Como finalmente logré liberarme, la adicción al ensayo me parece ahora bastante remota. Empecé escribiendo ficciones y siempre pensé que podría ir y venir de la ficción al ensayo con naturalidad, como tantos otros escritores y poetas. Pero lo cierto es que cuando comencé a escribir, la presión de mis entusiasmos y la perversidad, digámoslo así, de las luchas culturales que se libraban eran tales, que me dejé ganar por una especie de impulso didáctico y durante mucho tiempo escribí más ensayos que ficciones. Cuantos más ensayos escribía, la ansiedad respecto de la ficción se iba haciendo mayor. Cierto que además de escribir, trabajé en el cine, en el teatro, pero creo que algo de mi imaginación como escritora de ficción se fue debilitando. En los '80 hice el esfuerzo de anteponer la escritora de ficción y desde entonces trato de no escribir ensayos.
¿Qué busca en la ficción que no encuentra en el ensayo?
El ensayo y la ficción son modos diferentes de pensar y de escribir. Al menos una de las diferencias es que en el ensayo se escribe con una voz única. Ni siquiera es necesario que sea la voz propia, es una construcción, la voz de un "alter ego" en primera persona, aún cuando esa primera persona no aparezca nunca. En la ficción, en cambio, el escritor imposta la voz. Incluso en una novela escrita en primera persona aparece otra voz, aparecen muchas voces. La ficción es un horizonte mucho más amplio, donde también puedo incluir elementos del ensayo.
¿Cuál es la relación entre la escritora y "la otra Sontag", como diría Borges, "la que camina por Nueva York"? Hablaba de eso en un libro en el que varios escritores vuelven sobre ese texto de Borges, "Borges y yo".
Admiro mucho ese párrafo de Borges, una de esas pequeñas joyas de la literatura del siglo XX. Pero me acuerdo que cuando llegó la invitación para participar en ese libro pensé: "¿Por qué no tratar de dar un paso más?". Porque en principio el texto de Borges es perfecto y casi todos los escritores tienen esa misma sensación un poco esquizofrénica de que por un lado está esa persona que se ocupa de los quehaceres de la vida cotidiana, de los sentimientos, y luego está esa otra, cuyo nombre aparece en la tapa de los libros. Y es como si la primera cuidara y protegiera a la otra, la que escribe los libros.
Borges parece decir que es imposible reunirlos.
Fue por eso que pensé: "¿Y si intentara reunirlos?". Se me ocurre que la relación de una escritora con esta cuestión es un tanto diferente, sobre todo porque por lo general las mujeres no tenemos esposas. Hay escritoras que tienen la suerte de tener una esposa ya sea en la forma de un hombre o de una mujer, alguien que se ocupe de la vida cotidiana para que pueda escribir, pero por lo general no es así. De modo que las mujeres estamos mucho más acostumbradas que los hombres a ser ambas personas a la vez. García Márquez decía en una entrevista que cuando se le ocurrió la idea de "Cien años de soledad" le dijo a su mujer: "No quiero que me molesten durante un año. No quiero enterarme del plomero, de las cuentas, del teléfono. Ocúpate de todo". Inmediatamente pensé: "Así habla un hombre". Es cierto que Leonard Woolf hacías las veces de una esposa en algunos aspectos porque sabía que su esposa era Virginia Woolf, pero aún así, ella misma se ocupaba de muchas cuestiones prácticas. No conozco muchas mujeres que puedan decir: "Ocúpate de todo por un año, cariño, tengo que escribir", pero sí muchos hombres que cuentan con la protección de una esposa. O de una madre, como en el caso de Borges. La escritura exige una concentración enorme, es una de esas pocas artes que se practican en soledad y para una mujer es mucho más difícil aislarse de la vida cotidiana que interfiere constantemente.
Creo que usted hablaba de un abandono en el yo necesario para la literatura que luego obliga a cargar con el estigma del egoísmo en la vida "real".
Precisamente. Porque uno se ve obligado a dar la espalda, a atender lo esencial, lo más próximo. Mientras se escribe no hay espacio ni tiempo para mucho más. Recuerdo que una vez una escritora muy famosa me dijo: "Cuánto te admiro, Susan" -yo sonreí, halagada-. "Tuviste un hijo. Yo ni siquiera puedo imaginarlo. ¿De dónde sacaría tiempo para tener un hijo?". ¿No es un comentario increíble?
Es cierto que usted se ha convertido en una especie de sinónimo de la mujer intelectual con cierta naturalidad. ¿Qué significa para usted ese lugar?
Para responder esa pregunta tendría que convertirme en una especie de socióloga de mí misma, pero esa inquietud no surge naturalmente y por lo tanto ni siquiera tengo que resistir la tentación. No me veo a mí misma de esa manera porque no me veo desde el exterior. Por supuesto soy una mujer y ésa es la palabra que uso para hablar de mí misma, pero no me describiría como una intelectual. Tal vez lo hagan los demás, pero no yo. Diría que soy mujer y soy escritora. ¿Es difícil ser mujer y escritora? No es que uno necesite modelos para atreverse a elegir un camino, pero hay tantas grandes escritoras que uno no se haría la pregunta: "Soy mujer, ¿puedo ser escritora?". Puede que uno se pregunte: "¿Puedo ser piloto de una compañía aérea siendo mujer o directora de orquesta siendo mujer?". Pero uno no se preguntaría si puede ser mujer y escritora porque existen por ejemplo Jane Austen o Virginia Woolf. Diría que es difícil tratar de hacer siempre lo mejor, responder a las propias obsesiones y ambiciones, y ésa es la única dificultad a la que siempre me he enfrentado.
En este sentido, ha dicho que "El amante del volcán" es una novela mucho más próxima a sus obsesiones, sus ideas, sus emociones. ¿Por qué?
El escritor siempre busca una forma ideal que le permita condensar lo que sabe y lo que siente, pero al mismo tiempo esa forma le impone limitaciones y a veces es muy difícil darse permiso para hacer algo más grande. No es sólo cuestión de ambición sino de superar ciertas inhibiciones internas. No en el sentido más banal, no se trata de escribir sobre uno mismo, al menos a mí no me interesa particularmente escribir sobre mí en un sentido autobiográfico directo. Pero sé que en esta novela puse algo de mí en muchos de los personajes y quizá por eso me sentí mucho más libre mientras la escribía, mucho más expresiva. No sé cómo sucedió, no hubo ningún acontecimiento excepcional en mi vida, ni ninguna alegría muy memorable. Pero supe que después de muchos años de lucha, algo había sucedido. Algo así como "Muy bien, ahora sé cómo hacerlo".
Una mayor libertad, ¿es eso lo que busca cuando escribe ficción?
No se puede buscar la libertad, así como no se puede buscar la felicidad. Es algo que se encuentra, algo que ocurre sin demasiadas explicaciones, como cuando uno descubre de repente, en una pista de baile, que está bailando con gracia. ¿Notó que a veces uno sale a bailar y se siente torpe, sin gracia? No sabe bien por qué, pero sabe que algo no funciona. Tal vez es el compañero, el estado de ánimo, o la música, pero hay como una barrera que no nos deja llegar a un movimiento más suelto, más cercano al cuerpo. Y otras veces uno sale a bailar y es como si flotara en el aire. Tampoco sabe por qué, es algo que se descubre de pronto y uno acompaña, montándose en ese impulso. Bueno, fue eso lo que sucedió con esta novela, no lo noté al principio pero lo supe en el cuarto capítulo. Y me sorprendí. Lo vi en la página y me dije: "Eso es". Porque siempre es un "eso", nunca es un "yo". Eso es lo más fascinante de la ficción. La ficción es más grande que uno mismo.
Supongo que otro de los grandes desafíos es que "eso" vuelva a suceder. ¿Está terminando una novela?
Espero poder terminarla el año próximo. Es una novela que empecé a fines del '92. "El amante del volcán" se publicó en agosto de 1992 y nunca imaginé que podía convertirse en un "best-seller". Estaba tan sorpendida que eso me paralizó algunos meses, pero finalmente empecé a escribir esta historia que venía pensando desde hace tiempo. Se llama "En América", transcurre también en el pasado, a fines del siglo XIX, y es la historia de un grupo de inmigrantes polacos que llegan a los Estados Unidos. La mayoría vuelve a Polonia pero uno de ellos, una actriz, decide quedarse en Norteamérica. Es una novela sobre la inmigración, sobre Norteamérica, sobre el teatro. Poco después de empezar a escribirla, entre abril de 1993 y fines del '96, Bosnia ocupó mi vida por completo: trabajé en varios proyectos para Bosnia, me ocupé de conseguir fondos para Bosnia, me ocupé de los refugiados de Bosnia. La novela fatalmente fue quedando atrás.
Por supuesto que el hecho de que un libro esté en la lista de "best-sellers" implica haber llegado a un público muy amplio, en la medida que el libro ha interesado a muchos lectores, diversos tipos de lectores, no sólo a un reducido grupo de lectores sofisticados. Eso es muy alentador, sobre todo porque no me lo propuse. De hecho, "El amante del volcán" es, en mi opinión, mi mejor libro en términos literarios. Pero no se puede ir más allá en ese razonamiento. Ese tipo de consideraciones son autodestructivas en la medida que corrompen y dañan la concentración en el trabajo. Sólo hay que pensar en el trabajo y como siempre, tratar de hacerlo lo mejor posible.
En realidad era ese el gran desafío de ese ensayo: describir una sensibilidad. Yo era muy joven entonces y lo "camp" -ese gusto por el artificio y la exageración- no fue mi primera elección. "Camp" era una palabra que nunca nadie había usado por escrito. En realidad sólo había aparecido en una novela de Isherwood que descubrí después de escribir el ensayo, pero hasta entonces era una palabra de la jerga privada del mundo homosexual masculino. Mi primera elección -me hace gracia recordarlo- había sido la morbidez, la atracción por los cementerios, el culto estético de la muerte y los muertos. Me interesaba sobre todo el arte kitsch de los cementerios. La Recoleta es un magnífico ejemplo, pero también Pére Lachaise en París, o el Cementerio Monumental de Milán con sus magníficos panteones y sus estatuas de mujeres que lloran a los muertos. Pero enseguida me di cuenta de que iba a ser imposible abordar ese tema sin imágenes. Fue entonces que pensé en el "camp" y fue una experiencia única, casi mágica. Había decidido pasar el verano en París con mi hijo que era muy chico entonces y había llevado una pequeña libreta donde anotaba ideas, ejemplos, fórmulas, aforismos. Volví con la libreta llena de notas. Me acuerdo que me senté frente a la máquina de escribir, desesperada, pensando que tenía que transformar esa masa confusa de notas en la prosa límpida, argumentada y lineal de un ensayo. ¡Era como escalar una montaña! Entonces pensé: "¿Y si olvido la prosa límpida, argumentada y lineal de un ensayo?", "¿Y si lo escribo en forma de notas?". Por supuesto que fue una de las ideas más brillantes de mi vida, porque creo que gran parte del poder y de la autoridad de ese ensayo están en la forma.
Exactamente. Aunque debo reconocer que fue un afortunado golpe de intuición. De manera que apenas pulí un poco las notas de mi libreta y escribí ese ensayo.
Parece sencillo.
Es sólo encontrar la forma adecuada... cada vez.
Por detrás de esas notas aparece el clima de los '60. ¿Tiene algunas notas mentales de los '90?
Las etiquetas de las décadas son muy tentadoras, pero resultan falsas. Es cierto que algunas décadas tienen un carácter particular -la década del '60 tiene algunas marcas muy fuertes, el mayo francés, el pop-, pero otras no. Si tuviera que resumir esta época en una palabra, diría que lo que estamos presenciando es el más escandaloso y desafortunado triunfo de la mercantilización. Fredric Jameson solía hablar del capitalismo tardío, pero siempre pensé que "capitalismo tardío" es una definición demasiado optimista. Creo más bien que estamos en el comienzo del capitalismo medio, porque sólo ahora podemos apreciar verdaderamente lo que el capitalismo representa como sistema total, un fenómeno de la última década. Todo aquello que habíamos podido proteger de la lógica del capitalismo ha sido sometido a los mismos criterios de mercantilismo, masificación, y eso implica una gran manipulación. Hay aún pequeños focos de resistencia, pero la resistencia es cada vez más difícil. Hablábamos recién del pop-art. Pensemos en Andy Warhol, por ejemplo. En los '60 su obra se pensaba como irónica, pero ya no lo es, ahora es simplemente arte. ¿Por qué no pintar las latas de sopa Campbell? El triunfo de la cultura de masas es absoluto.
En "Contra la interpretación" aparecían sus grandes pasiones intelectuales de los '60: Benjamin, Barthes, el cine de Godard, de Bresson. ¿Qué lecturas le resultan estimulantes hoy?
Los ensayos que escribí entonces no representaban necesariamente mis mayores entusiasmos, sino aquello sobre lo cual creía que era útil escribir porque se trataba de autores o directores no demasiado conocidos en Norteamérica. Continúo leyendo muchísimo por supuesto y me entusiasmo bastante a menudo. ¿Quiere una recomendación? "A book of memoirs" (Un libro de memorias), una novela de un escritor húngaro, Peter Nadas, que acaba de publicarse en inglés. Fue escrita entre 1974 y 1981 y sólo cinco años después pudo sortear la censura húngara. Es una gran novela como las novelas de Musil, Mann o Proust, que me ha dado una enorme felicidad. No conozco a este escritor, no sabía nada de él hasta que leí esta novela, pero ha sido una gran alegría saber que todavía es posible, en la segunda mitad del siglo XX, escribir una verdadera gran novela, la más grande, a mi juicio, de los últimos cuarenta años. Hay muchas buenas novelas en esta segunda mitad del siglo, pero ésta es una de esas novelas grandiosas que recuerdan la gran ambición de la literatura europea. Alguien fue capaz de hacerlo otra vez, no hace setenta, sino hace veinte años, y eso es muy estimulante. Porque pensar que los verdaderos grandes libros pertenecen a un pasado distante es muy desalentador. Esta novela demuestra que la literatura sigue viva en su más alto nivel. Lo creería sin haberla leído pero la lectura de la novela en sí ha sido un gran placer.
¿Y en el cine? ¿Hay nuevos directores que considere estimulantes en ese mismo sentido?
Muy pocos, desafortunadamente. El cine está en un estado desesperante porque mientras la literatura sigue siendo una actividad artesanal, el cine exige necesariamente una inversión mayor y el estándar comercial ha terminado liquidando a la mayoría de los directores. Por supuesto que aún se hacen buenos filmes, pero sólo en circunstancias muy especiales, con directores muy marginales a los grandes aparatos de producción. Me gusta mucho un director ruso, Solurov, pero ¿quién sabe si podrá seguir filmando en una Rusia tan empobrecida? También me gusta un director iraní, Kiarostami, pero ¿se imagina en qué condiciones se debe trabajar en Irán? Me interesan mucho algunas películas de Mike Leigh -"Naked" (Indefenso)sobre todo- aunque me preocupa qué camino tomará ahora. Me gustan las películas de algunos de los viejos directores pero por lo general, los grandes nombres del pasado no han vuelto a sorprendernos. Es un arte muy difícil en la práctica, y en ese sentido la literatura, sigue siendo una inversión más sencilla. Aunque la idea de una verdadera vocación literaria pertenece a otro tiempo. Es completamente impensable para los jóvenes. ¿Podría existir un escritor como Borges hoy? O Gombrowicz, para tomar otro ejemplo, escritores para quienes la supremacía y la sacralidad de la vocación literaria eran muy evidentes. Hoy sería casi imposible desgajarse del mundo del modo en que ellos lo hicieron.
Borges, de todos modos, es un caso bastante particular.
Borges, es cierto, es un caso peculiar, en ese sentido y en muchos otros. Un escritor profundamente argentino pero al mismo tiempo muy cosmopolita. Siempre me llamó la atención su fascinación por la cultura inglesa y al mismo tiempo su conexión profunda con líneas muy específicas de la tradición literaria argentina. Acabo de leer un ensayo excelente, muy convincente en este sentido, de una escritora argentina, Beatriz Sarlo. Los lectores extranjeros siempre han subrayado su relación con la literatura inglesa, de "Beowulf" a Stevenson, que es absolutamente auténtica, pero lo más fascinante de Borges es esa amalgama. La pregunta que aparece en seguida es: ¿podría existir un escritor realmente original, un verdadero gran escritor universal, sin un vínculo fuerte con las literaturas extranjeras? ¿Podría existir un gran escritor -a diferencia de un muy buen escritor- sin ese lazo profundo?
En las literaturas marginales esa pregunta es siempre más complicada. En los '20 o en los '60, el cosmopolitismo de Borges fue motivo de impugnaciones políticas, al punto de condicionar totalmente las lecturas.
¿Es verdaderamente cierto eso? Supongo que las opiniones políticas de Borges no contribuyeron demasiado. Porque hay una tradición muy desafortunada que lleva a hacer del escritor una figura representativa. Luego se confunde lo que el escritor pueda hacer o decir como persona pública y lo que el escritor hace en su obra. Un escritor puede ser promovido más allá de sus méritos literarios por sus opiniones y también puede ser castigado por ellas. Es cierto que algunos escritores se convierten en una máquina de opiniones; otros prefieren recluirse y no hablar de su tiempo. Pero, ¿por qué negarles ese derecho? Desafortunadamente, esas cuestiones sólo se ven con claridad después de la muerte. El juicio de la posteridad es bastante certero.
Es conocida su militancia en muchas causas sociales y políticas: Vietnam, las luchas feministas, la tragedia de Bosnia, o las imágenes sociales de enfermedades como el cáncer o el Sida. ¿Cómo describiría en su caso la relación entre política y literatura?
Los principios morales, que son también principios políticos, entran en la obra de un modo concreto. "El amante del volcán" comienza como el retrato de un coleccionista y termina con una especie de aria sobre la justicia social. Probablemente no hubiese terminado el libro con los monólogos de cuatro mujeres sin mis convicciones feministas. Quiero decir, en la ficción la ideología no aparece en forma transparente, sino que conforma de un modo particular las situaciones y los personajes que son producto de la pura imaginación. La capacidad de la literatura en ese sentido es admirable. El lenguaje es el instrumento de la conciencia y si no existiera la literatura que mantiene vivo el lenguaje, lo cuestiona, lo renueva, sólo tendríamos jergas y pura banalidad. Se empobrecería nuestra conciencia.
¿Es por eso que escribe?
Escribo porque creo en el proyecto de la literatura. No escribo para expresarme aunque de hecho me expreso porque soy la única herramienta de la que dispongo en la escritura, pero definitivamente no es el propósito ni la justificación. En medio de los lenguajes degradados de los medios masivos, las burocracias y las jergas técnicas, ¿se imagina qué sería de nosotros si no existiera esta especie de antídoto, de contra-ejemplo de cómo sentir y pensar? La literatura amplía el mundo. Yo no sería la misma si no hubiese leído a Dostoyevsky. La literatura es una educación del corazón y de la mente: entendemos mejor las posibilidades humanas, ejercitamos nuestra capacidad de compasión, de identificación. Amo las artes visuales y la música, no podría imaginar el mundo sin la pintura o la música, pero el efecto no es el mismo. La pintura y la música son puro placer. También la literatura puede serlo pero es sobre todo un espacio donde yo misma y el mundo que merodea se extienden y se amplían. En este libro de Nadas, por ejemplo, hay un pasaje donde se habla del beso y luego una especie de aria sobre la boca absolutamente extraordinaria. Nunca imaginé que se podía decir tanto acerca de la boca, sobre cómo la usamos para la comida, para la comunicación, para el amor. Después de leer esas tres páginas, me sentí más grande, mejor.