20 de noviembre de 2008

Claudio Magris: "La memoria es un continente sumergido"

Claudio Magris (1939) es un escritor italiano cuya novela "Danubio", publicada en 1986, lo posicionó como el mejor y más interesante mediador cultural entre su país y la cultura alemana. Su obra narrativa frecuentemente se mezcla con las retóricas del ensayo y la vitalidad del relato de viajes. Con la novela "Microcosmi" (Microcosmos, 1997) ganó el prestigioso Premio Strega, y en "La mostra" (La exposición, 2002) narró la historia del pintor triestino Vittorio Timmel (1886-1948), que murió en un manicomio. En 2004 recibió el Premio Príncipe de Asturias. En 2005 apareció "Alla cieca" (A ciegas), y en 2006 su última novela "Lei dunque capirá" (Así que ustéd comprenderá). Muchos de sus libros siguen inéditos en español, y a pesar de su relevancia internacional, en Buenos Aires sigue siendo prácticamente un desconocido. El escritor, periodista y traductor argentino Blas Matamoro (1942) lo entrevistó para la edición del 12 de febrero de 2006 del diario "Perfil".Veo en "Microcosmos" ciertas similitudes con "Danubio".

Casi siempre mis libros tienen un comienzo casual y me revelan una razón profunda, íntima. Es como si necesitaran una causa extrema para surgir a la superficie. "Danubio", por ejemplo, se me ocurrió en 1982, en la frontera eslovaca, donde estaba de viaje con mi mujer. Al visitar el Museo Danubiano se me presentó la idea de hacer un libro sobre el río. "Microcosmos" se origina en el verano del '91, cuando "Il Corriere della Sera" nos pidió a algunos escritores artículos de viajes. Mi idea era hacerlo sobre Grado, pero no la ciudad histórica ni el balneario, sino sobre la laguna. Mi mujer me impulsó a emprender una suerte de libro sobre el continente sumergido: la memoria. La estructura estaba dada; un viaje que fuera, al mismo tiempo, un ensayo autobiográfico. Los parecidos entre "Danubio" y "Microcosmos" son evidentes, ambos resultan de una mezcla de reflexión y narración, de cultura e inmediatez.

¿Hay ahí una síntesis de dos modelos de viaje? Pienso en el viaje ilustrado, dieciochesco, que consistía en salir al mundo con el propósito de conocerlo, y en el viaje romántico, ese dejarse ir sin rumbo fijo.

"Microcosmos" es una mezcla de ambos modelos. No se trata de un gran viaje, como "Danubio". En este libro, el narrador sale al mundo, va en busca de espacios que no son habituales. En "Microcosmos" los espacios son inevitables. Es un vagabundeo cotidiano. El gran mundo, el macrocosmos, es el Danubio. El otro, justamente, es el microcosmos. Son dos dimensiones del mismo mundo pero dos vivencias muy distintas. Los eventos, por el contrario, son los mismos: guerras, revoluciones, éxodos, destierros, el campesino de Grado que estuvo peleando en Siberia, el cliente del café San Marcos cuya biografía ignoro. En todo caso, gente que cae en sus acontecimientos como cualquiera queda atrapado en la enfermedad, el amor o la muerte. Acontecimientos no deseados, pero que constituyen la vida de cada uno de nosotros, nuestro destino.

¿Nunca pensó en escribir una autobiografía?

No. Lo autobiográfico, obviamente, me interesa, pero en la medida en que las cosas que me atañen no son sólo mías. Y en esa medida, me escapo de lo autobiográfico. Un libro de memorias o una autobiografía me limitarían mucho, sería un inconveniente por sus limitaciones formales.

Muchas veces su obra parece deslizarse del ensayo a la ficción.

Sí, con algunos matices. Empecé como ensayista, aunque no monográfico. Pienso en "Il mito Asburgico nella letteratura austriaca moderna" (El mito Habsbúrgico en la moderna literatura austríaca) y en el ensayo sobre Josef Roth, "Lontano da dove" (Lejos de dónde), en el cual Roth era un pretexto para hablar de la literatura judía como literatura de la extrañeza, de la otredad. Después apareció la novela, mucho más tarde.

Y también está el periodismo...

La redacción de artículos es fatigosa para mí. Le dedico mucho tiempo y mucha atención. Aprendo mucho de este tipo de trabajo. La crónica, especialmente, porque lleva la mirada a un hecho pequeño en el cual, de manera imprevista, aparece el mundo.

La gran referencia de su obra es el Imperio Austrohúngaro.

Mi educación intelectual no fue, en sus comienzos, alemana ni austrohúngara. Pertenezco a una familia cuya cultura era italiana. Mis mayores influencias literarias, salvo Svevo y Kafka, son ajenas al mundo germánico. En lengua alemana estrictamente, también rescato a Musil que, como Kafka, era un ciudadano austrohúngaro. Lo que me interesa de ese mundo es su duplicidad. Por un lado, la imagen de la unidad y la armonía; por el otro, una extraordinaria cultura de la crisis moderna. La vida como totalidad unificada era una propuesta ética: la acción paralela de Musil, la decadencia, el vacío, y a la vez, la resistencia al nihilismo. En lo personal, mi historia con el Imperio es breve. Estudié en Turín y en algún momento tuve nostalgia de Trieste. Cuando volví a la ciudad fui a sus antecedentes, a una Triestre prenatal, y ahí me encontré con Austria-Hungría. He sido un apasionado del Imperio, pero no en plan monogámico. Cambié de pareja varias veces.

En tiempos de la monarquía de los Habsburgo, Trieste fue la primera ciudad fuera de Viena donde prosperó el psicoanálisis, en la persona de Edoardo Weiss.

Me interesó Freud en el contexto del Imperio. De sus hallazgos hay uno grandioso que es el mecanismo de las emociones. El resto ya me parece caduco. Está muy marcado por su siglo, por la obsesión sexual de la época. Más que el psicoanálisis, me interesa la figura de Freud, este señor clásico, melancólico y paterno, que estudia el orden patriarcal burgués para descubrir aquello que lo destruye. En el dominio triestino, el psicoanálisis tiene una gran riqueza de aventuras personales. Weiss se tuvo que escapar porque sus clientes se contaban sus historias unos a otros y la sociedad pensó que eran indagaciones de orden inmoral.

¿Qué maestros y tradiciones culturales rescata?

Como tradición en general, la italiana democrática del Resurgimiento, que llega a Mazzini y De Sanctis, y tiene especial relevancia en la cultura triestina. Si se quiere, me identifico con la línea que confluye en el Partido de Acción, de breve historia en la posguerra, que intentó construir una izquierda que conciliara socialismo, liberalismo y democracia. Si se trata de nombres literarios, señalo a Leopardi.

Pero Leopardi es la contrafigura del Resurgimiento...

Sí, pero yo lo leo desde Baudelaire. La crítica no oscurantista, no reaccionaria, al progreso.