De mi recuerdo del primer París al que llegué treinta y cinco años atrás, poblado de latinoamericanos entrañables, forzados a vivir en otros países. Ahí vi cómo algunos, que parecían íntegros, grandes y fuertes, se volvían débiles, y cómo otros, de la nada, se volvían personajes de una increíble resistencia. Es el tema de la incoherencia humana, de los seres diversos que llevamos en nosotros. Es el caso del personaje de Fernanda María, la niña bien, educada en Suiza que, confrontada a situaciones muy adversas, empieza a despojarse de lo que le impuso su sociedad para convertirse en un personaje valiente, que va destilando un optimismo casi ingenuo. Un momento revelador es cuando todos sus nombres y apellidos no caben en unos formularios de trabajo y, al despojarse de algunos de ellos, empieza a conocer su verdadera dimensión como persona.
¿Por qué los críticos dicen que "La amigdalitis de Tarzán" tiene una protagonista femenina?
No sé, la verdad es que eso depende del lector. Sí, me propuse el reto de ponerme en el pellejo de una mujer, por cosas que se habían dicho de otros libros míos acerca de que en mi escritura había ciertos rasgos femeninos. Y claro, quería que ella contara la novela a través de las cartas dirigidas a un ser querido, casi siempre distante, en situaciones extremas. Sin embargo, no creo que ese travestismo haya llegado a ser absoluto. Hay un montón de elementos que vienen de mi propia escritura: la ironía, la mirada asombrada del mundo, la candidez del personaje. Un truco de la novela es hacer desaparecer las cartas de él, para que Fernanda María tome todo el protagonismo y Juan Manuel no sea más que un espectador muy comprometido por una lealtad que va convirtiéndose en amistad. Quería contar cómo se puede sacar un lado positivo a estos desencuentros.
¿Cómo hace para crear personajes optimistas un escritor que sufre depresiones?
Conocí ese mal con crudeza a raíz de la publicación exitosa de mi primera novela que me provocó un rechazo de todo lo que acompañaba a la literatura, ese acto solitario y feliz de extrema entrega y goce. Pero creo que el escritor ganó la partida y renació otra vez por pequeñas trampas que me iba tendiendo la persona para volver a salir a la página. Siempre ha sido la depresión la tentación de la autoagresión que tiene mucho que ver con la autoironía. Está ligado también a mi escepticismo frente a las cosas que no he podido abrazar nunca totalmente sino en privado.
Sin embargo, escribir es también un acto público...
Sí, es un poco la escritura misma, ¿no? El goce está en mis personajes que, a través del cuento de su vida, logran recuperar un poco la dignidad que en algún momento perdieron. Son personajes sentimentales, que se enfrentan, se arrojan, son ilusos activos que no bien tienen una ilusión la ponen en movimiento, sin reflexión. Y creo que estos personajes renacen alegremente en la reedición de su pasado. En el caso de esta novela, al final, ellos son felices hasta de lo vivido mal incluso, porque lo vivieron con absoluta entrega.
¿Usted es consciente de lo poco actual que es esa pareja apasionada y fiel?
Navegar contra corriente es una especie de desafío personal. Siempre he apostado por la continuidad: la persona que amé y quise y que me ha amado y querido sigue siendo mi amiga eternamente porque, para mí, separarse no implica olvidar.
Que los protagonistas no corten jamás con sus países de origen ¿tiene que ver con que, mientras escribía el libro, usted estaba preparando su regreso definitivo al Perú después de haber vivido desde los veintipico de años en Europa?
Hay varios personajes en mis últimos libros que están volviendo al Perú. Los he mandado antes para ver qué tal estaba el país. Son mis apoderados. Pero, en realidad, yo ya tenía la decisión tomada cuando empecé a escribir esta novela. Y justamente escribí éste y otro libro de cuentos ("Guía triste de París") antes de volver, por el temor a que, llegado a mi país, el desasosiego me impidiera escribir. Entonces, preferí llevarme los deberes hechos. Fue un cálculo de esto que los mexicanos llaman, increíblemente bien, la volvedera.
¿Sus "apoderados" le informaron bien o mal?
Las dos cosas, pero la vivencia no se puede anticipar. El informe de la cotidianidad es lo que yo no podía improvisar, ni imaginar. Ahora hay una especie de reajuste brutal entre los datos estadísticos y el saber dónde queda la bodega.
Usted debe ser uno de los pocos peruanos que elige pasar del Primer Mundo al Tercero...
Bueno, para una persona muy atenta al lado humano de las cosas, el Primer Mundo ha perdido aspectos del humanismo que aún permanecen en el Tercero.
¿Como cuáles?
El tiempo para los demás, la conversación, el cariño, el cuidar del otro, la intimidad de la familia, de los amigos, la generosidad... Yo sentí al final que Europa y yo ya nos habíamos sacado el jugo mutuamente, y que mi experiencia estaba cumplida y terminada, y que me empezaba a faltar una serie de valores de ese "deporte" humanístico, que en Europa ha desaparecido por completo. Tienes hasta miedo de volverte viejo ahí, cuando lees que llega el verano y al abuelo y al perro los abandonan en la gasolinera. Entonces descubres que finalmente has viajado bastante pero amando bastante tu casa. Te has alejado pero has descubierto, entre otras cosas, hasta qué punto eres de lo tuyo.
¿Cómo es su nueva casa?
Un amigo, empresario exitoso, que me hacía la broma de "Acá tendrás un terreno, siempre" -como diciéndome: "Te vas a morir de hambre en Europa"-, cumplió su promesa. Una noche me dejó en un cerro y me anunció: "Aquí te voy a hacer tu casa". Y empezó a hacerla a mi gusto. Es en una zona nueva de la ciudad que, curiosamente, fue una hacienda de mi tatarabuelo. Este pobre diablo, de ser económicamente agraciado, pasó a la presidencia del Perú y lo hizo tan mal que lo perdió todo, incluida su hacienda.
Con su regreso recorre, nuevamente, el camino inverso al de los escritores del boom latinoamericano, ahora que muchos van hacia Europa...
Bueno, no sé si es eso el resultado de mi irónico carácter... Pero es que he vivido alejado de la idea de que soy un escritor. Hago las cosas porque son viscerales, porque son muy personales y no porque puede convenir a mi producción literaria o a mi futuro como escritor. Yo creo, como Vittorio Gassman en sus memorias, que "tengo mucho porvenir en mi pasado".