue la filosofía de las Antigüedad.
¿Qué lo inclinó por el lado de los filósofos antiguos si sus ideas y sus inquietudes estaban íntimamente ligados a los problemas de la actualidad?
Fue en parte por una razón práctica: una editorial me pidió que preparara un libro sobre el pensamiento antiguo, me dediqué a esto. Luego, otra editorial me invitó a dirigir una puesta al día de la gran obra de Eduard Zeller sobre la filosofía de los griegos. Esta edición italiana actualizada, que empecé en 1932, la continué en Italia durante varios años. Cuando emigré, la publicación quedó suspendida pero, al caer el fascismo, se retomó la edición con varios colaboradores y aún sigue en publicación. Comprende un total de dieciocho ó diecinueve tomos. Tres de ellos me pertenecen; los restantes los coordiné y supervisé.
¿Cómo vivió usted el acceso del fascismo al poder?
Por aquel entonces yo era profesor de la Universidad de Bolonia. El fascismo comenzó a difundirse poco después de terminada la Primera Guerra Mundial. Fue fruto de esa guerra, de las promesas incumplidas y de los sufrimientos que todas las guerras traen consigo. Bueno, todos los gobiernos embaucan; después sobreviene el desastre y la desilusión. En este clima de posguerra sobrevino el fascismo, no solo en Italia sino en gran parte de Europa. Influyó también el surgimiento de la Revolución Rusa, que determinó e impulsó una corriente muy amplia de los que entonces se llamaban maximalistas. O sea, los bolcheviques, que querían un programa no gradual de reformas, no evolutivo, sino un cambio inmediato y radical. Europa no estaba preparada para ello.
Fue cuando se dividió la socialdemocracia, ¿no es así?
Es cierto. En Italia, un sector del Partido Socialista dirigido por Antonio Gramsci y otros se separó para fundar el Partido Comunista Italiano. En otros países sucedió lo mismo. En todos los partidos surgen diversas corrientes que luchan entre sí para dominar y conquistar la dirección. Cuando esta división se produce, comienza a multiplicarse muy fácilmente. Es un fenómeno histórico inevitable. El hecho de que se produzca en todos los países y en todas las épocas demuestra que se trata de un fenómeno espontáneo, sin programa previo y que no se puede detener. A veces, la lucha interior del partido se vuelve más aguda que la lucha contra los partidos opuestos.
Después, el fascismo hizo tabla rasa con todas las diferencias.
Por supuesto. Yo siempre me habia dedicado a la docencia, pero con un gran espíritu de libertad. Mis discípulos sabían perfectamente que yo estaba a favor de la democracia y en contra del fascismo, por más que nunca hice propaganda desde la cátedra. Nunca en la enseñanza me convertí en un politiquero. Los estudiantes, sin embargo, sabían muy bien cuál era mi orientación y mis exigencias de libertad. Algunos alumnos simpatizaban con mis ideales y con mis actitudes. Lo mismo después, cuando debí abandonar la cátedra.
¿Cómo ocurrió que la Argentina se convirtió en su lugar de exilio?
En 1938 perdí mis cátedras y, al año siguiente, abandoné Italia. No podía publicar nada, ni siquiera tenía acceso a las bibliotecas. Debía permanecer recluido en casa. Mis hijos ya se habían doctorado y tampoco podían ejercer. Emigrar se convirtió en una necesidad absoluta. Recordé entonces que en la Argentina vivía un señor que había traducido algunos trabajos míos. Era Marcelino Alberti. Le pregunté en una carta si podía conseguirme un permiso de desembarco, cosa que era muy difícil. Alberti interesó a Alfredo Palacios en mi problema. Al mismo tiempo, el filósofo italiano Giovanni Gentile, que había sido ministro de Mussolini, pero también amigo personal mío desde la época de estudiantes, espontáneamente le escribió a Alberini, que era decano universitario en Buenos Aires. Le pidió que me invitara para dictar un curso. Así sucedió. Con la invitación de Alberini y las gestiones de Palacios, pude conseguir el ingreso a la Argentina para mí y mi familia.
Mondolfo, ¿y Augusta?
Me casé con ella en 1907, Se llamaba Augusta Algranatte, que luego se doctoró en medicina. Cuando vinimos a la Argentina, ella continuó con su actividad científica, sobre todo en tareas de laboratorio. Falleció en 1950, en Tucumán. Pero cuando eso sucedió, no pude soportar la soledad, su ausencia, y me vine a Buenos Aires, donde vivían mis hijos. La amaba mucho. La había conocido desde mi infancia. Su madre era oriunda de Senigallia y amiga de juventud de mis padres. De manera que mis relaciones con Augusta pudieron establecerse a pesar de que ella y su familia vivían en Nápoles. Augusta también venía de un hogar judio. Me casé cuando tenia veintiocho años.
¿Cómo transcurre ahora su vida?
Hasta hace unos pocos años seguí trabajando, publicando, investigando... Pero luego mi vida se deterioró mucho. Debí operarme de una catarata en mi ojo izquierdo. La operación fue inútil porque la retina ya había dejado de funcionar. Ahora tengo únicamente el ojo derecho, pero también prácticamente anulado por una catarata que no deja de progresar. De manera que me encuentro obstaculizado en mi trabajo. No puedo leer sino con muchísima dificultad, y esto me impide realizar mis investigaciones y preparar nuevas obras. Además, no puedo ocultar que a esta edad las fuerzas no son tan vivas como lo eran antes. Por lo tanto, a veces no sé como ocupar mi tiempo. Leo lo poquito que puedo.
¿Qué lee en estos días?
Cosas diversas. Siempre recibo publicaciones, libros, revistas. Ultimamente me enviaron desde España una publicación de filosofía, la revista "Sistema", y ahora me comunican que quieren una colaboración mía. Pero ya no puedo hacer nuevos trabajos. Me considero un tanto jubilado, a mi pesar. Porque para mí el trabajo fue lo que siempre daba sentido a mi vida.
Ahora que puede leer menos, ¿a qué otras actividades se dedica?
A veces escucho la radio. No puedo mirar la televisión porque la vista me lo impide. Pero, además, tampoco oigo bien... De modo que es inútil que me quede mirando sin ver y escuchando sin oír. Eso sí, escucho la radio cuando hay buena música.
¿Buena música?
Ah, sí. Tengo la misma opinión de Wagner, que decía acerca de Beethoven que "él era la música". Además, otros creadores de los años pasados son también de mi gusto. A la música nueva no la comprendo, no me gusta. Tampoco todo el arte nuevo, en pintura, en escultura. Este arte abstracto no me convence.
Su larga vida abarca toda una época en que el mundo se transformó aceleradamente.
Es cierto. En este casi siglo de vida he tenido satisfacciones, pero también muchas amarguras y adversidades. El hecho mismo de tener que exiliarme no fue una experiencia grata.
¿Cómo ve al mundo contemporáneo?
No sé... El momento actual me convierte un tanto en pesimista. De modo que pienso que uno puede esperar que algún día pase esta perturbación presente de los odios y la violencia, de las enemistades sangrientas entre los hombres. Pero esta esperanza a veces sólo es cultivada por uno para el propio consuelo, siempre necesario, ¿no es cierto? No sé si puede aún creerse efectivamente en esa esperanza. Por cierto me entristece mucho el espectáculo del mundo actual. En toda la tierra hay un predominio de la violencia y del odio que no impresiona gratamente. Leo los diarios en lo poco que puedo, porque se publican en caracteres muy pequeños, y mi vista no alcanza para descifrarlos. Aunque uso siempre los anteojos, eso no basta. Solo puedo discernir caracteres grandes y claramente impresos.
Es imposible resistir a la tentación de preguntarle cómo se hace para vivir tanto y tan intensamente.
Para vivir tanto tengo una fórmula muy simple: se vive tanto, siempre y cuando uno no se muera antes.
¿Y su vida diaria, cotidiana?
Me levanto habitualmente alrededor de las siete, a la hora en que empieza a haber agua caliente para bañarme. Después del baño, tomo el desayuno y trato de leer un poco. Salgo un rato. Siempre me gustó mucho caminar largamente. Ahora ya no puedo, debo ayudarme con mi bastón para caminar despacito. Hay que conformarse. Y a las diez, de vuelta a dormir, así todos los días.
Bueno, también éstas son jornadas de trabajo...
No, no me engaño. Antes eran jornadas de trabajo. Ahora ya no puede ser. Me esfuerzo, pero me resulta imposible leer, investigar. Escribo muchas cartas, eso sí, porque con Italia, Estados Unidos y otros países mantengo siempre correspondencia. Tengo la costumbre de contestar siempre a quien me escribe. Esto significa para mí un poco de vida, de seguir vinculado con la humanidad.