Provocador e inclasificable, el cuento brevísimo tiene hoy un auge insólito expresado en sus muchas revistas y editoriales exclusivas. Texto súbito, minificción, textículo, microhistoria, cuento bonsai, microficción, minitrama, son algunos de los nombres con que se conoce a este tipo de narración recorrida por la ironía, el sarcasmo y el humor negro. Bajo la única condición de que no se extienda más de una página, el texto breve, instantáneo y muchas veces de resolución inesperada, golpea con impacto y sorprende al lector. Sobre este ejercicio de miniaturismo reflexionó la ensayista española Francisca Noguerol (1972), especialista en narración breve -se doctoró con una tesis sobre el escritor emblemático del género, Augusto Monterroso (1921-2003)- quien es profesora de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, en diálogo con el sociólogo Pablo Semán para la revista "Nómada" nº 1 (Buenos Aires, octubre de 2006).
¿A qué atribuye el auge del género en los últimos años?
Al cambio de gusto estético de los lectores. Se ha despertado gran interés hacia unos textos existentes desde siempre pero sólo en nuestra época reconocidos como literarios. Eso explica que los autores modernistas los adscribieran a otros géneros -ensayos, poemas, aforismos, fragmentos- y sólo hoy los creadores se atrevan a denominarlos "minificciones". Es relevante, además, destacar que ha cambiado en los últimos años el concepto de lectura. Seguramente estamos más cercanos el lector salteado pedido por Macedonio Fernández que hace cincuenta años. No el de escritura, pues la excentricidad genérica ha sido una corriente constante a lo largo de la historia de la literatura.
¿Qué es para usted una microficción?
Un texto perceptible a un golpe de vista -de ahí la página como extensión ideal, aunque no única-, capaz de sintetizar una emoción o un hecho de vida, caracterizado por la libertad en todos los sentidos -genérico, lingüístico, temático, pragmático- y marcado por un toque lírico o ingenioso que lo hace inolvidable.
¿Cuál es el lector de la minitrama?
Todo aquel que busque complicidad con el autor y disfrute con la gimnasia mental, aunque esto le requiera un esfuerzo mayor que los argumentos convencionales. Amigo de la sorpresa, de los juegos literarios, de la ironía y el humor, sería contrario al lector "de tapa" o "hembra" por utilizar las conocidas expresiones de Macedonio Fernández y Cortázar. Por otra parte, este receptor activo debería ser lo suficientemente humilde para aceptar que el autor le coloque trampas irresolubles alguna que otra vez. En definitiva se trataría de un amante de los retos con capacidad de autocrítica y con un sistema de valores tan flexible como para que no le importara que éstos se tambalearan mientras lee minificción.
¿Qué elementos reutiliza la minificción?
Desde luego, el ensayo desde muy temprana época, así como la viñeta, el apunte costumbrista o de viajes, el poema en prosa y la greguería, que en América Latina ha recibido variados nombres y que en Argentina encuentra uno de sus mejores exponentes en Oliverio Girondo y sus impagables "Membretes".
¿El minitexto se apoya en el pastiche y la parodia?
Por supuesto. De hecho, una de los recursos más utilizados en el campo de la minificción es el de la intertextualidad. Si "parodein" significa "cantar al lado" con intención irónica -lo que supone un hipotexto y un hipertexto paralelos- y "pastiche" es el concepto francés con que definimos el homenaje acrítico en literatura, entendemos que intertexto, parodia y pastiche se encuentran profundamente imbricados y que los dos últimos conceptos no se entienden sino como manifestaciones puntuales del primero.
¿Toma también elementos populares como la leyenda, mitos, graffitis, anécdotas, letras de canciones?
Está claro que sí. He definido la minificción como un espacio de libertad signado por todas las tradiciones: desde las más cultas -grecolatinas, orientales, bíblicas- a las populares, en absoluto inferiores a las escritas por su carácter oral. En este sentido, no hay más que pensar en las "Falsificaciones" de Marco Denevi o los "Casos" de Anderson Imbert en el ámbito de la minificción argentina, que muy tempranamente compusieron textos con base en los sucedidos populares. En cuanto a los graffiti, no es posible pensar en que los textos breves prescindieran de esta expresión escrita, tan literaria como subversiva. Por último, en esta época "massmediática" todo nos influye, por lo que no sólo reseñaría las letras de las canciones, sino también los anuncios publicitarios, las tiras cómicas o los videoclips, entre otras, manifestaciones artísticas contemporáneas.
¿Podría entonces entrar en la telefonía celular de la mano del mensaje de texto?
Me gusta pensar que los nuevos espacios creados por las tecnologías de la comunicación -blogs o diarios cibernéticos, mensajes SMS, chats, correos electrónicos diarios- nos hacen captar con mucha mayor capacidad los textos mínimos. En un mundo en el que la percepción humana ha cambiado radicalmente sus capacidades y en que todo se mide en bits, la velocidad, intensidad y sorpresa de las minificciones resultan especialmente atractivas.
Muchos ubican al texto súbito dentro de una vaguedad genérica.
Yo diría que es una nueva categoría textual derivada del cuento en muchos casos, pero en otros resulta claramente transgenérica y por tanto con suficiente entidad como para ser considerada sin reparos como un nuevo género.
¿Qué papel cumple la ironía, el sarcasmo, el humor?
Como modos oblicuos de expresión, la ironía y el humor resultan fundamentales para que el autor pueda decir mucho más de lo que escribe en el cuento. Lo importante es lo que se oculta bajo la superficie, como ya dijera Hemingway con su famosa comparación del "iceberg" con el cuento tradicional. En cuanto al sarcasmo, es una de las formas más duras del humor relacionada etimológicamente con la mordacidad -"morder" y "sacar la carne" poseen la misma raíz-. Hay autores de minificción practicantes del humor blanco; personalmente prefiero a los que utilizan esta última vertiente, más amargos pero especialmente acertados a la hora de describir la que Tito Monterroso llamara "insondable tontería humana".