20 de noviembre de 2008

Juan Forn: "Mi fantasía es que en algún lugar hay un club donde van todos los escritores que me gustan"

El escritor y traductor argentino Juan Forn (1959), fue asesor literario y director editorial de un par de editoriales en los primeros '90. Luego pasó a dirigir el suplemento cultural del diario "Página/12" hasta que una pancreatitis lo tuvo al borde de la muerte. Entonces se mudó a Villa Gesell, la pequeña ciudad balnearia a 400 kilómetros de Buenos Aires, donde vive actualmente. Es autor de las novelas "Corazones cautivos más arriba", "Frivolidad", "Puras mentiras" y "María Domecq"; el libro de cuentos "Nadar de noche", y la recopilación de sus artículos periodísticos "La tierra elegida". Al momento de estar escribiendo "María Domecq", la periodista Judith Savloff del diario "Perfil", logró la siguiente entrevista que se reprodujo en la edición del 12 de febrero de 2006.¿Cómo influyó la mudanza en su relación con la literatura?

Desde los veinte años leía profesionalmente, cosa que atenta contra la lectura hedónica. Además, escribía a la noche, cuando volvía de trabajar. Así que me cambió la vida completamente: pude empezar a leer sólo los libros que me gustan, y pude dejar de estar pendiente de todo lo que ocurría en el ambiente cultural. Del lado de la escritura, saqué un libro donde cuento lo que leí en los últimos tres años ("La tierra elegida"). Entre líneas, en ese libro está mi cambio de vida, la enfermedad, la saturación con el consumo, incluso el cultural.

¿Qué cosas lo saturaron?

No es que me haya saturado, fue la relación que establecí con el sistema de validación, donde todo son "commodities". Moda, vanguardia, todo cotiza. A mí ya no me atraen necesariamente las novedades ni los brillitos de los libros de $ 80.-. Hay cinco librerías de saldo en Villa Gesell: voy revuelvo y encuentro.

¿Qué fue lo último que compró?

Libros completamente bizarros. Encontré la historia de una emperatriz rusa que hizo construir una casa de hielo en el medio de su jardín de invierno. Agarraba a los bufones de la corte, los mandaba allí y contemplaba cómo se morían de frío.

¿Vivir más o menos aislado le permite mantener su curiosidad satisfecha?

Cuando estás en la ciudad, tenés entumecida cierta clase de sensibilidad y exacerbada otra. Yo tenía entumecida la que respondía a los eventos de la naturaleza. Viviendo acá, empecé a incorporar la temperatura y el sol a mi universo de sentido. Y hay otras cosas que tenía completamente desarrolladas allá, como los ojos de mosca para estar pendiente de un montón de cosas a la vez, que se fueron perdiendo. Ahora puedo sumergirme en un libro. Llevo a mi nena a la escuela, tengo toda la tarde para escribir, la voy a buscar, estoy con ella hasta que se va a dormir y empiezo a escribir de vuelta.

¿Qué desventaja tiene esta vida?

Estás muy solo. Hay épocas en las que lo llevás bien, y otras en las que necesitás más variedad y estímulos. A veces necesitás aturdirte y otras, purgar. Yo creo que los artistas tienen que trabajar lo menos posible en otra cosa. Acá puedo hacerlo.

¿Qué lo condiciona para escribir en este contexto?

Tenés que llevarte bien con vos mismo, porque estás consciente todo el día. Por eso, recuperé una cosa megalómana y superliberadora: escribo imaginándome que los tipos que me leen son los que escribieron los libros que me acompañan en casa. Mi fantasía es que en algún lugar hay un club donde van todos los escritores que me gustan. Y cuando escribo, trato de sacar bolilla blanca para que me dejen entrar.

¿Qué escritores son sus modelos de lector?

Millones. Me encantaría estar sentado con tipos completamente disímiles: con Edmund Wilson, Elias Canetti, Claudio Magris, Scott Fitzgerald.

¿Cuándo y cómo fue el pasaje de lector a escritor?

A los quince años empecé a escribir poesía y llegué hasta los veinte, cuando dirigí una revista olvidada, "Acento". Publicábamos poetas pensadores, Cioran, los heterónimos de Pessoa... un poco "demodé", porque yo ya leía cosas viejas... ¡já, já, já!. A los veinte, en un viaje a Europa, descubrí que si tenía algo para decir lo podía decir contando historias. Me di cuenta de que había un tema muy bueno delante de mis ojos: mi abuelo, un putañero. Y salió mi primera novela. Ahí empecé, descubrí cómo es el mecanismo.

¿Cómo es?

Tenés que estar abierto a cualquier historia que ande circulando por ahí, porque, en el momento menos pensado, una cosa se asocia con otra y todo hace "click" y la historia se arma en tu cabeza.

¿Qué está escribiendo?

Algo delirante. No sé si me estoy autopsicoanalizando. Es esa historia de que mi bisabuelo aparentemente fue el personaje en el que se basó Puccini para "Madame Butterfly", y el descubrimiento paralelo de que habría tenido un hijo en Japón.

Retoma el tema de "La malquerida", su relato sobre la genealogía de la exótica Madame Butterfly.

A veces pienso que le voy a poner ese título, tal vez aparezca uno mejor. A partir de ahí, cruzándolo con mis dos internaciones, se me ocurrió inventar una rama de mi familia que no existe. Hay una mujer que se está muriendo, que viene de un coma, y tiene un coraje descomunal. Y yo también vengo de un coma, voy a grupos de recuperación y la conozco. Me quedo "shockeado": yo, que tuve nada más que un coma pancreático, soy un cagón, y esta mina, que sabe que se va a morir, mira cómo está. Se llama María y es la descendiente de un almirante y lo quiere encontrar. Y yo me quiero quedar al lado de ella, ver esta película. Cuando está por encontrarlo, tengo mi segundo coma y de pronto me doy cuenta de que si sigo a su lado el que se va a morir voy a ser yo. Que lo que yo tenía no era amor por la vida, sino por la muerte.

¿Todas sus historias surgen de la realidad?

Sospecho que sí. Pero tengo más en cuenta lo verosímil que la realidad. No me gusta notar la mentira, una exageración. Pero, mientras no me avive, prefiero que me hagan el cuentito.