Noé Jitrik (1928) comenzó su vida literaria escribiendo poesía, pero casi de inmediato descubrió su pasión por la crítica. En 1954 ingresó a la emblemática revista "Contorno", de la que llegó a formar parte de su comité de dirección. Desde allí participó en la renovación de la crítica que se estaba operando en la Argentina por aquellos años. Publicó decenas de ensayos sobre historia, literatura y teoría literaria, algunos de los cuales forman parte de los clásicos de la crítica en castellano. Sus títulos más salientes son "Leopoldo Lugones. Mito nacional", "Horacio Quiroga. Una obra de experiencia y riesgo", "Procedimiento y mensaje en la novela", "Muerte y resurrección de Facundo", "El fuego de la especie", "La lectura como actividad", "Cuando leer es hacer", "Temas de teoría. El trabajo crítico y la crítica literaria", "Lectura y cultura", "El dominio de la palabra", entre muchísimos otros. También ha incursionado en la ficción con "El año que se nos viene y otros poemas", "Addio a la mamma, Fiesta en casa y otros poemas" y "Comer y comer" (poesía); "Llamar antes de entrar" (relatos); "Fin del ritual", "El callejón" y "La fisura mayor" (narración breve); y "El ojo de Jade", "Limbo", "Citas de un día", "Mares del sur", "El evaluador" y "Long Beach" (novelas). En 1999 emprendió una obra monumental: la dirección de la "Historia crítica de la literatura argentina", a editarse en doce volúmenes. Los antecedentes de una obra de tal magnitud deben rastrearse en las primeras décadas del siglo XX, cuando Ricardo Rojas (1882-1957) escribió su recordada "Historia de la literatura argentina" en cuatro tomos titulados "Los gauchescos" (1917), "Los coloniales" (1918), "Los proscriptos" (1919) y "Los modernos" (1922). Una segunda edición, esta vez en ocho tomos, se reimprimió en Madrid en 1924, y le siguieron otras dos en Buenos Aires: una en 1948 y otra en 1960. El siguiente intento estuvo a cargo de Boris Spivacow (1915-1994), director del Centro Editor de América Latina, quien a partir de 1967 lanzó la colección "Capítulo", una obra colectiva pensada para un lector más masivo, que se publicó en fascículos semanales coleccionables acompañados por ediciones populares de clásicos nacionales y distribuida en quioscos de diarios y revistas con un éxito formidable. Hubo, también, otros intentos valiosos como el de Rafael Arrieta (1889-1968), que publicó en 1959 la "Historia de la literatura argentina" en un tomo único, y la frustrada "Historia social de la literatura argentina" dirigida por David Viñas (1927), que alcanzó a publicar en 1989 "Yrigoyen, entre Borges y Arlt", el primero de la serie de catorce tomos previstos originalmente, pero que no llegaron a editarse debido al cierre de la editorial. En su edición del 8 de agosto de 1999, el diario "Clarín" publicó la siguiente entrevista realizada por el crítico cultural, literario y de artes visuales Daniel Molina (1953), en la que Jitrik habló de la importancia del placer en el trabajo del crítico.
¿Por qué el primer tomo está dedicado a "La irrupción de la crítica", un título con el que ustedes se refieren a la problemática cultural argentina entre los '50 y los '70? ¿Tiene que ver con el hecho de que es una historia escrita por críticos?
En principio, diría que es fortuito porque recién cuando se concedieron las responsabilidades de todos los volúmenes, se supo que era Susana Cella, la directora de este tomo, quien estaba en condiciones inmediatas de empezar el trabajo. Pero también se podría decir que hay, hasta cierto punto, eso que el psicoanálisis llama una resolución inconsciente. Creo que tenés razón cuando observás que el momento crítico de la cultura argentina se impuso enseguida como muy representativo para los críticos que hacíamos este volumen.
¿Es casual que, además, esa época sea el momento en que usted comenzó su trabajo como crítico y escritor?
El tema de la irrupción de la crítica surge de una experiencia personal. Esa irrupción fue una forma de ver cómo vivíamos la cultura nacional después de la caída del peronismo. Hubo un destape que se manifestó en una serie de exigencias recíprocas. Nadie perdonaba nada respecto de sí mismo, respecto de los estilos, respecto de lo que se esperaba de los demás. Eso dio lugar a una eclosión que sólo podemos denominar crítica, en el sentido en que la crítica influye en todo y se manifiesta en los géneros, en las actitudes, en las obras particulares.
Según los títulos de los tomos, pareciera que las distintas épocas son pensadas en torno a problemas específicos más que al desarrollo cronológico...
Exactamente. Por ejemplo, en este primer tomo publicado podemos decir que, si bien ese proceso del que hablo sucede en una determinada época, nosotros no pensamos en el momento temporal. Nosotros pensamos en ese elemento que articuló las cuestiones culturales de ese momento histórico y ese elemento fue la crítica. Los tomos son como capítulos de un gran relato. Los títulos de cada capítulo dan cuenta de lo que tiene de transicional cada uno respecto del anterior y de apertura al que lo sigue. Son momentos en el conjunto de la literatura argentina.
El hecho de que la historia esté organizada en torno a problemas, ¿significa que ya no cree en una historia que abarque todas las cuestiones?
Uno no sabe hasta qué punto la época habla por uno, porque a veces en lo que uno escribe se expresa la época sin que uno se lo haya propuesto o lo sepa. Sin embargo, en este caso hemos tenido la intención de organizar el conjunto de esta obra de acuerdo a una forma de pensar de esta época. Esto no significa que estemos postulando que nuestro tiempo es disoluto o que las grandes categorías han desaparecido, pero lo cierto es que hoy no se puede pretender dar cuenta de todo.
Producir una historia de la literatura es el proyecto de mayor envergadura que puede soñar un crítico. ¿Qué significa en lo personal dirigir este proyecto?
Significa una contradicción esencial. Porque cuando surgió la idea del proyecto yo estaba trabajando -y lo sigo haciendo- en determinar por qué no funcionan más, en el discurso cultural actual, ese tipo de textos que son las historias de la literatura. A pesar de esto, admití este proyecto porque creo que hay una historicidad ineludible en toda gestión humana. Ahí fue que me pareció apasionante ese desafío y cuando empecé a darle forma vi que prendía en la gente que trabaja conmigo, en los investigadores que me rodean. Los colaboradores lo consideraron, desde el principio, un proyecto interesante y ayudaron mucho a enriquecerlo.
El plan de la obra incluye unos doscientos cincuenta colaboradores.
Sí, son muchos. Algunos de ellos son especialistas, pero sería ingenuo pensar que en la Argentina hay doscientos cincuenta especialistas. Si bien los tomos están dirigidos por especialistas, la mayoría de los que colaboran es gente que decidió especializarse a partir de la invitación a participar del proyecto. Viendo los resultados, creo que han salido bien parados de ese desafío.
Habrá tenido que pensar cómo es posible hacer una historia de la literatura que no sea como las que estaba criticando.
Me enfrenté con muchos problemas al intentar hacer una nueva historia de la literatura argentina. Problemas típicos de las historias tradicionales, que son meramente descriptivas y herederas de un pensamiento de causa y efecto, de ese tipo de pensamiento que afirma que tal obra da lugar a tal otra, que tal movimiento conduce a tal otro. Al enfrentar el desafío también aparece el problema de la valoración, un problema que en las historias tradicionales es central porque en ellas se deja afuera la forma en que se construye el valor de una obra, no piensan en eso. Sin embargo, la valoración lleva a discusiones infinitas: por qué Fulano y no Mengano.
A propósito. Hay dos tomos íntegramente dedicados a escritores, uno a Sarmiento y el otro a Macedonio Fernández. ¿Por qué Macedonio y no Borges? ¿Macedonio no es una invención de Borges?
No tomamos a Sarmiento como titán literario o por esa figura de fundador de la literatura argentina. Tanto a Sarmiento como a Macedonio los tomamos como momentos de concentración de significación esenciales, momentos que van a ordenar lo que sigue después de ellos. Nos parece que Sarmiento plantea toda una serie de cuestiones que van a ser retomadas por la literatura argentina del siglo pasado y también de este siglo. Vemos que lo mismo sucede con Macedonio, no así con Borges. No cabe duda que Borges es más grande escritor que Macedonio, pero no abre líneas literarias nuevas como sí hace Macedonio. Justamente, nos ocupamos de ellos sin caer en valoraciones. Para nosotros, Sarmiento y Macedonio son grandes resúmenes, disparadores de problemas, explosiones de significaciones.
Dirigir esta historia es como la coronación de medio siglo de carrera. ¿Cómo se inició en la crítica?
Lo que se puede llamar mi costado crítico se fue construyendo por temor. Yo tenía un fuerte deseo de vivir en literatura, pero no me atrevía a vivirla en tanto productor. Me fui acercando a la literatura a través de lecturas que me pudieran permitirme ir más allá. Mis primeras fantasías literarias son infantiles. Apenas supe escribir, a los seis años, compuse un poema a la maestra de la que me había enamorado. Apenas aprendí a leer me puse a leer novelones, que leía recostado contra una pared soleada en mi pueblo natal. Ya en la adolescencia me atreví a borronear cosas que no servían para nada, pero que eran muy fuertes para mí. Ahí fue que me acerqué a la crítica, que es un sustituto. Sin embargo, en mi historia personal no censuró a las otras vertientes, sino que por el contrario les abrió el camino. No en la poesía que fue algo inicial en mí, pero en la novela empecé tarde. Recién ahora, a los setenta y un años, creo que estoy encontrándole la forma a un proyecto narrativo personal. Desde el punto de vista de la escritura, para mí es lo mismo cualquier texto. No valoro más una forma que otra. Me gustaría que se los leyera como en un "continuum".
Usted pertenece a la primera generación de ensayistas que valoran la escritura crítica como una forma literaria; hasta los '50, la crítica era una forma menor...
En ese momento la crítica empieza a tomar más vuelo, más libertad y más audacia. La aspiración es semejante a la que formuló Sigmund Freud sobre el psicoanálisis: que no sea para un pequeño círculo, sino que sea para todos. Un texto crítico debería ser leído por todos. Un escrito como Roberto Arlt, yo mismo, de Oscar Massota, sale del enclaustramiento universitario, se dirige a un nuevo universo de lectores, muchos de los cuales no están en la universidad. Es en los '60 que comienza esa apertura.
¿Ustedes abordaron esos mismos años desde alguna otra perspectiva?
Sí. En el volumen "La narración gana la partida" analizamos esos mismos años, pero teniendo en cuenta que fue en ese momento cuando la narrativa se convirtió en el género dominante. Recuerdo a Rodolfo Walsh y a Dalmiro Sáenz intercambiándose anécdotas que, según ellos, merecían ser narradas. Todo el mundo estaba escribiendo una novela. La poesía fue un poco relegada, no en su práctica, sino en la valoración. Yo viví eso personalmente y me pareció algo destacable, como si nos hiciéramos cargo, en el interior de la literatura argentina, de una lucha secular. En determinado momento de la historia literaria, la épica era todo. Después la épica perdió la partida y la lírica fue lo más importante, por ejemplo, durante el Siglo de Oro español. La narrativa, que no era importante antes de Cervantes, se fue transformando en el género dominante. Salvando las diferencias, en la Argentina sucedió algo parecido.
¿Hay alguna figura emblemática de ese predominio de la novela?
Manuel Puig. Ese proyecto casi imperialista que resume toda la literatura en la novela es muy visible en Puig. No es que él haya dicho yo quiero que la novela, especialmente la que yo escribo, se imponga. Pero el alcance del proyecto literario demuestra que se lo puede ver así. Sin embargo, ese proceso debe analizarse en un marco más amplio, no remitirlo a un autor, por importante que sea. Hay una gran cantidad de fenómenos, desde el auge de la novela histórica hasta las luchas literarias, pasando por la aparición y desaparición de tendencias, que explican este triunfo de la narración hasta hoy.
¿Son aliados el placer y la crítica?
El placer es esencial. Todavía hay una fuerte tendencia positivista que sostiene que el crítico tendría que mantenerse al margen de lo que lee, convertirse en una especie de máquina de lectura, pero yo no acuerdo para nada con esto. Yo sólo me ocupo de los textos que me suscitan algo. Cuando hablo de placer hablo del propio placer. No hay reglas objetivas del placer. Lo que uno experimenta puede no ser compartido; yo no espero que lo que me da placer a mí se lo deba dar a otro. Además, que tenga que ver con el placer, no significa que la literatura no me remita además a ideas fuertes: puedo pensarla como un viaje a través de la muerte...
Roland Barthes veía en "Sherezade", una metáfora de la literatura: un cuento cada noche a cambio de no morir...
Contar un cuento es una derrota parcial de la muerte. Las derrotas de la muerte siempre son parciales, porque al final ella siempre llega, pero con el relato le arrancamos algo, apenas un día más, pero que merece ser contado. El placer por contar u oír un relato es universal. Incluso, en algún momento me atreví a sostener que el relato es como una categoría del pensamiento, que tiene que ver con una función básica del lenguaje, con la capacidad de contar. Como crítico, estas reflexiones pertenecen a mí última etapa. Ahora estoy tratando de narrar lo que habitualmente es objeto de crítica. Esto lo vio Borges claramente, además lo realizó magistralmente: hizo un cuento con una bibliográfica.
¿Cuáles son los autores contemporáneos que le interesa leer?
Hay varios. Juan José Saer me fascina. En él siempre encuentro algo que me resulta muy estimulante. De todas formas creo que hay una gran diferencia entre los escritores contemporáneos y los que podríamos decir que forman parte del panteón clásico. Los clásicos tienen una acumulación de lecturas que se proyecta sobre su obra y permite que veamos más cosas. Para que los contemporáneos reciban un trato igual falta tiempo. Sin embargo, hay escritores actuales que me fascinan, incluso hasta las lágrimas. José Saramago, por ejemplo. Pero no quiero hacer un panteón de contemporáneos ya consagrados. Son muchos los que leo con placer. Por ejemplo, por citar a uno, leí con mucho agrado la novela "La mujer de Wakefield", de Eduardo Berti. Es un proyecto de una sabiduría tan extraña. Está tan armónicamente resuelto ese sobrenadar sobre la angustia. De ninguna manera soy un escéptico sobre la literatura actual.
Entonces, ¿usted no es de los que cree que la literatura está agonizando?
Yo no entiendo cómo se puede hablar de muerte de la literatura y del libro cuando uno ve que cada día hay más librerías y se venden más libros, incluidos los libros de literatura. Lo que está pasando es difícil de calibrar y sin embargo los agoreros se manejan con generalidades que la simple observación desmiente. La que me parece la peor de todas las generalidades es "los jóvenes no leen". Me parece un cuento perverso. Si alguna vez, la televisión y el cine le quitaron público a la literatura, creo que, en todas partes, la literatura está recuperando el terreno. Nunca los escritores ganaron tanto dinero como en la actualidad. Si bien estos índices no me dicen nada de la calidad, sirven para desmentir esos lugares comunes apocalípticos. Creo que a fines del siglo XX la literatura está tan vigorosa como lo estuvo en los últimos tres milenios.