Esta novela ha sido para mí como un acto bautismal, una especie de psicoanálisis. La escribí mientras se desarrollaba la guerra del Golfo. Yo estaba en París, pasé allí un mes y medio, y la ciudad estaba desierta por temor a que se produjeran atentados. Había mucha tensión en el aire. Las calles estaban vacías y también los cafés, donde a mí me gusta mucho escribir. No quisiera parecer esnob, pero este libro lo escribí en el café Flore, en el boulevard Saint Germain. Así pues, nació en un lugar neutro: ni en Italia ni en Portugal. Yo sentía entonces mucha nostalgia de mis recuerdos portugueses. Empecé a escribir, y me di cuenta de que el libro nacía en portugués. Al principio pensé que lo iría traduciendo por las noches. Pero enseguida comprendí que era una barbaridad. Si un libro nace en una lengua, debe continuar en esa lengua.
¿A qué atribuye esa necesidad de cambiar de idioma?
Bueno, cuando volví a Italia y el libro ya estaba terminado, traté de buscar una explicación. Leyendo un ensayo de psicoanálisis y lingüística sobre la aloglosia, es decir, sobre los autores que han escrito en una lengua distinta de la suya, encontré una frase que me gusta mucho: "Se puede recordar en una lengua y olvidar en otra". Me di cuenta de que mis recuerdos portugueses existen sólo mientras pienso en portugués. Si pienso en italiano, ya no existen. Y también me di cuenta de que había tenido el valor de frecuentar la otra orilla de mi alma, donde se habla portugués. Había obedecido a mi esquizofrenia.
Usted siempre ha declarado su admiración por Joseph Conrad un escritor que también cambió de lengua.
Bueno, ha habido muchos escritores en Europa que han escrito en una lengua que no era la materna. Podría empezar por el mismo Pessoa, que escribió en inglés. Y luego estaría Conrad, que escribía también en inglés y era polaco, o Beckett, aunque él frecuentaba las dos orillas, porque cuando escribía en francés se traducía al inglés, y viceversa. En mi caso, yo no tuve el valor de traducirme. Encargué la traducción a un amigo, porque cuando lo intenté me di cuenta de que, si lo hacía, escribiría otro libro.
La historia de "Réquiem..." está llena de añoranzas. Y también los personajes con los que se cruza el narrador.
A mí me interesa el presente y la realidad que vivo, pero me doy cuenta de que el presente es la consecuencia de un pasado que hemos vivido. Además, yo soy una persona muy nostálgica, incapaz de elaborar el duelo en un sentido freudiano. De ahí que el pasado regrese a veces en oleadas y se convierta en presente.
El episodio del padre, que fallece por negligencia médica, ¿es autobiográfico?
Totalmente. En este mismo momento tengo un proceso porque el médico se ha reconocido en el personaje y me ha puesto un pleito por difamación. Me siento muy orgulloso de ese proceso.
Un detalle curioso es la serie de recetas de cocina que van apareciendo en el libro.
Sí, las incluí porque me gusta la buena cocina. Esa es la primera razón. Otra, más cultural, es que la comida es como un conjuro de la muerte. En la cultura mediterránea, hay una relación muy estrecha entre la comida y la muerte. Y este libro, que habla fundamentalmente de la muerte, tenía que hablar también de comida. Desde los griegos y los romanos, e incluso hoy, en las provincias, los funerales terminan con un gran banquete, que es una manera de afirmar la vida que continúa.
Es inevitable preguntarle en estos días por las elecciones en Italia, ¿Cómo ve los resultados?
Muy mal, con una gran tristeza. Parece como si mi país tuviera una memoria muy corta... Italia ha vivido veinte años de fascismo y cuarenta de democracia cristiana y corrupción. Yo firmé un manifiesto en favor de los progresistas. La derecha nunca ha estado cerca de la cultura en Italia. No hemos tenido un Céline ni un Heidegger. Por lo demás, lo único que puede hacer un escritor es escribir. Si alguien toma un libro en lugar de mirar uno de los estúpidos programas de Berlusconi, ya es una contribución. Pero, en fin, yo no soy un político.
Aun así, la última novela que ha publicado en Italia -"Sostiene Pereira"- tiene un contenido bastante político. Tengo entendido que se desarrolla en los años 30 en Portugal, bajo la dictadura de Salazar, y con la guerra civil española de fondo.
Sí, es cierto. Y uno de los periódicos de Berlusconi atacó con violencia ese libro porque yo hablaba mal de Franco y de Salazar. Para la derecha italiana, por lo visto, no se puede hablar mal de ellos. Hubo una gran polémica y, afortunadamente, la mayoría de la prensa se puso de mi parte. La derecha quiere hacer un revisionismo histórico y borrar el pasado.
¿Cuál es la razón de que usted tienda a escribir siempre libros más bien breves?
Bueno, mi última novela tiene doscientas páginas. Aparte de eso, yo no me considero un escritor profesional. Escribo cuando me apetece, cuando me viene esa cosa romántica que se llama inspiración. Ahora bien, la inspiración requiere una musa, y las musas, hoy en día, están sindicalizadas. No vienen todos los días. Por eso, escribo libros cortos.
Pero lo visitan muy a menudo. Recientemente también ha publicado en Italia "Sueño de sueños".
Sí, son sueños de personajes diversos. Por ejemplo: "Sueño de Dédalo, arquitecto y aviador", "Sueño de Rimbaud, poeta y vagabundo" o "Sueño de García Lorca, poeta y antifascista"... Me interesa mucho la figura de Lorca, no sólo como gran artista, como poeta, pintor y músico, sino también como intelectual. Su labor cultural fue muy importante en los años '30. Era un intelectual que tomaba partido, que participaba. Y yo, que no lo soy tanto, siento por él una gran admiración.
Además de constituir un homenaje a Lisboa y al espíritu de Pessoa, "Réquiem..." parece también como una despedida, un adiós.
No. Yo diría que viene a ser como un irse de vacaciones: vacaciones sentimentales, psicológicas e incluso culturales. Hace veinticinco años que frecuento Portugal, y de vez en cuando tengo que tomarme unas vacaciones. No es un adiós, es un hasta la vista.