20 de agosto de 2008

Francois Truffaut: "Si el realizador tiene un asunto amoroso, éste no puede ser más que con el film"

El director cinematográfico Francois Truffaut (1932-1984) saltó a la fama en 1959 cuando estrenó "Les quatre cents coups" (Los cuatrocientos golpes), un film que indaga sobre la infancia en general y en la historia de su propia infancia en particular. En 1973 realizó una de sus mejores películas, "La noche americana", en la que rindió homenaje a la realización cinematográfica y le valió ser reconocido con el premio Oscar a la mejor película de habla no inglesa. A raíz de la presentación de ese film, el historiador de cine y realizador francés Claude Beylie (1932-2001) lo entrevistó para la revista "Ecran" de diciembre de 1973.Antes de llegar a la realización de "La nuit américaine" (La noche americana), ¿podría explicarnos algo sobre su anterior film, "Une belle fille comme moi" (Una mucha­cha linda como yo), que fue tan mal recibido?

No se trataba, como algunos han creído, de un film comercial, destinado a compensar el fracaso de "Les deux anglaises et le continent" (Las dos ingle­sas y el amor). Por otra parte, la adaptación de "Una muchacha..." había sido escrita con anterioridad. Era solamente una forma li­teraria que me atraía: después del her­moso idioma de Henri Pierre Roché, hecho de frases cortas, de una preciosidad increíblemente refinada, me dediqué a un lenguaje completamente inventado, un lunfardo muy grosero, ciertamente, pero tan poco vul­gar como el Raymond Queneau de "Le Journal intime de Sally Mara" (Las aventuras de Sally Mara). Además, yo quería arre­glar cuentas a mi manera con el amor romántico. En "Las dos inglesas", sabía que filmaba por última vez una mucha­cha subiendo una escalera con una can­dela en la mano, con mucha música romántica a su alrededor. Intentaba des­truir el romanticismo volviéndolo muy físico, de allí esa insistencia sobre la enfermedad, la fiebre, los vómitos, etc. "Una muchacha linda como yo" era la con­tinuación de esta destrucción: es el de­sengaño del amor romántico, la afirma­ción de la realidad brutal, de la lucha por la vida ... Es un film de una vita­lidad exagerada, que yo deseaba próxi­mo a algunos de Billy Wilder, y me parece que cuando se libera este deseo de llegar al final de las cosas, un film se vuelve forzosamente abstracto. Me gusta la for­ma de "Una muchacha...". Yo deseaba, pro­bablemente, hacer un film de Michel Audiard filmado por Jean Rouch. El mundo loco, que por otra parte no desprecio, de Au­diard, visto por un etnólogo.

"La noche americana", por el contra­rio, es un film de Truffaut, ¡filmado por el mismo Truffaut!

Habiendo llevado muy lejos estas dos experiencias, "Las dos inglesas" sin nin­gún humor, y "Una muchacha..." sin nada serio, pude, con "La noche americana" reunirme conmigo mismo. Es un film de síntesis, síntesis entre "La peau douce" (La piel suave), "Baisers volés" (Be­sos robados), e incluso otros de mis films. Como si los personajes de todos mis antiguos films se reencontraran.

¿Es ésta una despedida o una re­novación?

Una despedida, creo. Aquí también hay cosas que he mostrado por última vez. Esa interrogación sobre el tema: las mujeres son mágicas, por ejemplo... Hay muchas cosas inconclusas en mis últimos films que se terminan aquí; les doy un punto final.

¿Cómo surgió la idea del film?

Mientras hacía el montaje de "Las dos inglesas", en la Victorine, pasaba de­lante de un gran decorado que cristali­zaba mi deseo, muy viejo, de hacer un film sobre el cine. El factor desencade­nante fue esta unidad de lugar que se me impuso. Me he quedado deliberadamente en los límites de un rodaje, pues no quería meterme con la preparación del film, ya que este aspecto ha sido tra­tado por Fellini en "Otto e mezzo" (Ocho y medio), ni con lo que sucede después. Circunscribí toda la his­toria a lo que sucede entre el primer y el último día de filmación. Eso me daba un trayecto a cumplir.

El film "Je vous présente á Pamela" (Les presento a Pamela) en el film ¿es un simple pretexto?

Desde el comienzo, yo había ele­gido una historia lo más simple posible, de modo de lograr que el espectador se sintiera cómodo. Un muchacho que se ha casado con una inglesa, se la pre­senta a sus padres; el padre escapa con la nuera: era previsible. Se sabría, viendo a hijo y madre tristes, que la es­cena se sitúa después de la huida de la pareja, que si Léaud dispara sobre su padre, es el fin de la historia, etcétera. Era la comodidad. Además, deseaba asumir esta lección, no trampear con el espec­tador haciéndole creer que el equipo ha­cía un film sobre Vietnam, o algo por el estilo. "Pamela..." es casi el cine que yo hago (bien o mal) y que se hace comúnmente. Yo no quería ningún paralelismo entre los dos films, ningún pirandellismo. Y después advertí que, al fin de cuentas, el paralelismo existía. A fuerza de querer buscar situaciones universales, había tocado problemas de paternidad, de iden­tidad...

¿Sus propios problemas?

Quizás, no lo sé... Desde la se­cretaria que está embarazada sin que se sepa de quien, hasta la actriz Julie Becker que se ha casado con un médico (en la vida real) que podría ser su padre y que se va (en el film) con su suegro, pasando por Léaud que mata a su pa­dre, Valentina Cortese que bebe porque su hijo es leucémico... Todo esto me ha asombrado mucho cuando lo noté en el montaje.

Lo que sorprende es que todos tie­nen una vida privada, salvo el director, es decir, usted, precisamente...

Pienso que en el transcurso de una filmación, si el realizador tiene un "asunto amoroso", éste no puede ser más que con el film. Los otros pueden tener una doble vida, él no.

Está también el detalle de la sor­dera...

Era una pequeña transformación que tenía la ventaja de no hacer perder el tiempo al maquillador. No he debido buscar lejos la idea, pues yo tengo efec­tivamente, los oídos deteriorados.

¿Cómo es que el film resulta tan grato de ver y deja, sobre el final, una impresión de amargura?

Como "Besos robados". Es siempre así cuando se aborda la vida en general y se lo hace sinceramente y con una especie de familiaridad. El sentimiento de las cosas que pasan, que se termi­nan... Creo que uno ríe especialmente en la primera parte, que es descriptiva, y menos en la segunda, que es narrativa. El corte se hace después de la primera parte.

Entre el film y la vida en "La no­che americana", y -si se me permite- el "día francés", ¿que elegiría usted?

Ese es el problema, seguramen­te... Me parece, con todo, que la última palabra pertenece a la vida, con­trariamente a "Le carrosse d'or" (La carroza de oro) de Renoir, si le pa­rece. "Pamela...", el film, es quizás un poco estilizado, un poco "norteamericano", pero no lo es lo que rodea a Pamela.

¿Qué hará usted ahora, si el film es una despedida?

Sé en todo caso, lo que no quiero hacer. No quiero volver a adaptar nove­las. "La noche..." me ha dado el coraje necesario para buscar guiones origina­les. Creo también que voy a poder, por fin, inventar situaciones fuertes. Sé ahora que tengo el derecho de disponer completamente de mis personajes. Es una responsabilidad enorme, evidente­mente.