PARTO CON DOLOR
Poli Délano
Chile (1936)
- Doctor -dijo el enfermo- ¿podré tomarme unos tragos?
- Mire -dijo el médico, llenando de humo la habitación-, hay casos en que la sulfametoxipiridazina, como toda sulfa, produce con el alcohol cierta cristalización. Claro que también hay casos en que no ocurre nada.
El enfermo, reclinándose evidentemente molesto, ahuyentó el humo con una revista y prosiguió su embestida.
- Oiga, doctor, ¿y qué pasa con esto de las cristalizaciones?
- Bueno, lo que ocurre es que se forman unos cálculos.
- ¿Unos cálculos?
- ¿Sí, cálculos, unas piedrecillas que se expulsan por ahí y, créame, con más dolor que si estuviera pariendo un ropero de tres cuerpos.
Por la tarde lo visitaron sus amigos y la señora del enfermo sirvió galletitas saladas y aguardiente de Chillán.
- ¿No te tientas con un traguito? -le dijo a su esposo levantando la botella.
El enfermo había reflexionado bastante y su conclusión era ésta: hay una sola manera de saber si uno es de aquellas personas en quienes el alcohol cristaliza con la sulfametoxipiridazina, una sola.
- Bueno, vieja, sírveme un poco. Total...
Por la noche el enfermo tuvo los primeros síntomas. Decayó. Una semana después comenzaron las contracciones, muchísimo antes de los nueve meses reglamentarios, entre fiebres y alaridos, comenzó a nacer un hermoso y sano ropero. Cuando ya había visto la luz el segundo cuerpo, llegaron los vecinos y los curiosos. Si bien el ropero vivió, el enfermo, no dando abasto su organismo, hubo de quedarse -para tristeza de todos- en el parto.
LA CARACOLA
Ramón Gómez de la Serna
España (1888-1963)
Al ponernos al oído aquella caracola escuchábamos ruido de mar y gritos de náufragos.
LA FE Y LAS MONTAÑAS
Augusto Monterroso
Guatemala (1921-2003)
Al principio la Fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.
EL TAMAÑO DE LA CARCEL
René Avilés Fabila
México (1940)
El animal que vive dentro de una jaula únicamente ve a un prisionero con más espacio que el suyo.
ERA SIN HISTORIA
Thomas Merton
Estados Unidos (1915-1968)
En la era en que la vida sobre la tierra era plenitud, nadie prestaba particular atención a los hombres valiosos, ni señalaba con habilidad. Los gobernantes eran simplemente las ramas más altas del árbol, y el pueblo era como los ciervos en los bosques. Eran honestos y justos, sin darse cuenta de que estaban "cumpliendo con su deber". Se amaban los unos a los otros y no sabían que esto significaba "amar al prójimo". No engañaban a nadie y aun así no sabían que eran "hombres de fiar". Eran íntegros y no sabían que eran "hombres de buena fe". Vivían juntos libremente, dando y tomando, y no sabían que eran "generosos". Por esta razón sus hechos no han sido narrados. No hicieron historia.
LA PUNTA DE LA MADEJA
Gustavo Massó
México (1957)
Cuando ella descubrió su primera cana quiso arrancarla de un tirón, pero como el odioso pelo blanco se prolongaba, jaló y jaló, mientras su cuerpo se destejía, hasta que sólo quedó una niña, llorando asustada.
MEDIDAS DE TIEMPO
Juan Armando Epple
Chile (1946)
Cuántas veces, fumando un cigarrillo, he decidido la suerte de un hombre, piensa Ubico, aspirando la primera bocanada de la mañana. Mira con gesto displicente al prisionero, que espera tenso frente al pelotón. Me pregunto en qué pensará él en este momento, se pregunta el dictador, golpeando con el meñique el cigarrillo para dejar caer la pavesa.
Cuánto tarda el tabaco, piensa el prisionero.
LA MUERTE
Dámaso Murúa
México (1933)
- ¿Quién?
Toc toc toc.
- ¿Quién?
Toc toc toc.
- ¿Quién jijos de la cucaracha está tocando?
- Yo.
- ¿Y quién es yo?
- Pues yo.
- Pues no te conozco.
- Me mandaste llamar.
- N'ombre.
- Me mandaste llamar tres veces.
- ¿Hasta tres veces?
- Abreme la puerta pa que veas.
- Si está abierta.
- Ah.
Gorda y vieja. No le vi la cara porque estaba oscuro el cuarto donde dormía. Y porque los dolores que Topete me dijo que me seguirían, no se me quitaban. Al ir al baño me dolía todito, hasta los dientes me sudaban. Del fiebral.
Se sentó enfrente de mí y como de contraluz la tenía de pechito, nomás le veía el perfil. Narizona como doña Paula y de rebozo largo. La voz, como de los líderes de la cooperativa. Mentirosa, como todas las viejas.
- ¿Cuándo te llamé, a ver?
- Tienes muchos días llamándome.
- A lo mejor el que te llama es el Papo Gómez, que quiere asegurarse la venta de la caja.
- No. Era tu voz, con tos.
- Yo no tengo tos.
- Sí tienes, no te hagas.
- Carraspeo de vez en cuando, no me calumnies.
- ¿Pa qué me quieres?
- Ah, vienes por mí.
- ¿Por quién otro?
- Hay un muerto allá por los baños de Tejada, pa que lo sepas.
- Ese lo enterramos la semana pasada.
- Ya se apestó y hasta engusanado ha de estar.
- No hagas tiempo, te voy a dar lo que quieras. Me caes bien.
- ¿De veras?
- De veras.
- Bájate los calzones.
Salió despavorida. No ha vuelto desde entonces. Hace como tres meses de eso. Yo creo que no me voy a morir nunca.
LA VERDAD SOBRE LAS BACTERIAS
Macedonio Fernández
Argentina (1874-1952)
Quiero saber si es verdad que las bacterias nos enferman. ¿Qué ganas, qué necesidad tienen de matarnos o enfermarnos? ¿Tan sabia es la naturaleza con ellas como con nosotros? No creo ni en las bacterias como causantes por sí solas de enfermedades, ni en la Sabiduría de la Naturaleza. Si el hombre enfermo les conviene a las bacterias para estar sanas, no hay por qué decir que ellas causan la enfermedad.
NUDOS EN EL PAÑUELO
Ernesto Santana
Cuba (1958)
Me dijeron que así no olvidaría. Viendo el nudo, recordaría enseguida lo que no debía olvidar. Hoy, mi único pañuelo es un nudo de nudos que nada significa. Como otras veces, empiezo por deshacer el nudo, y entonces es como si resultara al fin aquello por lo cual hice esa marca. Cuando el pañuelo queda libre de nudos, estrujado pero leve, lo contemplo un rato sobre mi mano con cierta inquietud, como si fuera un ave rara que sabe algo que yo no sé, pero que nunca podrá decírmelo.