23 de noviembre de 2008

Sylvia Iparraguirre: "El cuento no es un género fácil"

Sylvia Iparraguirre (1947), egresada de la Carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires, ha trabajado en el Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y en el Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), dedicándose al estudio de la sociolinguística. Ha publicado los libros de cuentos "En el invierno de las ciudades", "Probables lluvias por la noche" y "El país del viento"; las novelas "El parque", "La tierra del fuego" y "El muchacho de los senos de goma", y el libro de ensayos "Tierra del fuego, una biografía del fin del mundo". Cuenta, además, con una larga trayectoria como ensayista y crítica, y sus trabajos fueron publicados en los diarios "Clarín" y "Página/12" de Buenos Aires, y en las revistas culturales "ETC", "Contexto", "Puro Cuento" y "Tramas" de Argentina y en "Cuadernos Hispanoamericanos" de España. Sus cuentos figuran en diversas antologías del país y del exterior y fueron traducidas al inglés, alemán, italiano, holandés, portugués y francés. En 2005 decidió reunir toda su producción cuentística a la que agregó nuevos textos inéditos y publicó bajo el nombre de "Narrativa breve". De esa edición habló con la periodista Sonia Budassi en la entrevista publicada por el diario "Perfil" del 24 de diciembre de 2005.Llaman la atención los textos inéditos del final del libro. Parecen más libres en cuanto al género...

La libertad pasa por otro lado. Uno puede sentirse muy libre diciendo todo lo que tiene para decir en un cuento estricto. El cuento no es un género fácil, pero con los años y la experiencia de escritura, uno lo va conociendo hasta que ese género que parece estrecho te da libertad. La prueba son los grandes cuentistas que en tres páginas pueden hacerte de una experiencia de lectura inolvidable: Quiroga, Borges, Salinger, Maupassant, Chejov o Katherine Manfield. La libertad no es genérica, es el manejo del cuento lo que te da la libertad.

Entonces, ¿por qué elegiste este formato más bien híbrido para cerrar "Narrativa breve"?

Porque esos textos aparecieron de una manera un poco diferente de como aparece un cuento que, en mi caso, es un recorte en el tiempo de una situación que yo trato de fijar, donde los límites no siempre son precisos aunque haya un final. Estos otros textos cortos aparecieron frente a otro estímulo, un poco misterioso: aparecieron porque sí. Dejé que fluyeran tal cual aparecían sin proponerme nada con anterioridad al texto mismo, busqué que dijeran lo que tuvieran para decir dentro de sus propios límites. Hay una enorme heterogeneidad. Personajes reales, situados en otra época, otros inspirados en escritores por los que tengo cierta devoción. Suelen surgir mientras estoy trabajando en otras cosas.

Entre los personajes reales que aparecen está Walt Whitman, al lado de novelistas como Flaubert. ¿Sos también lectora de poesía?

Nada más que lectora, placentera y agradecida. Sigo un consejo de Bradbury, que decía que antes de escribir prosa hay que leer poesía, ya que te pone en contacto con una dimensión expresiva del lenguaje que va más allá de la prosa.

Hay un evidente cambio de universos. En los primeros cuentos el entorno es urbano, y luego todo pasa en la Patagonia y en un contexto histórico. ¿Cuál fue el punto de inflexión?

En el primero y segundo libros aparece lo urbano y las experiencias de pueblos chicos de la provincia, que forman parte de mi experiencia personal, ya que nací en un pueblo. El paso al tema de la Patagonia tiene que ver con mi novela "La tierra del fuego". Para ese libro me documenté mucho, viajé al Sur para ver dónde habían sucedido los hechos que yo narraba. Fue un amor muy intenso con la Patagonia. Ese paisaje y esa historia entraron en mí con una intensidad muy fuerte. Es una historia que aún hoy se está haciendo, hay una temporalidad muy distinta con respecto a lo que se vive en Buenos Aires. Más allá de eso, está la lectura que hice de la historia. En el país del viento, los cuentos están enmarcados en sucesos históricos.

Recién mencionabas que en la Patagonia existe otra temporalidad, ¿cómo es eso?

La famosa modernidad no ha llegado a los bordes del país, es como se ve en las películas de Carlos Sorín. Hay distancias enormes y la gente a veces tiene que viajar muchos kilómetros para trabajar. En general, a caballo. Hay sociedades rurales, pequeños pueblos donde no ha llegado la luz, a no ser en los almacenes de "ramos generales", y ahí posiblemente haya un televisor. Y se produce una cosa muy contradictoria y compleja, porque gente que vive de manera muy precaria sufre una homologación que no es muy feliz, en términos generales.

¿Te parece que a la Patagonia le falta un sistema de representación propio?

No; creo que hay mucho movimiento, en especial con la poesía. Hay editoriales independientes que difunden, sobre todo, poesía.

¿Por qué la Patagonia?

Se reúnen varias cosas en torno a la Patagonia, a por qué ese llamado a escribir sobre ese territorio. En principio tiene que ver con mis lecturas de adolescente: fui una devoradora de libros de aventuras marítimas. Siempre me gustaron; de hecho el primer libro que leí fue "Robinson Crusoe". Leí mucho a Melville, Conrad, Jack London, Mark Twain, autores que trazaron como una frontera, con humor, con una especie de desparpajo. Al mismo tiempo siempre me atrajo la literatura del siglo XIX, los grandes viajes, los lugares exóticos. Y luego está la atracción enorme que ejerce la Patagonia; no hablo de turismo, naturalmente, sino de un espacio en el que todavía se conserva cierto salvajismo en el viento, en la soledad, que permite imaginar lo que tiene que haber sido ciento cincuenta años atrás, cuando llegaron los pioneros, los buscadores de oro, los que naufragaron allí. Y sobre todo las etnias, los grupos humanos que vivieron allí desde hace trece mil años o más. Cuando me crucé con la historia de Jemmy Button entraron a funcionar las afinidades con ese lugar. He ido muchas veces al sur, conozco muy bien la costa, la meseta santacruceña, los lagos, los glaciares, el Beagle; cruzar el Estrecho de Magallanes es una experiencia increíble. Son cosas que tienen un fuerte magnetismo.

Personajes muy distintos y con mucha potencia.

A fines del siglo XIX hubo un remolino de gente muy heterogénea, buscadores de barcos, tipos como Popper, que quiso hacer su propio país ahí adentro. Y el encuentro tan traumático entre los cazadores de focas y los balleneros, gente muy bestial, y los indígenas. Los ingleses, y todos los intereses geopolíticos que confluyeron en la lucha de los imperios. Y las intenciones de evangelización. Todo eso hizo que en un período de treinta años los grupos étnicos prácticamente desaparecieran. Es una especie de laboratorio sociológico, etnográfico.

¿Qué reúne a los cuentos de "El país del viento", más allá de la pertenencia al territorio?

Luego de investigar y escribir los dos primeros libros sobre la Patagonia entré muy en profundidad: hay mil libros para hacer, muchos personajes e historias. Cuando me puse a escribir los primeros cuentos las anécdotas venían solas, porque leí muchísimo de la zona, y se dieron estos cruces de contextos reales con personajes de ficción. Algunas historias tienen que ver directamente con sucesos, como "En el sur del mundo"; otras con conjeturas, como "El Boheme": supuestamente a fines del siglo XIX las compañías hacían hundir los barcos para cobrar el seguro y cambiar por otro a vapor. Cada uno de los cuentos tiene que ver con un entorno real, pero también con la literatura, deudas con viejos amores: "24 kilos de oro" tiene que ver con Mark Twain: mientras lo escribía me hablaba al oído. Es un escritor al que siempre vuelvo, me produce un gran placer.

¿Qué narradores de la Patagonia rescatás?

"Fuegia", de Eduardo Belgrano Rawson, naturalmente. Hay muchísima gente que escribe sobre la Patagonia allí mismo, libros que acá casi no tienen circulación. En Tierra del Fuego hay dos o tres sellos editoriales que publican cuentos, relatos históricos...

¿Qué repercusiones tuvieron tus libros allí?

Son lectores estupendos. "La tierra del fuego" fue declarada de interés provincial en Ushuaia, y en Comodoro Rivadavia está como libro de texto en los colegios. La gente de allá tiene el paisaje delante, y entonces siente que el libro le habla muy directamente. Estoy feliz cuando voy a presentar un libro al Sur. También se dieron cosas bastante particulares: cuando presenté la novela en Ushuaia el jefe de una comunidad descendiente de onas, Rafael Maldonado, me mandó a pedir el libro. Me pareció hermoso: sentí como que la Tierra del Fuego aceptaba la historia.

¿Te molesta quedar encasillada como novelista histórica?

Tengo mucho respeto por la novela histórica, con salvedades. Para mí implica una posición frente a la historia y a la historiografía que el autor debe tener presente cuando va a escribir. En la literatura latinoamericana hay ejemplos ilustres: "El siglo de las luces" de Alejo Carpentier o "Yo, el supremo" de Augusto Roa Bastos. Ellos toman el discurso oficial y brindan otro punto de vista. En la Argentina podría señalar "Sota de bastos" de Héctor Tizón, "Zama" de Antonio Di Benedetto, "La revolución es un sueño eterno" de Andrés Rivera. Esas son las novelas en cuya tradición me gustaría ubicarme.

Luego de haber estado en el centro del debate literario desde las páginas de "El ornitorrinco", ¿cómo ves el panorama actual?

Está faltando el elemento político e ideológico en el centro de la discusión. Tiene que ver con procesos complejos como la globalización, todo lo que pasó en los '80 y los '90, cosas que exceden la literatura pero de las cuales forma parte. El escritor no sólo escribe; es un ser en el mundo, preocupado por cuestiones como la marginación y la pobreza. No veo que haya polémica, tampoco debates estéticos profundos. No tengo explicaciones, pero es claro que la figura del escritor ha cambiado y hoy ya no tiene el peso de autoridad que tenía en otra época.