No se aprende naturalmente a escribir literatura. Tampoco es necesario, para escribir literatura de ficción, tener una formación universitaria, porque se supone que la literatura de ficción es imaginación e intuición. Pero la formación es importante para saber cómo es este mundo, qué es lo que ha pasado, saber de historia. Eso tuve que aprenderlo por mi cuenta.
¿El hecho de no haber tenido una formación universitaria lo llevó a leer sólo por placer?
Leí por gusto. Pero también armé planes de lecturas. Por ejemplo, me propuse leer la novela del siglo XIX, los ingleses, franceses, los rusos, y pasé por Stendhal, Flaubert, Dickens, etcétera. Ahí quizás hubo un poco de empeño en quemar una etapa de la manera más rápida posible. Pero no creo que me haya servido de mucho. Empecé a publicar en el año sesenta, cerca de los treinta años. Me sirvió más la literatura de kiosco, barata, que leí en la adolescencia e infancia. Todo deja su huella, pero ahora no sabría rastrear si me influyó más Dickens que Conan Doyle, por ejemplo.
Usted trabajó muchos años en un taller de relojería. ¿En qué momento supo que sería escritor?
Es un proceso lento, soterrado, el de la vocación. No es que alguien diga "voy a ser escritor". A uno le gusta leer, le gusta que le cuenten historias; tiene un oído especial para escuchar historias, tiene una imaginación, y de repente un buen día dice "voy a probar". Se empieza así. Uno no está seguro si es una vocación auténtica. Yo no tuve clara mi vocación hasta que publiqué mi tercera novela, "Ultimas tardes con Teresa".
"Ultimas tardes con Teresa" es un punto de inflexión dentro de su obra. ¿Es también su mejor novela?
Eso que lo digan los críticos. Lo que me pasó es que escribí esa novela en París. La tenía muy pensada, y trabajando me di cuenta de que tal vez podía ganarme la vida con eso y que desde luego era lo que me gustaba hacer. Tardé tres años en escribirla. Ha pasado mucho tiempo y no me acuerdo. Sólo sé que concebí el tema en París basándome en unos recuerdos personales, en experiencias personales, como siempre ocurre. Pero con un porcentaje grandísimo de imaginación, de pura inventiva y de impaciencia. En París no podía escribir de forma regular. Tenía que ganarme la vida en otras cosas y dejé todo por la novela.
Sus novelas, más allá de que algunas poseen una estructura compleja, privilegian las historias y los personajes.
Lo que le pido a una novela es que me ilustre sobre un aspecto de la vida que no conozco. Que me dé una experiencia que me resulte novedosa y que tenga alguna relación con la belleza. No sabría definirlo de otra manera. Y que me hable de la condición humana. En cuanto a la forma para darme eso, soy mas bien clásico. No me gustan los experimentos. El "Ulises" es un gran libro, de un altísimo valor poético, pero en mi opinión no es una gran novela. Si quiero leer novelas, leo a Dickens. Joyce es magistral en los cuentos. El "Ulises" es un alarde lingüístico fabuloso, admirable, pero no es el tipo de novelas que me gusta. Me gusta leer novelas sin darme cuenta de que leo. Y eso es imposible a esta altura. Pero es una cuestión de gustos. En la medida en que me gustan mucho una clase de autores, estoy condenado a que no me gusten tanto otros. Me interesa que me cuenten una historia de manera sugestiva. Fatalmente ya no puedo leer de una forma inocente, como leía cuando tenía diecisiete años. Aplico un foco profesional. Me gustaría tener una lectura inocente. Es la mejor forma de leer.
Tiene publicados más de diez libros. ¿Piensa seguir escribiendo? ¿O cree que ya se agotaron las historias?
Si no tengo nada para contar, dejaré de escribir. Pero siempre surge algo, ya sea para una novela o para un cuento. Eso depende del tema que tenga de antemano. No ves toda la novela, pero intuyes las posibilidades que tienes. Y hay cosas que ves que no pueden ir más allá del cuento.