29 de agosto de 2008

Michelangelo Antonioni: "La experiencia me enseñó que cuando una in­tuición es hermosa, también puede ser real"

Michelangelo Antonioni (1912-2007) completaba su único film norteamericano cuando concedió esta entre­vista. Estaba filmando en Death Valley, una localidad a 480 kilómetros de distancia de Los Angeles, donde existía poca información oficial ya que la Metro Goldwyn Mayer tenía expresas órdenes de no anticipar ninguna publicidad. El film se llamaría "Zabriskie Point", el nombre de una formación rocosa en Death Valley. El director italiano aparecía en cualquier parte, donde menos se lo buscara. En la UCLA (Universidad), en demostraciones, en mítines. En Los Angeles se lo vio filmar almacenes que vendían artículos desmesurada­mente grandes, lotes de autos usados con enormes precios marcados, anuncios publicitarios de gran pe­netración en la ciudad. Pero nada más se sabía del film. La profesora universitaria Marsha Kinder, especialista en teoría cinematográfica, logró el reportaje que fue publicado por la revista mensual especializada "Sight and Sound" de Londres en su edición de julio de 1969.He oído que en su reciente participación en el Festival del Film en San Francisco, realizado en su honor con una muestra retrospectiva, algunas perso­nas del público se desilusionaron por su fría reserva.

San Francisco, por lo que me parece, es la ciudad más libre de Estados Unidos. Fue ex­traño, pero la recepción que tuve en el Festival fue muy formal. El público era cálido, bastante joven. Gente muy hermosa y agradable que preguntó muchas cosas. Pero el diálogo entre el director desde el escenario y el público me resulta dificultoso, no me permite decirles todo lo que me gustaría. Si fueran unos pocos en un salón, les hablaría de otra manera, podría abrir­me más. Frente a tanta gente no puedo ha­cerlo.

¿Qué clase de recepción le hicieron los jóvenes radicales?

Ellos no confiaban en mí al comienzo y te­nían sus razones. Ante todo, porque me pre­senté diciéndoles que estaba trabajando para la Metro. Pero luego de varios encuentros, en es­pecial después de haber comenzado a trabajar con Fred Gardner, que es uno de ellos y ha­biéndoles explicado lo que intentaba hacer, cam­biaron de actitud e inclusive me permitieron usar la sigla de su grupo (SDS), lo que es un signo de confianza.

Esta adhesión no significa que no critique al mo­vimiento ni los problemas que éste encara. Parece usted muy sensible a las diferencias entre los estudiantes ra­dicales de Norteamérica y los de otros países.

El movimiento estudiantil en Norteamérica es diferente porque están menos unidos. Ellos son muchos, muchos grupos. No pueden trabajar juntos todavía. Como se sabe, este país es tan grande, tan contradictorio, que resulta más difi­cultoso para ellos hacer algo importante aquí. Cuando algo pasa en París, le está pasando a Francia. Cuando algo ocurre en Roma, le con­cierne a Italia. Y lo mismo para Berlín en Ale­mania. Aquí no. Cuando algo pasa en Los An­geles, poco le importa a New York. Lo que se desató en la Universidad de Columbia fue im­portante aquí, en Los Angeles, pero como un eco. Poca o ninguna relación hay entre uno y otro mo­vimiento. A veces se ponen en contacto, pero trabajar juntos: nunca. Al menos, eso es lo que ellos mismos admiten.

En su película se respira cierto clima político...

El film sondea sentimientos internos. Pienso que esta película trata de lo que sien­ten dos jóvenes. Es un film subjetivo. Por su­puesto, cada personaje tiene su segunda lectura. El contexto actual, los dos personajes centrales y el encuadre escenográfico: todo es crucial.

¿Cómo se decidió a hacer este film en especial?

Viajé dos veces a Estados Unidos, primero en la pri­mavera de 1967, luego en otoño. Tenía la idea de hacer un film aquí porque quería salir de Italia y de Europa. Nada sabía aún en Europa de este movimiento juvenil. Al llegar, lo primero que me impactó fue esta especie de reacción social, no contra la sociedad en sí sino contra la moralidad, la mentalidad, la psicología de la vieja Norteamérica. Tomé algunas notas y cuando regresé quise saber si lo que había escrito por intuitiva observación estaba o no en lo cierto. La experiencia me enseñó que cuando una in­tuición es hermosa, también puede ser real. Al volver advertí que cuanto había pensado era verdad. Me decidí por esta historia al llegar a Zabriskie Point, al encontrar el lugar indicado para lo que andaba buscando. Siempre prefie­ro conocer el ambiente en que la historia trans­currirá. Debo verlo para poder escribir algo. Quiero que exista una relación entre los perso­najes y el medio. No puedo separarlos.

¿Cómo puede realmente sentirse cómodo realizando un film en un mundo que esencialmente le resulta extraño y sobre todo en un idioma que no es el suyo?

Escribí esta historia, el argumento es mío. Lla­mé a Tonino Guerra con quien había trabajado anteriormente, pero él no habla inglés y le re­sultaba muy difícil ayudarme a contactarme con la gente; por eso Tonino se volvió. Cuando el argumento aún estaba en borrador (sin diálo­gos ni indicaciones), necesité buscar a alguien nativo porque no podía ni quería escribir el diá­logo ni las inflexiones en italiano. Un diálogo no se puede traducir. Las respuestas de un norteame­ricano son diferentes a las de un italiano o un francés. Quería escribir el diálogo en inglés. Comencé a leer obras teatrales y novelas hasta que di con Sam Sheppard, quien se puso a tra­bajar inmediatamente en el diálogo de la pelí­cula. Hice la primera versión del argumento con él. Luego hicimos muchas más con Fred Gardner, que es uno de esos jóvenes radicales y muy colaborador. La última versión del argumento fue escrita con él, pero aún lo sigo modificando a medida que filmo.

Se informó que la semana anterior usted importó cientos de personas de San Fran­cisco, Salt Lake City y Las Vegas para filmar, pero en el día que debía hacerlo cambió de idea...

Era sólo una idea, pero nunca la había perci­bido como real. No tenía la imagen, no podía encontrar la clave para hacerla. He visto gran cantidad de encuentros en Estados Unidos, con grupos actuando y gente fumando o bailando o no ha­ciendo otra cosa que sea estar tirados en la tierra. Pero yo buscaba algo diferente: algo que estuviera más de acuerdo con el carácter especial de Zabriskie Point. No pude hallar esa re­lación. Voy a usar algún encuentro en el film de cualquier forma, pero de manera diferente; poca gente y entorno casi vacío.

Los cambios de último momento han sido siempre parte esencial en su método de trabajo; nunca se ha atado a un guión preestablecido. Esta pe­lícula no es la excepción. ¿Có­mo decide que ha de hacerse un cambio?

Un film no es una cosa después de otra: todo obedece a un relato. En seguida me doy cuenta cuando algo anda mal. Y si algo está mal aquí, la consecuencia es que también andará mal posteriormente en el guión. Por eso si tengo que cambiar algo aquí, tengo que modificar algo más. No puedo juzgar una línea hasta que no la oiga en boca del actor en el momento de filmarla. A veces filmo dos versiones de la mis­ma escena. Hice esto con una de las escenas del Mobil. Filmé una versión y como no fue demasiado feliz (quería algo más irónico), hice otra versión de la escena. Quizá usted oye una sugerencia, ve un lugar especial, o yendo para el set en la mañana, tiene una idea y siente ne­cesidad de explorarla.

La escena a la que se refiere es una secuen­cia que ocurre en Los Angeles, donde usted construyó un set muy caro en lo más alto del edificio Mobil en la zo­na sur. En esa toma tiene simultáneamente en foco un anuncio de TV de un distribuidor de lanas y telas, la acción dentro de la oficina y una vista de Los Angeles que se ve desde una ventana. ¿Qué impresión tiene sobre Los Angeles?

Me llaman la atención los carteles de publicidad. Se han convertido en una obsesión para Los Angeles. Son tan potentes que no es posible evitarlos. Por supuesto, se corre cierto peligro juzgando a Los Angeles con ojos de extran­jero. Para nosotros, los carteles son otra cosa, pero para la gente que vive allí no significan nada: ni siquiera los ven. Pienso mostrarlo en el film pero todavía no sé cómo.

¿Eligió a Los Angeles como escenario por su proximidad con Death Valley?

Esta historia debía comenzar en una ciudad no muy lejana del desierto. Es fácil para alguien de Los Angeles venir aquí. El desierto es algo familiar para sus habitantes.

Sin embargo parece haber una conexión más signifi­cativa entre ambos lugares.

Death Valley contiene tanto los puntos más altos como los más bajos de los Estados Unidos. Es vasto, cósmico, variado...

¿Cómo intenta tratar a Death Valley?

Cuando vine aquí tenía a estos dos jóvenes en la mente. Me pareció el mejor lugar para sacarlos de su medio, para permitirles ser libres. Zabriskie Point era perfecto, tan primitivo co­mo la luna. No voy a explorar este paisaje en el film de la misma forma como lo hice al lle­gar. Quiero ponerlo como segundo plano; si no, po­dría tornarse demasiado fuerte.

Este escenario tan particular, ¿afectará el uso del color ha­bitual en sus films? ¿Se propone hacer un tratamiento di­ferente al que vimos en "El desierto rojo" y en "Blow up"?

En "El desierto rojo" era subjetivo. En la mayor parte del film, la realidad era observada desde el punto de vista de una mujer neurótica, por eso cambié los colores del contorno, de las ca­lles, de todo. En "Blow up" mi problema era to­talmente diferente. Conocía Londres porque ha­bía filmado allí unos episodios para mi segunda película. Pero cuando volví encontré un Lon­dres muy diferente. Cuando estoy visitando una ciudad tengo miles de impresiones e imágenes. En "Blow up" tuve pocas escenas de exteriores: concentré todas mis impresiones. Por eso decidí cuál era el color de Londres, no para los otros sino para mí. Cambié los colores de las calles de acuerdo con la historia, olvidándome del Lon­dres real. "Blow up" no era Londres en realidad, sino algo parecido a Londres. Con todo, no cambié mucho los colores. En este nuevo film tampoco los cambio: me limito a explotar los colores que tengo.

Los cambios de estilo no se limitan al uso del color. También anticipa muchos cambios, sobre todo por­que filma en Panavisión por primera vez.

Filmo de manera de tener varias posibilidades de elección de un estilo cuando termine y comience a montar. Al decir que filmo de distin­tas maneras, hablo del uso de los lentes. Es la Panavisión que me fuerza a usar diferentes téc­nicas: sus lentes difieren de los comunes. Ape­nas uno se adapta a ellos, debe explotar esa di­ferencia. Por ejemplo, ahora uso los laterales mucho más que antes: de esa manera consigo mucho más en la relación del personaje y su entorno.

Uno de los más fundamentales cambios esti­lísticos de "Blow up" fue el empleo de un ritmo más veloz. Me pregunto si esta tendencia se observará también en "Zabriskie Point".

"Blow up" era rápido porque el personaje estaba lleno de vida y necesitaba ese ritmo. En este film el argumento no es demasiado preciso. "Blow up" tenía comienzo y luego pasaba algo para desembocar en el final. Aquí no. El argu­mento es mucho menos fuerte. Su comienzo es casi documental: un mosaico de muchas cosas. Luego, los personajes surgen de ese mosaico. Por eso todavía no tengo determinada la velo­cidad del film. Pero mientras filmo nunca pien­so en eso.

Esta es su primera experiencia norteamericana. ¿Se le plantearon pro­blemas con la Metro? A pesar de tener plena autonomía, ¿no siente ninguna restricción?

Mi autonomía, debo decirlo, es completa. Me han dado carta blanca para hacer lo que quie­ra. Lo único que ha comenzado a preocu­parles ahora es el presupuesto. Me pregunta­ron por qué el film era tan caro, pero eso es lo que yo voy a devolverles como pregunta. No sé porqué es tan caro. Realmente no lo sé. Ten­go un equipo cuyo número es ínfimo compa­rado con los habituales en Estados Unidos. No me gustan los equipos grandes.

El hecho de haber ex­cedido el presupuesto, ¿es un error de los norteamerica­nos?

Veo que usan mal el dinero. Hasta me parece inmoral y me hace sentir incómodo. Por ejem­plo, tiraron como inservible un largo tramo de celuloide que no habíamos usado y estaba vir­gen todavía. Si estoy filmando con dos o tres cámaras y necesito sólo una en el medio de la escena, en Italia empezaría con ésta en el momento preciso. Aquí no. Ellos comienzan desde el principio con las tres. Sólo saben tirar celuloide. Son consumidores natos. Están acostumbrados al desperdicio. De artículos, de ma­teriales, de comida, de todo. Yo no.

Su equipo es inusual no sólo por su reducido tamaño sino también por la juventud de sus integrantes. Muchos debutan en esta producción. Un equipo así es raro de ver en Hollywood, ¿lo seleccionó así a propósito?

Traté de integrar al equipo tanta gente joven como me fuera posible. Algunos elementos del equipo no son tan jó­venes: ciertos veteranos que han trabajado por ejemplo en el primer film de Greta Garbo, en la primera "Ben Hur", en "Codicia" de Stroheim. También me resulta agradable hablar con ellos acerca de esas cosas.

¿Cómo es su relación con los gremios? Se dice que para una toma que tenía lugar en un ghetto negro trató de con­tratar un cameraman negro pero no pudo porque no halló ninguno en el sindicato.

Tuve muchos problemas con los gremios. Y en Hollywood más que en New York. Son tan fuertes. Abunda en ellos la gente vieja y es difícil hallar talento. Necesitaba fotógrafos y asistentes jóvenes que manejaran las cámaras con criterios modernos. Gente que pudiera ac­tuar sin necesidad de indicarles la distancia en­tre actores y cámaras. Gente capaz de introducir cambios por su cuenta, de hacer a menudo lo que quiera. Quiero que ellos lo hagan, que modifiquen el guión si es necesario. En momentos precisos el asistente de cámaras debe tomar una decisión: esto es un pecado para el cameraman norteamericano. Por eso me vi forzado a traer algu­nos técnicos de Italia.

Estas dificultades parecen tener que ver, más que con los sindicatos, con el carácter nacional. ¿Le parece más difícil trabajar en Estados Unidos que en Inglaterra?

No sé por qué, pero los ingleses me resultan más familiares. Mientras filmaba "Blow up", al menos, eran tan locos, tan napoleónicos de mane­ra positiva y agradable. Me gustan, me gustan más los ingleses que los norteamericanos. Quiero de­cir que me siento más cerca de ellos. Los norteame­ricanos son tan fríos a veces. Necesitan saber tan exactamente lo que hacen. Son como los ale­manes: precisos pero fastidiosos. Prefiero los es­pontáneos.

¿Cómo seleccionó a los actores del film?

Los he seleccionado por su na­turalidad y espontaneidad, algo que no pude hallar en los profesionales. Vi mucha gente joven, actores y estudiantes de las escuelas de actores, pero no pude en­contrar a nadie que se adaptara. Por eso em­pecé a buscar fuera de las academias y de los medios comunes a los actores. Descubrí a Daria Halperin en una película. No actuaba: había un ballet en ese film y Daria lo integraba. Vi su cara re­saltando en el fondo y me impresioné. Hicimos una prueba y dio extraordinariamente. Tiene las mejores cualidades para ser actriz. Es tan sincera, puede comunicar cualquier cosa, todo. Encontrar a Mark Frechette me dio más trabajo. Tuve que hacer muchas pruebas con mucha gente joven. De una de esas salió Mark.

¿Considera acertado usar actores no profesionales como Mark y Daria en este film?

Si, porque la historia bien podría sucederles a ellos. En el film usan sus propios nombres y apodos porque también se trata de ellos.