26 de noviembre de 2008

Michel Houellebecq: "Creamos un sistema en el que se ha vuelto imposible vivir; y por si fuera poco, lo seguimos exportando"

Existen al menos tres escritores que desde hace un tiempo sacuden el tedio de la literatura francófona: Frédéric Beigbeder (1965), Amélie Nothomb (1967) y Michel Houellebecq (1956). Este último es, sin dudas, el escritor francés más vendido. Traducido a más de veinte idiomas, despierta odios y devociones extremas. El es uno de los primeros franceses en describir su país como es en la actualidad y lograr que sus libros se vendan. Su universo no parece complejo. Supermercados reemplazando los simpáticos almacenes de barrio, profesionales exitosos desangrados de deseo, situaciones sórdidas y mucha soledad. A veces su cinismo pesimista resulta artificial, tanto o más irreflexivo que cualquier idealismo. Sus libros están habitados por las que parecen ser sus obsesiones habituales: el amor, el sexo, la religión, la muerte -siempre retratadas en el marco de la violencia actual-, y no más aparecer, generan discusiones sociológicas y morales a nivel internacional. Se dice de él que usa el escándalo como una herramienta, sin embargo, en "Interventions" (El mundo como supermercado) incluyó el ensayo "Jacques Prévert est un con" (Jacques Prévert es un imbécil), lo que, más que una provocación, es sencillamente un insulto. En París, el escritor argentino Gonzalo Garcés (1974) entrevistó al autor de ficciones contemporáneo más urticante para la edición del 18 de diciembre de 2005 del diario "Perfil".
Usted contó cómo, a partir de los quince años, se fabricó un perfil de genio atribulado, "capaz de planear en las altas esferas del pensamiento, pero aquejado de terribles complejos físicos". ¿No le da lástima romper el encanto?

Pero es que no soy inmortal. Si no digo las cosas ahora, ¿cuándo? No tengo por qué hacer acopio de reservas. No me voy a comportar como si tuviera un "stock" de espectáculos que administrar a largo plazo. Que no hay otro autor como yo en la actualidad, es evidente. Eso no me va a impedir morirme.

Los suburbios de París todavía humean después de los sucesos de noviembre, con gente joven y pobre y magrebí quemando autos y tirando cócteles molotov en escuelas y llamando a "carbonizar a los policías". Usted es conocido en todo el mundo por su desprecio al Islam y es acusado de coquetear con la ultraderecha y con el racismo. ¿Cree que detrás de esto hay un problema religioso?

No lo creo. La gente de los suburbios no es especialmente religiosa. Sucede, simplemente, que son cada vez más en un país que tiene cada vez menos para ofrecer. Y que va a tener cada vez menos, porque Europa está decayendo respecto de Asia. No es el Islam lo que está en juego, sino la pobreza pura. Los países de Europa ya no son competitivos y al mismo tiempo Africa y Oriente Medio van a seguir empobreciéndose.

Recuerdo un pasaje de "Les particules élémentaires" (Las partículas elementales): "¿Cuánto tiempo podía resistir la sociedad occidental sin una religión cualquiera?". La religión también juega un papel importante en "La possibilité d'une íle" (La posibilidad de una isla), su nueva novela, cuyo protagonista -en lo peor de una depresión- adhiere a una secta que, cuando su líder es asesinado, sus acólitos ponen a su hijo en su lugar y anuncian que el Profeta ha sido clonado, asegurándose la vida eterna. Bastante triste esta religión que empieza con un asesinato y una superchería.

Sí, bueno, suele ser el caso. Sentí que captaba los elementos característicos del comienzo de las religiones. La sangre, en primer lugar; y después hechos, digamos, difíciles de creer. Del tipo de: "Cristo resucitó tres días después de la crucifixión". Realmente no puede ser; es un insulto a la razón. Así y todo, no deja de ser notable la velocidad con que la visión materialista del mundo sustituyó a la religión, que hasta hace poco vertebraba casi todos los aspectos de la vida. Ese proceso está consumado.

No en todas partes del mundo.
No, pero digamos que es el mundo en el que yo crecí.

Usted escribió que una sociedad tecnificada es incompatible con la religión. Pero Estados Unidos es un país religioso.

Sí. Es una contradicción total. Razón de más para ir allá. Es lo que está haciendo Bernard Henri Lévy: fue a Estados Unidos un poco como Tocqueville, para entender qué pasa. Es una buena idea. Yo no sé por qué el catolicismo se derrumbó tan rápido en Europa. Es tan raro... y es un vacío que nada viene a llenar.

Se habla mucho de su asociación con la secta de los raelianos. Algunos dicen que es miembro; otros, que "se infiltró" para documentarse. Lo cierto es que asistió a varios seminarios y que su fundador Claude Vorilhon, alias Rael, se declara encantado con usted, tanto que le concedió el título honorario de "gran sacerdote." ¿De verdad los raelianos le parecen una alternativa?

No. Les tengo simpatía, nada más. No creo que sean una secta peligrosa, me parece que son más bien benéficos.

Usted es capaz de afirmar que "el amor, como la compasión, es un mito inventado por los débiles". Luego no tiene empacho en escribir: "Inmenso y admirable, decididamente, era el poder del amor".

Sí, para colmo es cierto: es admirable. Hay que ser ingenuo cuando la realidad es ingenua. Me parece que hace falta coraje para no ser cínico. Yo, en eso, sentí muy pronto que salía de la media francesa. Acá las parejas pueden estar en pleno divorcio y presentar una imagen unida, o amistosa.

¿No es su caso?

Sí... En realidad, sí. Pero no tanto como la mayoría. Todo se puede venir abajo y los franceses no dudan en decir que anda todo bien.
Usted dice también que el amor ya no puede manifestarse en la sociedad actual.
Sí, el problema del amor es lo más grave, a largo plazo. Eso va a ser una verdadera mutación. Algo que va más allá de toda sociedad.
¿Cómo es eso?
Bueno, digamos que la sociedad moderna se funda en la pareja y en la familia. Y si éstas desaparecen, vamos a tener algo diferente de los últimos mil años de la humanidad. Lo que desaparece es el hecho de constituir una célula, y lo que viene es una especie de nomadismo general.
En su última novela hay una pareja que parece funcionar, pero termina separándose porque el deseo sexual desaparece.
Es lo que suele ocurrir, sí.
Pero en otras novelas usted proponía formas de paliarlo: por ejemplo, los clubes de intercambio de parejas. Ahora no ofrece ninguna solución. ¿No la hay?
Eh... A lo mejor es que me volví más pesimista. En otra novela mía, "Plateforme" (Plataforma), hay una frase intermedia: "El intercambio de parejas tiene aproximadamente tantas posibilidades de éxito hoy como el autostop en los años setenta". Y es cierto que para una pareja existe la posibilidad de ir el sábado a la noche a un club de "swingers", reavivar la libido que declina... Es una fórmula inteligente. Lo que pasa es que ya no creo en ella. Todo se volvió más duro. Tengo un amigo que murió, el escritor Guillaume Dustan. Era muy polémico, porque había declarado que hacía el amor sin preservativo. Y se murió; no de broma, se murió en serio. Normalmente, en esos casos hay alguna especie de homenaje. En lugar de eso, todo el mundo lo señaló con el dedo. Fue una mezquindad. La situación en los suburbios es lo mismo: ya existía antes, pero es cada vez más duro. La gente tiene ganas de violencia.
¿Espera más conflictos?

El Islam es un epifenómeno. Que recibamos a africanos de origen cristiano o musulmán no va a cambiar gran cosa. Sucede, simplemente, que a nivel mundial estamos perdiendo la batalla económica. La gente llega con esperanzas, es verdad que somos más ricos que ellos. Así que se produce una vasta redistribución. En efecto, la guerra civil es lo que podemos razonablemente esperar a mediano plazo. Ni siquiera intento decirlo en tono profético, porque me parece estar enumerando obviedades.

Pero la izquierda, en Europa, intentó construir. ¿Qué pasa, por ejemplo, con la Constitución de la Unión Europea? Usted se declaró encantado de que los franceses la hayan rechazado.

Sí, eso estuvo simpático.

¿Por qué?

Porque... fue más idealista. Todos los partidos políticos estaban a favor del "Sí" y la gente votó por el "No". Y me parece bien que hayan tenido el coraje, por una vez, de votar contra aquellos que supuestamente los representan. Siempre es agradable que la gente se atreva a hacer lo que quiere.

¿Conoce algo de literatura argentina?

Debo disculparme. El único escritor argentino que conozco es Borges.

Y, ¿qué le parece?

Que está bien. Soy de cultura francesa, ¿sabe? Soy limitado.

Una revista francesa me reveló que el 57% de los franceses se considera "feliz". Sin embargo, también piensan que la crisis va a agravarse.

La muerte está a la vuelta de la esquina, pero seguiré siendo un hijo de esta Europa repleta de inquietud y vergüenza. No tengo mensajes de esperanza para dar. No siento odio contra Occidente, sólo un enorme desprecio. Creamos un sistema en el que se ha vuelto imposible vivir; y por si fuera poco, lo seguimos exportando.