15 de agosto de 2008

Fernando Alegría: "La poesía chilena mantiene una línea brillante, algo así como un aerolito, como una estrella que mantiene su curso de luz a través del siglo"

El novelista, poeta, ensayista, cuentista, crítico y profesor universitario Fernando Alegría (1918-2005) vivió la mayor parte de su vida en Estados Unidos. Quizás por esa razón su trabajo literario no fue valorado por lectores y estudiosos de las letras, ni ha obtenido el merecido reconocimiento en su país. Durante la dictadura militar que asoló a su país entre 1973 y 1990, Alegría encabezó las denuncias a las violaciones de los derechos humanos, participando en numerosos actos de solidaridad con los prisioneros politicos y los familiares de los detenidos desaparecidos chilenos. Su obra, maciza, contundente, variada y vasta, comprende, entre otros, las novelas "Caballo de Copas", "Leyenda de la ciudad perdida", "Lautaro, joven Libertador de Arauco", "Mañana los guerreros", "La maratón del palomo", "El paso de los gansos" y "Coral de guerra"; los libros de cuentos "El poeta que se volvió gusano", "El cataclismo" y "Las noches del cazador"; los poemarios "Viva Chile, mierda", "Los trapecios" y "Cambio de siglo"; y los tomos de ensayos "Ideas estéticas de la poesía moderna", "Las fronteras del realismo", "Novelistas contemporáneos hispanoamericanos", "Literatura y revolución", "Literatura y praxis en América Latina" y "Creadores en el mundo hispánico". Fundador de la revista de literatura chilena "Creación y Crítica" y docente en las universidades de Columbia, Berkeley y Stanford, Alegría estaba preparando al momento de la siguiente entrevista su biografía novelada sobre Salvador Allende (1908-1973), que finalmente se editaría en 1990. La nota fue realizada por el Jefe de Redacción de la revista "Crisis", el poeta y periodista Jorge Boccanera (1952) y apareció en el nº 62 de julio 1988.


A usted se lo ubica dentro de lo que, en la literatura chilena, se ha denominado generación del '38 ¿Está de acuerdo con esa ubicación?

Sí, porque en 1938 publiqué mi primer li­bro, "Recabarren", sobre la vida de ese luchador sindical chileno y el libro participó, con otros, de una nueva manera de vincular realidad sociopolítica y literatura. Fue Luis Alberto Sánchez, en ese momento el gran crítico de la novela latinoamericana, quien señaló el surgimiento de una nueva generación.

¿Qué la caracterizaba?

Una actitud muy definida ante las causas populares en Chile -en el '38 se produce el triun­fo del Frente Popular- y ante la Guerra Civil Es­pañola y, sobre todo, una posición muy combativa ante el fascismo. En 1938 se produce en Chile un "putch" nazi a consecuencia del cual murieron más de sesenta jóvenes en la Universidad de Chile y en el Seguro Obrero. De este episodio se ocuparán tres libros. A la generación del '38 la define entonces una posición ideológica, una temática y un momento histórico que le dan una coherencia a través de los años. Pero en el '38 sucede también la renovación del teatro chileno, con el experimentalismo que encabeza Pedro de la Barra y por ahí se ubican también los orígenes de la nueva canción con cantantes como Violeta Parra.

¿Qué cambios se producen en la nove­la?

La ficción venía marcada por una hechura muy doméstica, por un realismo folklórico, regionalista, que en Chile llamaban "criollismo". Y cuando la novela empieza a liberarse de esto, cambia, paralelamente, el viejo concepto de la li­teratura chilena como producto de clase, de la alta burguesía. Aparecen los Guzmán y no los Guzmán ilustres, sino Nicomedes que era de un ba­rrio, de San Pablo; aparece Juan Godoy, aparezco yo, Volodia Teitelbaum, Fracisco Coloane. Es otro grupo social el que entra a la literatura. La no­vela nuestra empieza a perder el moblaje de la gran casa chilena del siglo XIX. José Donoso es el cronista de ese derrumbe. Las casas de tres patios que terminarán transformadas en pensiones. El cambio que se produce es profundo y creo que no se puede hablar de otro fenómeno igual.

Sin embargo se habla de una Genera­ción del '50 entre los narradores.

Ese es un invento que Enrique Laffourcade hizo con mucha gracia, como dicen en Chile, tomando a personajes más bien histriónicos. Pero resulta que los valores literarios de la generación del '50 se formaron en contacto directo con noso­tros.

Usted traza una genealogía de la nove­la de su país eminentemente nacional. ¿Re­conoce puntos de contacto con otras zonas de influencia, de la novela europea o nortea­mericana, por ejemplo?

Hay relaciones, claro. No se puede conce­bir a Manuel Rojas sin pensar en la narrativa mexicana, en la influencia de Agustín Yañez, prime­ro, y de Juan Rulfo, después. En el caso de mi ge­neración hay conexiones con la novela europea y con la latinoamericana de otros países. Yo me considero perfectamente cómodo en el contexto de Roa Bastos. También siento un parentesco muy profundo con Cortázar.

¿En qué se da ese parentesco, en la es­critura, en el abordaje temático?

Se verifica más por el lado del lenguaje, ya en este terreno Cortázar establece una ruptura. La narrativa chilena padecía de cierta propensión a las grandes palabras, a las palabras utilizadas co­mo los muebles de una casa y de pronto comienza a funcionar un lenguaje con base en las raíces po­pulares, una incidencia de la oralidad que le da más soltura y riqueza.

¿En la poesía chilena, se verifica algo tan identificable como la generación del '38 en narrativa?

Sobre la poesía no hay discusión. La poesía chilena mantiene una línea brillante, algo así como un aerolito, como una estrella que mantiene su curso de luz a través del siglo.

En la Argentina -y sobre todo duran­te y después de la dictadura militar- se vuelve a viejas dicotomías del tipo "forma­lismo versus poesía social", fundamental­mente para impugnar a esta última. En esta actitud se entrevé una reacción anti-Neruda. ¿Se ha dado esto en Chile?

Neruda "ofendió" a más de una generación de poetas chilenos, fundamentalmente porque no podían liberarse de su influencia y reaccionaban con resentimiento y al mismo tiempo con amor. A Neruda no se le ha perdonado que no se imitara a sí mismo. Era como Picasso que nunca se plagia­ba, siempre buscaba caminos nuevos. Con la poe­sía social hay otros problemas: fundamentalmente hay una poesía de realismo social que ha perdido vigencia, pero sólo un ciego puede asimilar a Ne­ruda a una corriente tan reducida y sin embargo se ha caído en ese reduccionismo equívoco. Hubo un momento en el que decirle a un poeta joven que era nerudiano era ofenderlo. Todos querían apare­cer lejos, liberándose de Neruda.

En la poesía chilena actual se constata una gran diversidad. Voces que retoman a Neruda, a Huidobro, a Pablo de Rokha...

Sí, Neruda sigue vagando. En el mismo Zu­rita, que parece tan original, hay climas nerudianos. A mí me gusta lo que están haciendo los poe­tas del sur de Chile, los que ellos llaman poesía "lárica", un término que yo tomo en el sentido de poesía de los lares, de la casa de uno.

Sin embargo, llama la atención que cuando se hacen antologías o muestras de la poesía latinoamericana actual figuran más o menos siempre los mismos chilenos. Y se excluya a un poeta de tanta importancia co­mo Jorge Teillier, la figura del "larismo".

Es una injusticia, porque Jorge Teillier es uno de los grandes poetas "malditos" de Chile. Lo que sucede con él, es que socialmente ofende por­que siempre se presenta borracho. Días pasados, hicimos en Santiago un homenaje a Rubén Darío, en una plaza, por el aniversario de la publicación de "Azul"; aparecieron unos veinte poetas y uno de ellos era Teillier. Jorge estaba completamente bo­rracho, habló, balbuceante, hubo que sostenerle el micrófono y claro, eso predispone mal. De todos modos su exclusión no se justifica y es una consecuencia de la política literaria de cierta ten­dencia a agruparse negando a los demás.

A usted se lo conoce como narrador y como ensayista pero escasamente como poe­ta.

Ni saben que escribo poesía. Sin embargo un poemario, "Cambio de siglo", que publiqué en Estados Unidos en edición bilingüe y del que aho­ra sale una segunda edición, fue considerado, en 1987, como uno de los tres mejores libros de poe­sía por el "New York Times". En Chile ni se ente­raron y no voy a andar yo diciendo esas cosas.

¿En qué está trabajando actualmente?

Estoy corrigiendo "Mi vecino el Presiden­te", una biografía novelada sobre Salvador Allende que sentí necesidad de escribir al tomar nota de que su proyecto estaba fracasando. Yo me identifiqué en muchos aspectos con el movimiento polí­tico e ideológico que Allende encabezó y se me presentó la necesidad de averiguar por qué su ges­tión fracasaba. No cuesta mucho decir que le faltó tiempo, pero eso no alcanza a explicarlo todo. Me di cuenta que hay una contradicción muy grande en un político chileno, tan chileno como Allende.

¿Cuál es esa contradicción?

Es difícil definirla en pocas palabras. Creo que en mi libro hago un intento honrado y sincero por definirla. Nosotros somos un país de fuerte clase media y con un atavismo conservador que no sé si viene de los vascos, pero que impregna aún a personas que, como Allende, tratan de rom­per con eso y de generar otras maneras de hacer política.