No se trataba, como algunos han creído, de un film comercial, destinado a compensar el fracaso de "Les deux anglaises et le continent" (Las dos inglesas y el amor). Por otra parte, la adaptación de "Una muchacha..." había sido escrita con anterioridad. Era solamente una forma literaria que me atraía: después del hermoso idioma de Henri Pierre Roché, hecho de frases cortas, de una preciosidad increíblemente refinada, me dediqué a un lenguaje completamente inventado, un lunfardo muy grosero, ciertamente, pero tan poco vulgar como el Raymond Queneau de "Le Journal intime de Sally Mara" (Las aventuras de Sally Mara). Además, yo quería arreglar cuentas a mi manera con el amor romántico. En "Las dos inglesas", sabía que filmaba por última vez una muchacha subiendo una escalera con una candela en la mano, con mucha música romántica a su alrededor. Intentaba destruir el romanticismo volviéndolo muy físico, de allí esa insistencia sobre la enfermedad, la fiebre, los vómitos, etc. "Una muchacha linda como yo" era la continuación de esta destrucción: es el desengaño del amor romántico, la afirmación de la realidad brutal, de la lucha por la vida ... Es un film de una vitalidad exagerada, que yo deseaba próximo a algunos de Billy Wilder, y me parece que cuando se libera este deseo de llegar al final de las cosas, un film se vuelve forzosamente abstracto. Me gusta la forma de "Una muchacha...". Yo deseaba, probablemente, hacer un film de Michel Audiard filmado por Jean Rouch. El mundo loco, que por otra parte no desprecio, de Audiard, visto por un etnólogo.
"La noche americana", por el contrario, es un film de Truffaut, ¡filmado por el mismo Truffaut!
Habiendo llevado muy lejos estas dos experiencias, "Las dos inglesas" sin ningún humor, y "Una muchacha..." sin nada serio, pude, con "La noche americana" reunirme conmigo mismo. Es un film de síntesis, síntesis entre "La peau douce" (La piel suave), "Baisers volés" (Besos robados), e incluso otros de mis films. Como si los personajes de todos mis antiguos films se reencontraran.
¿Es ésta una despedida o una renovación?
Una despedida, creo. Aquí también hay cosas que he mostrado por última vez. Esa interrogación sobre el tema: las mujeres son mágicas, por ejemplo... Hay muchas cosas inconclusas en mis últimos films que se terminan aquí; les doy un punto final.
¿Cómo surgió la idea del film?
Mientras hacía el montaje de "Las dos inglesas", en la Victorine, pasaba delante de un gran decorado que cristalizaba mi deseo, muy viejo, de hacer un film sobre el cine. El factor desencadenante fue esta unidad de lugar que se me impuso. Me he quedado deliberadamente en los límites de un rodaje, pues no quería meterme con la preparación del film, ya que este aspecto ha sido tratado por Fellini en "Otto e mezzo" (Ocho y medio), ni con lo que sucede después. Circunscribí toda la historia a lo que sucede entre el primer y el último día de filmación. Eso me daba un trayecto a cumplir.
El film "Je vous présente á Pamela" (Les presento a Pamela) en el film ¿es un simple pretexto?
Desde el comienzo, yo había elegido una historia lo más simple posible, de modo de lograr que el espectador se sintiera cómodo. Un muchacho que se ha casado con una inglesa, se la presenta a sus padres; el padre escapa con la nuera: era previsible. Se sabría, viendo a hijo y madre tristes, que la escena se sitúa después de la huida de la pareja, que si Léaud dispara sobre su padre, es el fin de la historia, etcétera. Era la comodidad. Además, deseaba asumir esta lección, no trampear con el espectador haciéndole creer que el equipo hacía un film sobre Vietnam, o algo por el estilo. "Pamela..." es casi el cine que yo hago (bien o mal) y que se hace comúnmente. Yo no quería ningún paralelismo entre los dos films, ningún pirandellismo. Y después advertí que, al fin de cuentas, el paralelismo existía. A fuerza de querer buscar situaciones universales, había tocado problemas de paternidad, de identidad...
¿Sus propios problemas?
Quizás, no lo sé... Desde la secretaria que está embarazada sin que se sepa de quien, hasta la actriz Julie Becker que se ha casado con un médico (en la vida real) que podría ser su padre y que se va (en el film) con su suegro, pasando por Léaud que mata a su padre, Valentina Cortese que bebe porque su hijo es leucémico... Todo esto me ha asombrado mucho cuando lo noté en el montaje.
Lo que sorprende es que todos tienen una vida privada, salvo el director, es decir, usted, precisamente...
Pienso que en el transcurso de una filmación, si el realizador tiene un "asunto amoroso", éste no puede ser más que con el film. Los otros pueden tener una doble vida, él no.
Está también el detalle de la sordera...
Era una pequeña transformación que tenía la ventaja de no hacer perder el tiempo al maquillador. No he debido buscar lejos la idea, pues yo tengo efectivamente, los oídos deteriorados.
¿Cómo es que el film resulta tan grato de ver y deja, sobre el final, una impresión de amargura?
Como "Besos robados". Es siempre así cuando se aborda la vida en general y se lo hace sinceramente y con una especie de familiaridad. El sentimiento de las cosas que pasan, que se terminan... Creo que uno ríe especialmente en la primera parte, que es descriptiva, y menos en la segunda, que es narrativa. El corte se hace después de la primera parte.
Entre el film y la vida en "La noche americana", y -si se me permite- el "día francés", ¿que elegiría usted?
Ese es el problema, seguramente... Me parece, con todo, que la última palabra pertenece a la vida, contrariamente a "Le carrosse d'or" (La carroza de oro) de Renoir, si le parece. "Pamela...", el film, es quizás un poco estilizado, un poco "norteamericano", pero no lo es lo que rodea a Pamela.
¿Qué hará usted ahora, si el film es una despedida?
Sé en todo caso, lo que no quiero hacer. No quiero volver a adaptar novelas. "La noche..." me ha dado el coraje necesario para buscar guiones originales. Creo también que voy a poder, por fin, inventar situaciones fuertes. Sé ahora que tengo el derecho de disponer completamente de mis personajes. Es una responsabilidad enorme, evidentemente.