UNA MUJER CON BARBA Y BIGOTES
Javier Villafañe
Argentina (1909-1996)
Ella tenía una llave en la mano y la espalda apoyada en la puerta. El tenía el sombrero puesto y una maleta.- No te vayas. Abrí la maleta y dejá las estampillas en su sitio. Vos lo sabías. Te lo dije cuando éramos novios: "Tengo mucho vello en la cara". Te reías y me besabas. Me afeito tres y cuatro veces al día. No quiero afeitarme más. Quiero ser como soy, una mujer con barba y bigotes. No saldré más a la calle. Me quedaré en la casa para siempre. Haré las compras por teléfono y recibiré a los repartidores escondiendo la cara detrás de la puerta. Eso es todo. Si te querés ir, te vas. Aquí tenés la llave.El se quitó el sombrero y lo colgó en la percha. Abrió la maleta y guardó las estampillas en un cajón del escritorio. Ella hacía las compras por teléfono y cuando llegaban los repartidores, abría la puerta, escondía la cara y asomaba una mano. Los domingos él le emparejaba con una tijera la punta de la barba y los bigotes.
EFECTOS DE LA FALTA DE SUEÑO
Rodolfo Modern
Argentina (1922)
"Daría mis riquezas a cambio de poder dormir bien todas las noches", dijo el opulento comerciante Huan, que padecía insomnio. "Y yo -contestó el mendigo Sung- preferiría ser rico a tener que soñarlo todas las noches".
LA PUERTA PERDIDA
Adrián Nazareno Bravi
Argentina (1964)
Una mañana, como es habitual, salí de casa y cerré la puerta con llave. Cuando volví, por la tarde, me di cuenta que había perdido la puerta. La busqué por toda la casa y no la pude encontrar. Entonces pensé: "Qué extraño tener en mano una llave sin puerta" y me la puse en el bolsillo. A la mañana siguiente todo me resultaba más fresco, incluso me saludaban más amistosamente los pasantes que se paraban un momentito desde la vereda para verme desayunar. Cuando volví a salir de casa hice un ademán como que cerraba la puerta. Uno nunca puede estar seguro, no sea que alguien crea que he dejado la casa abierta.
MILONGA PARA JACINTO CARDOSO
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)
A Jacinto Cardoso se lo llevaron, esposado, un martes por la noche. Se resistió con todas las fuerzas que quedaban en su pobre cuerpo desangrado, pero no hubo caso. La libertad esa noche le volvía la espalda. Pobre Jacinto Cardoso. Se cuenta que los muchachos le compusieron una doliente canción de despedida. Un martes por la noche nada menos, martes 13 para Jacinto Cardoso aunque fuera un martes cualquiera cuando lo esposaron. Los muchachos supieron llorar la pérdida de Jacinto Cardoso, desangrado en el juego de naipes, esposado por la Juana un martes a la noche.
BALADA DEL BURGUES QUE CUIDA SU NEGOCIO
Juan Filloy
Argentina (1894-2000)
Entonces el Patrón fue y le dijo:
- Mire, María: lamento despedirla. Usted es la mejor tejedora del taller. Pero los negocios son los negocios. Es usted demasiado lerda. En cada punto ahoga una lágrima. En cada lacito ahorca un suspiro. Usted teje con una angustia punzante en vez de aguja. ¡Así pierdo plata! La gente no entiende nada de escarpines, bombachas o corpiñitos sentimentales. Bien: está despedida. Cuando teja sin nostalgias de madre puede volver al trabajo.
EL ENJAMBRE
Samuel Feijóo
Cuba (1914-1992)
En el patio, veo a Lelo moler maíz para el cuerpo en ceba. Se aparece su hermano Lico, con su sombrero alón medio roto y el rostro prieto en demasía. ¿No saben -nos dice- que acaba de morir la muchacha curandera de Palmira? Vivía en un colmenar: se negaba a salir de allí, y curaba el cáncer con unas yerbas. Cuando se puso grave millones de abejas le hicieron pared y techo con sus cuerpos y nadie la vio morir. Cuando salió el entierro las abejas fueron en enjambres con la comitiva hasta la misma tumba.
DURMIENTES
Antonio Di Benedetto
Argentina (1922-1986)
En su interioridad tan guardada que ni murmura lo que está soñando, en la noche para nada interrumpida en su silencio, el hombre sueña la muerte repentina de un ser querido. La mujer, que duerme a su lado, da un grito desgarrado de pena.El hombre despierta. Ella sigue durmiendo, pero soñando que llora.
LAS JAULAS DE LA PACIENCIA
Rafael Courtoisie
Uruguay (1958)
El ciego, paciente, ha vuelto a limpiar el fondo de su casa, regaló al vecindario todas las gallinas, aún las batarazas y también las rojas, las más ponedoras. Regaló las codornices y cocinó el último guiso con los patos, repartió grandes porciones en el barrio. Limpió, con extremo cuidado las jaulas, y barrió el asombro del jardín en el verano, sacó hasta la última piedra. Luego llenó las jaulas de pájaros negros, de cuervos. Los alimenta día a día con puntualidad y de vez en cuando tantea entre los pisos de alambre sucio, busca entre las oscuras cagadas de los pájaros hasta alcanzar algún pichón, ciego como él. Entonces aproxima la otra mano y lo acaricia suavemente, le acerca pequeñas orugas al pico abierto y luego, amorosamente, lo deposita otra vez en la jaula. Así hace con todos. Los conoce por el tacto, por la distinta aspereza del plumaje. Y cada uno tiene su nombre.Los cuervos revolotean y graznan con sombría levedad, porque saben quién es el dueño de la mano que los alimenta. El ciego los cuida. Los cría con infinita paciencia para recuperar la esperanza de poder volver a perderlo todo.
PARPADEOS
Eugenio Mandrini
Argentina (1936)
Sólo hay tres clases de ciegos, ¿o tres no es el número perfecto? Está ése al que no hay explosión ni asamblea de luciérnagas que lo saquen de la sombra profunda. Está el otro, el que aún ciego, conserva un esbozo de penumbra y al resplandor de un fósforo queda de pronto en éxtasis y bajo la luz furiosa del medio día cree que los ojos le vuelven. Y finalmente está aquél, ése que palpa afanoso los contornos y las grietas, los movimientos y temblores de los breves mundos. Ese, el tercero, es el amante.
NEGOCIOS CON EL DESTINO
Ana María Shua
Argentina (1951)
El año en que nos casamos fue pródigo en desgracias. Murió mi padre y el suyo. En el curso de los dos años siguientes enfermaron los testigos de nuestro enlace y murieron con pocos meses de diferencia. Nos preguntamos el por qué de semejante ensañamiento y, como sucede aún con las personas más racionales (nosotros lo somos), empezamos a apoyarnos en supersticiones, ofreciendo sacrificios al destino a cambio de que nos olvidara o perdonara. Esa penosa negociación con el hado parece haber dado resultado: hace años que no sufrimos desdichas evidentes. Pero como sabemos que la buena suerte tiene su precio, nos miramos el uno al otro desconfiados, con durísimas sospechas. ¿Qué es lo que cada uno de nosotros ha prometido (y quizás entregado) a cambio de esta seguridad siempre frágil, siempre dudosa?