30 de agosto de 2008
Conversaciones (VIII). José Donoso - Mempo Giardinelli. Sobre cuentos y novelas
M.G.: ¿Cómo fue tu relación con el cuento, cómo se inició?
J.D.: Fue lo primero que escribí y lo primero que publiqué: dos cuentos escritos en inglés, cuando era estudiante en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos. Tenía 22 años. Yo leía mucho cuento, pero mi intención ya era más bien novelística. La construcción de mi imaginación es más novelística: me gusta la forma generosa, desparramada, caudalosa. No soy un tipo escueto, para nada. Pero amaba el cuento, en particular el norteamericano y el inglés. Lo que se escribía entonces me impactó mucho: el primer Truman Capote, Carson McCullers, Eudora Welty; los escritores del sur, una generación muy brillante. Y en Princeton era el momento del redescubrimiento de Henry James, a quien leí y estudié. Te hablo del año 48, 49, y me entusiasmé con la sutileza y el regodeo de James. En mí había, claro, una larga vocación de escritor pero supongo que no me atrevía todavía a una "Moby Dick", por lo que me quedaba aún en la fascinación de los cuentos de Melville, o de Sherwood Anderson. No le quito nada a los rusos o a los franceses, pero la suma del cuento norteamericano contemporáneo, desde el siglo XIX, es algo muy importante, te fijas. Algo muy espléndido.
M.G.: Tu producción cuentística es mucho menos conocida que tus novelas. ¿En qué consiste tu cuentística y qué significa para ti?
J.D.: Bueno, luego de esos dos en inglés, tengo siete cuentos en mi primer volumen, que se llama "Veraneo y otros cuentos". Los escribí en mi juventud y los publiqué cuando tenía veintinueve años. Están escritos un poco a la sombra de Neruda, o en lugares nerudianos, como siempre escribí. Luego vino mi novela "Coronación" y después otros cinco cuentos, que reuní en un volumen llamado "El charleston". Y esa es toda mi producción cuentística.
M.G.: ¿Por qué lo abandonaste?
J.D.: No lo abandoné. En realidad, lo que pasó fue que me incliné hacia un género del que creo que me adueñé bastante, y del que me parece que soy uno de los pocos cultores que existe en la literatura latinoamericana: la "nouvelle", que es novela corta o cuento largo. Escribí "Tres novelitas burguesas" y años después "Cuatro para Delfina". Son cuentos-novela en realidad, y es un género que lo he heredado directamente de la literatura inglesa. Los ingleses son los creadores de ese género.
M.G.: ¿Qué distinguiría a la "nouvelle" del cuento y de la novela?
J.D.: Pues, a ver... El cuento corto es un destello. O debe serlo, o tiende a serlo. Como decía Joyce, cada cuento es una epifanía, se construye alrededor de una epifanía; y ahí están los "Dublineses", que son cuentos magistrales. En el otro costado, la novela es como un saco, una bolsa, en la cual se puede meter todo y donde es tan rico que esté todo; y de repente uno agita el saco y se reordena toda la porquería que hay adentro, y adquiere fuerzas distintas, tú ves, le das un golpe por acá al saco y se pone chueco del otro lado, y así, es una forma muy dúctil, que obedece mucho a las manos de cada escritor. La forma difícil, creo yo, es la "nouvelle", no tanto para escribirla sino para comprenderla, como forma. Yo diría que es un círculo mucho más cerrado que la novela; no hay una epifanía como en el cuento pero no es un saco tan vasto como la novela. Tiene una estructura interna mucho más definida: pasa algo en la "nouvelle", algo definitivo, pero pasa lentamente.
M.G.: Tu generación, que es la del llamado "boom", practicó el cuento. En general, lo practicaron todos. Sin embargo, el gran desarrollo de esa literatura latinoamericana, la fama, la aceptación popular, pareciera que fue de la mano de las grandes novelas, que son las que definen a esa generación. ¿Qué opinas de ello?
J.D.: Yo diría que eso es cierto en algunos casos. Porque fíjate que Rulfo no es sólo "Pedro Páramo", y si tú prescindieras de "Rayuela" igual quedaría el Cortázar de sus cuentos. Pero de todos modos creo que la respuesta pasa por otro lado y es que mi generación fue una generación novelísticamente muy pretenciosa. En el sentido de que quiso dar una respuesta al mundo contemporáneo. Fue una generación de novelas enciclopédicas, con un deseo de universalidad, de trascendencia enormes. Hay una cosa megalómana, que no va con la cuentística y sí va con la novela. Y en algunos casos, esa ambición megalómana fue cumplida ampliamente. No nos pondremos a enumerar, pero en algunos casos que todos conocen se cumplió de manera espléndida, ¿no?
M.G.: Cuando juzgas un cuento, cuando lo saboreas o lo rechazas, ¿cuáles son los elementos en que basas tu juicio? ¿Cómo se rige tu sensibilidad, tu gusto estético? ¿Abordas un cuento o dejas que él te aborde a ti?
J.D.: Primero debo decir que soy, ante todo, un lector de novelas, y un lector sempiterno. Pero igualmente, cuando leo cuentos no me guío por un sentido mecánico. Le aplico los mismos gustos que le aplico a una novela: una buena escritura, una inteligencia, una visión ambiciosa de lo que es la vida. Hay cuentos que en cinco páginas te pueden dar todo eso; ahí están los de Juan Rulfo, por ejemplo. Los leo y requeteleo; "Macario" es uno de mis preferidos.
M.G.: ¿Cuáles son los mejores cuentos que leíste en tu vida?
J.D.: ¿Universales? Algunos norteamericanos, aunque no los de Poe, de quien no soy un gran admirador. "Myriam", de Capote, me es inolvidable. Algunos de Cortázar, "Casa tomada", que a mí me enloquece, me encanta probablemente porque yo ando por esos mismos rieles. Alguno de Borges, claro, como "Funes, el memorioso". Otro que no puedo dejar de mencionar es "Lo real", de Henry James. Los cuentos de James son extraordinarios, porque son cuentos que analizan el fenómeno de la percepción artística sin tocarla; son una elipsis permanente.
M.G.: Siempre sucede que responder la pregunta anterior lleva a definir el cuento que le gusta al entrevistado. En tu caso, ¿es lo temático lo que más te importa; no te interesa la técnica?
J.D.: Claro que no, para nada. Me interesan otras cosas, como la teoría, pero no me importa la mecánica. Creo que un cuento, o una novela, puede ser mecánicamente muy pobre y de un gran significante. El caso típico es "Los endemoniados", de Dostoievsky, que técnicamente es una porquería. O "Los miserables", de Víctor Hugo, que es una de las novelas más mal escritas que pueden existir, te fijas, y sin embargo es una gloria de la literatura. A mí lo que me interesa es pensar qué parte de la experiencia humana -o qué partes- se contiene en una frase.
M.G.: Hay un valor en materia cuentística que, en Argentina, y en general en Latinoamérica, parece toda una moda: la espontaneidad. Y por lo mismo que tú señalas -el destello- pareciera que si un cuento es espontáneo, ya tiene valor. Importa la vertiginosidad, la vuelta de tuerca, el final inesperado...
J.D.: Yo no estaría de acuerdo con eso. En absoluto. La espontaneidad psicológica del autor no tiene importancia; lo que importa es convencer al lector de que ha habido espontaneidad en la creación. Me parece más relevante el artificio de la espontaneidad, que la espontaneidad misma.
M.G.: ¿Para lo cual hace falta técnica?
J.D.: Hace falta mucha teoría.
M.G.: Y lectura. Y talento, como bien señala Denevi. ¿Pero qué es eso de la teoría? ¿Reglas, leyes? Cortázar fue uno de los que teorizó sobre el cuento, Valadés lo ha hecho, el mismo Borges. Personalmente, creo que no hay tales leyes ni puede haberlas. Cada cuento impone su ley propia. ¿Tú qué crees?
J.D.: Para mí, cada cuento tiene su propia biografía, y al nacer lleva determinado en sus genes lo que va a ser. Hay una genética cuentística, ¿no crees? Así como los genes determinan lo que el ser humano desarrollado va a ser, en el cuento pasa lo mismo. En la literatura. Y lleva marcada la serie de leyes que van a gobernar su crecimiento. Y hay cuentos que necesitan este grupo de leyes, y cuentos que necesitan un grupo de leyes contrarias. Hay, sí, muchas teorías, pero honradamente creo que la gente, o los escritores, suelen pensar que una cosa mata a la otra, y que si tú escribes un cuento espontáneo es porque hay que escribirlo así y no porque se puede escribir uno espontáneo y los otros pueden ser totalmente un artificio. O hay otros que dicen que el cuento es un artificio y todos los otros son malos; y entonces se está totalmente en contra de la espontaneidad. Y yo creo que debemos aceptar -yo lo acepto- la variedad. Me gusta la variedad, y aún la contradicción, en los cuentos de un mismo autor. Eso es precioso: la variedad está en el genio del tipo. Los escritores somos muy mentirosos, tú sabes, y mentimos mucho sobre nuestras propias obras, de las que no entendemos nada, absolutamente nada. No sabemos ver nuestra obra.
M.G.: Por eso hacen falta los críticos, mal que nos pese en ocasiones. Y por eso Jorge Ruffinelli dice que "a la literatura la hacen los críticos; los escritores sólo escriben libros".
J.D.: Claro, porque en el escritor hay algo de anarquista. Uno escribe realmente sólo lo que se le antoja, lo que le viene, lo que en un momento dado se le ocurre. En mi caso, mira, la prueba más grande es que jamás he pertenecido ni a un club de fútbol, ni a un partido político, ni a una clase social definida, ni a nada. Yo por eso no me embarco con ninguna teoría, tampoco en literatura. Pero atención: me interesa la teoría como forma de saber. Como forma de aprendizaje, de interpretar, como elucubración. Porque la literatura no es sólo lo que se escribe, sino también aquello sobre lo cual se escribe. Y por eso ahora hay tanta literatura sobre la literatura.
M.G.: En tu obra se nota lo permisivo, lo no encorsetado. Hay transgresión y hay mucho de ilimitado. No en vano, y creo que simbólicamente, una de tus novelas se titula "El lugar sin limites". ¿Te gusta ser así, o te lo censuras?
J.D.: Ni lo censuro ni lo aplaudo, yo soy eso. Soy permisivo conmigo mismo, también. Es una actitud de vida, no una actitud literaria.
M.G.: Para muchos, el problema del cuento es su indefinición. Mucha gente no puede vivir si no le definen las cosas...
J.D.: Ah, pero yo no voy a ser quien ofrezca solución alguna para el problema del cuento. No sé cuál es la solución. Se me ocurre que no debe haberla. Y es que si la hubiera, ya alguien habría escrito el cuento perfecto. Y nadie ha escrito el cuento perfecto, te fijas, porque si alguien lo hubiese escrito ya no habría la necesidad de escribirlo. Esa es la magia de la existencia, es la magia de estar vivo: todo el tiempo uno está buscando una solución para algo que uno sabe que no tiene solución.
M.G.: ¿Somos tenaces o irresponsables?
J.D.: Yo creo que Dios es el irresponsable, verdaderamente, si es que lo hay. Porque nos dio la facultad y la ambición de saber la verdad, pero nos ocultó la posibilidad total de saberla. Es el hombre el que empuja más y más el muro de la oscuridad. Y esa extraña invención del hombre que es Dios -Dios fue creado por los hombres, como todos sabemos- nos tiraniza más y más.
M.G.: ¿Un escritor cambia con los años, Pepe?
J.D.: ¡Por cierto! Pero sólo si la palabra cambio no significa dejar de ser sí mismo. Quiero decir: mi hija, que es muy cruel conmigo, tiene diecinueve años y puede darse ese lujo, y es muy mala lectora, no le gusta la literatura y le da mucha vergüenza que yo sea escritor -y me lo dice y peleamos el día entero-, ella me dice que yo creo que escribo novelas distintas y en realidad estoy siempre escribiendo la misma novela. Desde "Coronación" hasta "La desesperanza". Y por eso a ella no le interesan mis novelas, porque leyendo una dice que las ha leído a todas. Un crítico norteamericano me ha dicho que todas mis novelas se estructuran igual: en el centro hay una casa, un espacio cerrado, ya sea burdel, mansión, convento, casa decadente. Una casa que significa una estructura y un orden; un interior ordenado que es amenazado por el exterior, que tiende a destruirlo. Yo traté de que no fuera así en mi última novela, "La desesperanza", pero no pude evitarlo. Menos evidente, pero me salió una casa al medio.
M.G.: ¿Y por qué tratar de evitarlo?
J.D.: Ah, porque uno siempre trata de saltar más allá de su propia sombra, te fijas. Y con los años, uno cada vez quiere escribir una novela nueva. Uno escribe diferente. En este período de mi vida, cuando tengo sesenta y tres años, estoy escribiendo muy gozosamente, en oposición a un no goce anterior. Yo escribí con dolor, incluso dramáticamente. Porque toda novela mía conlleva una somatización de una enfermedad grave: "El obsceno pájaro de la noche" me produjo un derrame de úlcera; "Casa de campo" me produjo un síncope en casa de Luis Buñuel y perdí la memoria y no sabía quién era; y curiosamente me acaba de suceder el año pasado: el día que le mandé los originales a la Carmen Balcells tuve una embolia y me quedé, fíjate, sin palabras; me quedé sin poder hablar. Perfecto, ¿no?
M.G.: El éxito, ¿también cambia al escritor?
J.D.: Me imagino que sí...
M.G.: La verdad. Pepe, con el corazón en la mano...
J.D.: Sí, claro, Mempo, si yo soy una persona infinitamente vanidosa... No cuesta nada decir esta verdad, te fijas. Si uno quisiera ser solemne, diría que lo que cambian son las exigencias, las expectativas ajenas. Pero yo diría simplemente que el éxito lo cambia a uno permitiéndole una mejor relación con la literatura. La página en blanco ya no es tu enemigo. No te sientas a la máquina, en la mañana, sintiendo que tienes que hacerte valer como escritor. No, con el éxito ya has escrito, ya sabes que eres escritor. Lo que estás dando es un don, es una cosa gratis, y no tienes que justificar nada tuyo.
M.G.: Pero esto también ha hecho cometer muchos errores a más de un escritor... Y de tu generación.
J.D.: Por cierto, sin dudas. No haremos nombres, pero tú y yo sabemos que es así. A partir del éxito, se han hecho cosas penosas. Yo espero que en mi caso no sea así. Creo que permanezco lo suficientemente neurótico como para estar alerta. Pero, fundamentalmente, me gusta mucho más la literatura que el éxito, ¿entiendes?
M.G.: Volviendo al cuento, me duele sospechar que la novela te alejó de él.
J.D.: No me alejó. Insisto en que me gusta más la forma desparramada de la novela, pero fíjate que yo, en Santiago, tengo un taller de cuento desde hace seis años. No estoy para nada alejado.
M.G.: No hubiera pensado que eras partidario de los talleres.
J.D.: Ah, pero yo encuentro que es siempre recomendable ir a un taller. Porque la ambición del taller es muy modesta, creo yo. En el caso nuestro, el caso chileno, viene a cubrir una ausencia. Antes se hacía literatura en los cafés, en la tertulia, en el salón o en el libro de recuerdos de las casas. Se leían poemas, se dejaban cuentos. Había un intercambio y la literatura era interesante. Ahora, ha dejado de ser públicamente interesante.
M.G.: ¿Sustituida por la televisión? ¿O por la política?
J.D.: Por la política, sin ninguna duda. En Chile ya no se habla de otra cosa que de política, Y entonces, la ambición modesta de un taller es proporcionar un espacio para hablar de literatura.
M.G.: Pero me imagino que sin que por eso el participante deje de estar, en su vida cotidiana, totalmente embebido contra el canalla de turno, ¿no?
J.D.: Por supuesto, e incluso el canalla de turno define muchas de las cosas que estamos haciendo en el taller. Absolutamente, pues si no se habla de otra cosa, no se escribe de otra cosa.
M.G.: ¿Y qué va a pasar con la literatura chilena, entonces?
J.D.: Yo me temo que puede secarse. Ese único tema puede producir una literatura muy pobre, a largo plazo, más allá de que coyunturalmente pueda ser útil y necesaria, ahora.
M.G.: ¿Tú lo adviertes en tu taller, en los nuevos escritores?
J.D.: Totalmente. Y en dos sentidos: por abordar ese único tema, o por escaparle. En uno o en otro, la realidad que vivimos no puede dejar de estar presente.
M.G.: ¿Y a ti también te motiva lo que pasa en tu país?
J.D.: Mira: cuando uno ya es un hombre bastante mayor, como soy yo (y lo digo con melancolía; no me gusta ser mayor, quisiera ser más joven), ve que la gente de su generación, de la mía, se interesa cada vez menos por las cosas que no son inmediatamente prácticas. Entonces, no tengo interlocutores de mi edad, y me siento solo. La gente más joven me trae a colación problemas, vivencias, gustos, conocimientos, aficiones, modas, palabras, dichos, giros, que yo no conozco. Y eso me encanta. Pero también me da terror, porque veo que me quedo atrás y que no tengo entrada en lo nuevo. Veo que lo mío es otra cosa. Y me encuentro aislado... Pero también me pasa algo muy bueno: de este modo sé muy bien de qué estoy aislado. Conozco aquello que me aisla, y puedo sortearlo.
M.G.: La magia restauradora de las palabras. La literatura como panacea, como fuente de vida, ¿verdad?
J.D.: ¿Por qué no? Es exactamente así.
Omar Sharif: "El hombre nuevo es el sueño de un filósofo y no el ideal de un hombre práctico"
29 de agosto de 2008
Michelangelo Antonioni: "La experiencia me enseñó que cuando una intuición es hermosa, también puede ser real"
El movimiento estudiantil en Norteamérica es diferente porque están menos unidos. Ellos son muchos, muchos grupos. No pueden trabajar juntos todavía. Como se sabe, este país es tan grande, tan contradictorio, que resulta más dificultoso para ellos hacer algo importante aquí. Cuando algo pasa en París, le está pasando a Francia. Cuando algo ocurre en Roma, le concierne a Italia. Y lo mismo para Berlín en Alemania. Aquí no. Cuando algo pasa en Los Angeles, poco le importa a New York. Lo que se desató en la Universidad de Columbia fue importante aquí, en Los Angeles, pero como un eco. Poca o ninguna relación hay entre uno y otro movimiento. A veces se ponen en contacto, pero trabajar juntos: nunca. Al menos, eso es lo que ellos mismos admiten.
Su equipo es inusual no sólo por su reducido tamaño sino también por la juventud de sus integrantes. Muchos debutan en esta producción. Un equipo así es raro de ver en Hollywood, ¿lo seleccionó así a propósito?
Traté de integrar al equipo tanta gente joven como me fuera posible. Algunos elementos del equipo no son tan jóvenes: ciertos veteranos que han trabajado por ejemplo en el primer film de Greta Garbo, en la primera "Ben Hur", en "Codicia" de Stroheim. También me resulta agradable hablar con ellos acerca de esas cosas.
¿Cómo es su relación con los gremios? Se dice que para una toma que tenía lugar en un ghetto negro trató de contratar un cameraman negro pero no pudo porque no halló ninguno en el sindicato.
Tuve muchos problemas con los gremios. Y en Hollywood más que en New York. Son tan fuertes. Abunda en ellos la gente vieja y es difícil hallar talento. Necesitaba fotógrafos y asistentes jóvenes que manejaran las cámaras con criterios modernos. Gente que pudiera actuar sin necesidad de indicarles la distancia entre actores y cámaras. Gente capaz de introducir cambios por su cuenta, de hacer a menudo lo que quiera. Quiero que ellos lo hagan, que modifiquen el guión si es necesario. En momentos precisos el asistente de cámaras debe tomar una decisión: esto es un pecado para el cameraman norteamericano. Por eso me vi forzado a traer algunos técnicos de Italia.
Estas dificultades parecen tener que ver, más que con los sindicatos, con el carácter nacional. ¿Le parece más difícil trabajar en Estados Unidos que en Inglaterra?
No sé por qué, pero los ingleses me resultan más familiares. Mientras filmaba "Blow up", al menos, eran tan locos, tan napoleónicos de manera positiva y agradable. Me gustan, me gustan más los ingleses que los norteamericanos. Quiero decir que me siento más cerca de ellos. Los norteamericanos son tan fríos a veces. Necesitan saber tan exactamente lo que hacen. Son como los alemanes: precisos pero fastidiosos. Prefiero los espontáneos.
¿Cómo seleccionó a los actores del film?
Los he seleccionado por su naturalidad y espontaneidad, algo que no pude hallar en los profesionales. Vi mucha gente joven, actores y estudiantes de las escuelas de actores, pero no pude encontrar a nadie que se adaptara. Por eso empecé a buscar fuera de las academias y de los medios comunes a los actores. Descubrí a Daria Halperin en una película. No actuaba: había un ballet en ese film y Daria lo integraba. Vi su cara resaltando en el fondo y me impresioné. Hicimos una prueba y dio extraordinariamente. Tiene las mejores cualidades para ser actriz. Es tan sincera, puede comunicar cualquier cosa, todo. Encontrar a Mark Frechette me dio más trabajo. Tuve que hacer muchas pruebas con mucha gente joven. De una de esas salió Mark.
¿Considera acertado usar actores no profesionales como Mark y Daria en este film?
Si, porque la historia bien podría sucederles a ellos. En el film usan sus propios nombres y apodos porque también se trata de ellos.
Roberto Fontanarrosa: "La simplicidad es un punto de llegada, no un punto de partida"
Jean Luc Godard: "El cine norteamericano es el más conservador del mundo entero"
¿Ha oído hablar de la "prensa subterránea" del periódico londinense "International Times"?
Sí. En "One plus one" (Uno más uno) Frankie Dymon, que representa al Poder Negro, aparece leyéndolo.
Allí usted ha trabajado con un equipo inglés. ¿Cómo le fue?
No se acostumbraban a mi modo de trabajar diez minutos o cinco horas de acuerdo a la marcha del film. Preferían trabajar tres horas y después olvidarse de todo. En cambio, yo dejo de pensar en la película sólo cuando estoy filmándola. En Francia les pasa lo mismo. Trabajo y ocio. La gente no puede quitarse ese hábito.
Usted ha dicho que todos deberíamos hacer películas...
No. No dije eso. Dije que más gente debería hacerlas. No hay films suficientes. Vea, ni siquiera hay cine de negros. Stokely Carmichael debería hacer una película. Pero no puede. Incluso si Mao le remitiera el dinero no encontraría distribuidor. Tampoco hay películas hechas por los obreros. Me gustaría ceder mi equipo, íntegro, para que algunos de ellos lo hagan. Necesitamos films de la gente, no para ella. Entretanto, hay un montón de realizadores profesionales que harían bien en dedicarse a otra cosa.
¿Qué piensa del experimento de Claude Givaudan, el "marchand" que en su galería de St. Germain puso films a la venta? En vez de colgar cuadros de las paredes proyecta películas sobre ellas...
Algo muy bueno. Uno tendría que poder entrar a un negocio, comprar el último Godard, llevárselo a casa y proyectarlo sin alharaca mayor que la exigida por la lectura de un libro. Dentro de dos años, tal vez, meteremos nuestros films en cassettes y la gente los verá en sus casas, en esos pequeños receptores de TV que ahora se venden con cámara y todo. Como un rollo de videotape, esos cassettes llevarán nuestros films al consumidor sin barreras.
Entretanto, aquí en Londres no es muy difícil proyectar películas en el Laboratorio de las Artes. ¿Conoce el sitio?
No. Nunca oí de él. Parece algo excelente.
Usted ha dicho que Inglaterra es colonia norteamericana. ¿Se aplica ello a las películas?
No hay películas inglesas. Son todos films norteamericanos rodados en Londres.
¿Qué piensa del cine norteamericano, entonces?
Es el más conservador del mundo entero. Está fundado en fórmulas agotadas que hoy son absolutamente irrelevantes. Su única meta es levantar a la gente un rato por encima de su contorno y persuadirla de que el mundo es un hermoso lugar. Así la gente se queda quieta y permite la continuidad del sistema que engendra tales films.
¿Ni siquiera le gustó "Bonnie & Clyde?
Corriente. Muy corriente.
¿Y el cine en Francia?
Muy conservador también.
¿Cuál considera que es la manera de quebrar el monopolio de las grandes compañías?
Tirarles una bomba o comprarlas.
Hay en París un grupo de jóvenes directores: Philippe Garrel, Serge Bard, Patrick Deval, etcétera. Cree que se los puede comparar con los directores de la Nouvelle Vague del "Cahiers du Cinema", con usted, Truffaut, Resnais, Chabrol, Malle, la gente de una década atrás?
Sí, pienso que se puede.
¿Qué piensa de Garrel, aparentemente el líder?
No he visto "Le concentration" (La concentración), sólo films anteriores que me gustaron mucho. Pienso que es decididamente muy bueno. Un joven Antonin Artaud.
Se lo diré. Usted se queja de esa manera de entrar-salir cuando se trabaja en el rodaje de un film. ¿Qué opina del método de Garrel de trabajar sin parar hasta que el film esté listo?
Si eso le da resultado, eso está bien.
Usted acaba de hacer un film para la televisión francesa. ¿Le gustaría hacer más?
No veo diferencia entre el cine y las películas para TV. Sí, me gustaría hacer más, pero dudo que las muestren. La TV es tan gubernamental... y no sólo en Francia. Los gobiernos son siempre lo suficientemente inteligentes como para controlarla. En consecuencia, la TV sería igual tanto en Cuba como en Grecia. Pienso que los partidos opositores debieran tener expresividad equivalente.
Volviendo a su film "Weekend" (Fin de semana), ¿cree que los hippies podrían ser una fuerza para purgar al capitalismo, así como los Guardias Rojos purgaron al comunismo soviético?
Los hippies no harán nada mientras no se politicen.
¿Precisan a Mao?
No necesariamente. Sólo precisan educarse políticamente.
Los manifestaciones durante el estreno de "The Green Berets" (Los Boinas Verdes) de John Wayne prueban que algo está ardiendo...
Sí, eso fue excelente. Hubiera deseado que me avisaran, hubiese asistido.
¿Cree que el levantamiento puede surgir de Inglaterra eventualmente?
Sí. Aquí hay buen clima pues existe mucha gente con dinero y mente despejada. Pero, pobres, finalmente no usan la mente y usualmente son corrompidos por el dinero. La gente podría hacer cosas, pero se queda en el molde. Fíjese en los Beatles, por ejemplo. Y en Peter Brook... éste debió hacer su "Marat-Sade" frente al Palacio de Buckingham.
¿Tiene conciencia de haber profetizado la insurrección de la Sorbona en su "La Chinoise" (La china)?
No. Profetizar es una indulgente forma del fascismo.
¿Qué hay de su próxima película?
Va a ser producida y rodada en Estados Unidos. Es todo lo que sé de ella, excepto el título. Ya lo tengo: "An american movie (Una película norteamericana).
¿Ha tomado ácido lisérgico alguna vez?
No. No me interesa. Yo me achispo mirando posters en la calle. Me achispo con la gente.
28 de agosto de 2008
Richard Lester: "Ver la primera copia de la filmación es una experiencia muy dolorosa"
Lo hice unos dos meses antes de empezar mi primer largometraje, "It's Trad, dad!" (¡Es Trad, papá!). Justo mientras estaba en conversaciones para la realización de esa película, hice mi primera serie de anuncios. Ganaron aquel año el Premio Mundial a los mejores anuncios, en Hollywood. Pero la televisión comercial inglesa los prohibió, porque los consideraron demasiados violentos. Eran sobre niños, pero estaban hechos de una manera demasiado naturalista, y eso no se permitía en aquellos días.
Alguien había visto "Running, jumping & standing still film" y otro cortometraje que yo había hecho, un film-piloto para la televisión de treinta minutos, que se llamaba -Dios me perdone- "Have jazz, will travel", que era una mezcla de técnicas documentales y jazz moderno. Mi manera de tratar estos dos temas parecía haber interesado al productor. Quería a una persona que no se creyera un genio y que estuviera deseosa de tomar una sinopsis de veinticinco páginas y hacer a partir de ella un largometraje en el plazo ds tres semanas. Y eso es lo que hicimos. Era un musical popular que duraba setenta y tres minutos, y que tenía veintiséis números musicales. Utilicé tres cámaras, y desde entonces he seguido utilizándolas. Cambiando los emplazamientos de la cámara tres veces durante cada número musical, y asegurándome que la luz principal siempre viniera de la misma dirección para todas las cámaras, había conseguido en realidad nueve puntos de vista distintos para su actuación, tardando solamente una hora. Viniendo del campo de la televisión en directo -en que utilizábamos cuatro cámaras- parecía ser el procedimiento natural. Para ahorrar dinero, utilizamos un solo decorado y un telón blanco. El decorado se podía cambiar de forma de diferentes maneras, como un rompecabezas chino. Tomábamos una banda tras otra y rodábamos cinco y seis secuencias cada día. Parte de la película se rodó en Nueva York. Viéndolo ahora, fue una experiencia de locos. No sólo recibí un salario minúsculo, sino que tuve que pagar mi billete de avión con mi propio dinero. Pero, por encima de todo, "¡Es Trad, papá!" recibió las mejores críticas que he recibido nunca en mi vida. Eran alentadoras, sin excepción, todas. La película había costado 60.000 libras, y en el Tercer Circuito, que era un puñado de salas de cine piojosas, en Inglaterra, recaudó 300.000 libras en su primera exhibición. Por consiguiente, fue un completo éxito en todos los sentidos.
Había hecho "The mouse on the moon" (Un ratón en la luna) para United Artists. Se realizó dentro de tiempo y presupuesto. El productor de esa película había sido llamado por el departamento musical de United Artists para hacer una película rápidamente con Los Beatles, antes de que disminuyese su popularidad. Los Beatles, habían visto "The running..." y les había gustado mucho.
Siendo un director casi desconocido, ¿le resultó difícil mantener su personalidad y equilibrio al trabajar junto a superestrellas como los Beatles?
No sólo no eran superestrellas sino que United Artists nos encargó que acabásemos la película tan pronto como pudiésemos, porque pensaban que para junio de 1964 nadie iba a recordarlos. Se pensaba que eran un fenómeno transitorio. Hasta que empezamos a rodar la película, cuando los Beatles acababan de llegar de su gira por Estados Unidos, no fueron reconocidos como algo importante. Pienso que en la película había una combinación equilibrada de mi personalidad y de la de ellos, porque compartimos los mismos intereses y nos gustaban y nos reíamos con las mismas cosas.
Era una obra de teatro de un solo decorado que queríamos trasladar al cine. No había visto el montaje escénico ya que, por lo general, no veo las cosas en su versión original, si puedo evitarlo, porque no quiero que me influyan irrevocablemente. Sabíamos qué era lo que nos gustaba en "El Knack...", pero no estábamos demasiado seguros de cómo traducirlo. Así que empezamos a quitar casi todo lo que pensábamos que se podía eliminar de las convenciones escénicas, y escribimos una historia completamente nueva, basada en algo del espíritu de "El Knack...". Después, lentamente, versión tras versión -y Charles Wood a regañadientes escribió siete guiones- íbamos volviendo otra vez a la obra de teatro. Nos dimos cuenta de que no podíamos pasarla por alto, y de ese modo encontramos lo que nos gustaba de la versión original de "El Knack...".
Siempre veo las cosas antes de oírlas. Estoy formado visualmente. Me gusta la pintura. Aún así pienso que se debe conceder la misma importancia al diálogo, aunque no sea necesario que esté sincronizado con las imágenes. Me gustaría poder cambiar de lugar el diálogo, dentro de la película, de manera que no resultase ser únicamente teatro ilustrado. Y, por lo tanto, las voces no tendrían que salir siempre de las bocas de la gente que aparece en la pantalla. O, si lo hacen, no tendrían necesariamente que aparecer en el mismo instante de la acción en que fueron grabadas. El sonido es tan importante como las imágenes, porque estamos en los años 60 y no en los años 20. Pero, resulta agradable ser capaz de emancipar el sonido, de modo que no corresponda absolutamente con la imagen visual. Porque, de ese modo, parece existir una oportunidad más para crear un margen más amplio de efectos.
Fui a San Francisco, con Charles Wood, unos dieciocho meses antes del comienzo del rodaje. El hizo un guión esquemático basado en lo que habíamos visto. Era una especie de interpretación libre del material que nos habían dado, la novela original y un primer guión que habían hecho en Estados Unidos. Basándonos en una larga serie de anotaciones -referentes a la localización de lugares para rodar- adaptamos el guión de una manera muy libre, con lo que habíamos visto, las expresiones que habíamos oído, las frases del diálogo que eran interesantes, lugares que poseían cualidades poco comunes, tanto para mí, que llevaba quince años lejos de Norteamérica como para él que no la conocía. Luego, durante todo el año siguiente, trabajamos con un escritor norteamericano, trabajamos con un equipo norteamericano y tratamos de equilibrar nuestras primeras impresiones de asombro con las de alguien más acostumbrado a todo eso. No elegimos San Francisco, en lo más mínimo, porque existiese afán de sensacionalismo asociándolo al movimiento hippie, ya que entonces, cuando hicimos la elección, no se había manifestado aún. De hecho, la razón de elegir San Francisco fue muy distinta. El libro estaba ambientado en Los Angeles. Pero yo pensaba que Los Angeles, para un observador extranjero, era en sí misma una ciudad tan poderosa y tan sugerente, tan llamativa, que pensé que relegaría demasiado a los personajes a un segundo plano. En segundo lugar, yo sentía que el tipo de gente que habíamos conocido en San Francisco la primera vez que fuimos, para buscar localizaciones y empezar los tratos para la película -gente que había abandonado la vida agitada de Nueva York y Los Angeles, que estaba un poco a la defensiva, tranquila y amable- era bastante parecido al tipo de gente que yo quería que apareciese en la película. Sus costumbres, su norma de conducta, parecían corresponder con las de las familias de "Petulia".