El Parlamento de Escritores es una especie de plataforma, de foro para plantear las cuestiones, intercambiar opiniones, buscar puntos comunes. No puedo decirle en estos momentos cuáles son mis sentimientos sobre la cuestión de Sarajevo, lo único que puedo hacer es señalar que debemos ser lo más activos posible. Pero no sé qué puede hacer la literatura por Sarajevo. Habría que preguntarse mejor qué pueden hacer los escritores, en tanto que individuos. La guerra es un asunto de muerte y sangre que exige un compromiso permanente. Pero el compromiso de los escritores puede ser útil sobre todo en el campo de las ideas. Aunque también es posible que haya escritores que tomen un fusil o construyan campos para refugiados, por qué no. Son el tipo de cosas que se hacen en una situación como la guerra.
¿Por qué insiste usted en definirse como afroamericana?
Porque es una expresión que me parece adecuada para definir la cultura negra en la diáspora, aunque tampoco hay que sacralizar las palabras. Lo problemático es que el término americano implica blanco. Hubo una época en que se intentó hacer desaparecer las diferencias de los no blancos en América: se buscó una lengua materna única, se abandonó la cultura de origen para no ser más que una cosa, Americano. Hoy la gente tiene otras reivindicaciones lingüísticas y quiere ejercer un control sobre la forma en que se los va a describir, a calificar.
¿De qué modo la literatura consolida la imagen de la comunidad afroamericana de los Estados Unidos?
La literatura tiene una importancia especial en todas las culturas que han estado durante mucho tiempo dominadas, reprimidas, y en las cuales una de las formas de dominación ha sido precisamente suprimir la lengua, suprimir los rasgos característicos de esas culturas. Después de largos períodos de oscuridad, de silencio, de vacíos que hay que llenar, hoy no queda más remedio que acudir a la propia imaginación para clarificar la visión que tenemos de nosotros mismos, en vez de dejarnos imaginar por otros. Ahora existe un público deseoso de comprar libros de autores negros.
¿El hombre negro ha dejado de ser ya aquel hombre invisible del que hablaba el escritor Ralph Ellison?
Desde luego. Los problemas de raza hoy en los Estados Unidos son muy visibles y a veces llevan a confusión, llevan a decir gente negra cuando en realidad lo que se quiere decir es gente pobre.
¿Cómo le afecta haber pasado de una cierta marginalidad a una celebridad tan rotunda?
La verdad es que siempre es riesgoso aparecer entre las lecturas obligadas. Los estudiantes pueden acabar odiándote y no apreciar tus libros. He tardado en ser una escritora conocida y para mí es muy difícil ser eso que llaman una "escritora estrella". Dejo para otros resolver la cuestión de si realmente lo soy. Lo que yo sé es que quiero disponer del tiempo necesario para seguir siendo profesora y para poder seguir escribiendo libros. Lo verdaderamente importante es que, gracias a este Nobel, la literatura afroamericana o la literatura negra de la diáspora es hoy mejor acogida en el mundo de los investigadores, de la universidad, y es una literatura que ya no se considera de segunda categoría o marginal sino que ha encontrado su propio espacio en la literatura mundial.
¿Asistiremos a un "boom" de la literatura afroamericana como asistimos hace años al "boom" de la literatura latinoamericana?
Bueno, no es tanto una cuestión de venta de libros sino de reconocimiento. Y si algunos escritores como Soyinka, Nadine Gordimer, Derek Walcott o yo misma conseguimos una lengua que ponga en cuestión la exclusión cultural que ha existido hasta ahora, eso demuestra que puede hacerse una literatura afroamericana de calidad. Por otra parte, la literatura latinoamericana fue también un excelente ejemplo de creativo mestizaje cultural. Lo importante no son las ventas. Hay escritores afroamericanos que venden cincuenta veces más que yo. Lo importante es que la literatura afroamericana salga de la marginación y de la diáspora, y entre en el mundo de la investigación, de las universidades y academias, que encuentre su lugar en la literatura mundial.
Algunos autores americanos, como el antillano Edouard Glissant, defienden la necesidad del mestizaje como única respuesta cultural a los peligros del racismo, la xenofobia y el integrismo nacionalista.
Es verdad, pero no se trata de hacer algo nuevo. La mezcla de culturas es un fenómeno que existe desde hace mucho tiempo. En la historia hay muchos momentos que nos muestran ese mismo mestizaje. Por ejemplo, la cultura griega fue una cultura mestiza. El problema surge con la sospecha de que hay intentos de impedir ese mestizaje alentando una única cultura, una única lengua. Hay que ser consciente de que no sólo cada sociedad sino cada individuo es el fruto de una historia de mezclas. Cuando comienza a hablarse de lo ajeno, lo otro, lo extranjero peyorativamente, es cuando comienzan los problemas.
¿Qué autores africanos han influido en usted?
Chinua Achebe, especialmente su lenguaje. Yo creo que en ese terreno los escritores africanos son mucho más libres que yo.
Sin embargo, usted emplea con gran libertad los más diferentes registros de lenguaje en sus novelas.
A mí me interesa todo el abanico lingüístico utilizado por los afroamericanos: la lengua vernácula, la de la Biblia y el inglés común. Me gusta recorrer esa escalera de lenguajes, pasar del "slang" de Harlem a un tono poético. Cambio de registro en mis novelas buscando un inglés que esté más próximo a lo que se habla en la calle, sin renunciar a metáforas muy estudiadas.
¿Su literatura lleva un mensaje a los negros?
No. Tengo algo más importante: intentar llevar la vida de un intelectual como mujer y como negra. Eso es lo que puedo hacer. Y dar todo a través de mi trabajo.
¿Cómo se explica que, ante un esfuerzo de renovación literaria como el suyo, hubiera reticencias en los Estados Unidos al saberse que le habían concedido el Nobel?
El amor universal no existe, así que hay gente a la que le gustan mucho mis libros y otra a la que no le gustan por diferentes razones. ¿Qué sucede cuando es una mujer negra la que gana el Nobel? Yo creo qué el futuro de la literatura en los Estados Unidos depende de las minorías étnicas; es una literatura que ya no volverá a ser la misma. La novela de minorías ha aportado no sólo cambios de lenguaje sino también nuestra propia experiencia vital de represión.
Usted exige del lector una participación activa en sus novelas. La última, "Jazz", tiene algo de "jam session".
Porque he intentado escribir esta novela tomando prestados elementos de la música de jazz: una estructura rígida, artificial y, al mismo tiempo, la improvisación, la invención. La dificultad radica en las síntesis. Otra característica de esa música es la reacción que suscita en el público. Cuando se escucha gospel o spirituals se reacciona de muchas maneras: llevando el ritmo con los pies, gruñendo, gritando. Además, el jazz es una expresión de la cólera, desafía las reglas. El jazz tiene la arrogancia rebelde, la pasión y la furia propias de la juventud. Yo he intentado hacer lo mismo en mis libros. He luchado por mostrar que también en la literatura se puede ser radical. Busco nuevas barreras, nuevas fórmulas. Dejo espacios para que el lector y el narrador puedan compartir una cierta intimidad, para que el papel del lector no se limite al de observador. El lenguaje tiene que ser abierto, para que el lector pueda sumergirse en él. De ahí que esos espacios suelan estar formados más por silencios que por palabras.
¿Es ese compromiso con la realidad el que ha hecho que en sus dos últimas novelas, "Amada" y "Jazz", usted parta precisamente de hechos reales?
En principio la Historia no me interesaba, y menos aún la época de la esclavitud. Lo que me interesaba era los diferentes tipos de amor que pueden experimentarse: la relación entre madre e hija o entre marido y mujer, por ejemplo. En "Amada" busque una situación en la que toda la identidad de la mujer se definía a través de sus hijos. Y el medio más teatral para situar la acción era el período de la esclavitud, cuando la mujer no tenía poder alguno sobre sus hijos ni sobre su destino. "Jazz" es una historia de amor romántico, y en la historia de los negros en los Estados Unidos el período más romántico fue el del jazz de los años '20, que expresaba diferentes formas de amor, en general trágicas. Esa expresión musical iba acompañada de un inmenso sentimiento de alivio en aquellos que habían estado psíquicamente poseídos, esclavizados: querían explorar los placeres, las emociones, las sensaciones de sus cuerpos. En esta novela utilicé una anécdota que contaba un fotógrafo de Harlem: una muchacha, mortalmente herida por su amante celoso, renunció a pedir ayuda para darle a él tiempo de huir. ¿Quién podría resistir la tentación de inspirarse en una historia tan romántica, en el sentido más inocente y bello del término?