13 de agosto de 2008

Adolf Hitler: "No puede existir un comercio global a gran escala sin un poder a nivel mundial"

Adolf Hitler (1889-1945), fundador del nazis­mo y responsable directo de uno de los genocidios más grandes de la historia, rara vez conce­día un reportaje. El periodista alemán George Sylvester Viereck (1884-1962) tuvo el extraño privilegio de entrevistarlo el 9 de julio de 1932, cuando Hitler acababa de presentarse, sin éxito, en las elec­ciones presidenciales alemanas de ese año. La entrevista fue publicada en el periódico "The Fatherland" que el propio Viereck había fundado en agosto de 1914 en Nueva York, donde residía desde 1896.¿Por qué se define usted como nacionalsocialista, cuando su progra­ma de partido es la antítesis misma de todo aquello que normalmente se vincu­la con el socialismo?

El socialismo es la ciencia que se ocupa del bien común. El socialismo no es lo mismo que el comunismo. El mar­xismo no es el socialismo. Lo marxistas se han apropiado del término y han cambiado su significado. Yo arrebataré el socialismo a los socialistas. El socialismo es una antigua institu­ción aria y germánica. Nuestros antepa­sados compartían ciertas tierras y culti­vaban la idea del bien común. El marxis­mo no tiene derecho a disfrazarse de socialismo. Al contrario que el marxis­mo, el socialismo no rechaza la propie­dad privada. Al contrario que el marxis­mo, no implica renegar de la propia personalidad. Al contrario que el mar­xismo, el socialismo es patriótico. Podríamos haber escogido el nom­bre de Partido Liberal, pero decidimos llamarnos a nosotros mismos nacional­socialistas. No somos internacionalistas; nuestro socialismo es nacional. Exi­gimos que el Estado satisfaga las justas reclamaciones de las clases productoras sobre la base de la solidaridad racial. Para nosotros, Estado y raza son la mis­ma cosas.

¿Cuáles son los pilares básicos de su plataforma?

Creemos en una mente sana en un cuerpo sano. El cuerpo político debe estar sano para que el espíritu pueda ser saludable. La salud moral y la física son la misma cosa.

Mussolini me hizo la misma observación.

El ambiente de los barrios bajos es el responsable de las nueve décimas partes de toda depravación humana, y el alcohol, de la restante. Ningún hombre saludable pue­de ser marxista. Los hombres sanos reco­nocen el valor del individuo. Nos enfrenta­mos a las fuerzas del desastre y la degene­ración. Baviera es un lugar relativamente saludable porque no está totalmente industrializado. Sin embargo, toda Alemania, incluida Baviera, está condenada a una industrialización intensiva debido a lo limitado de su territorio. Si deseamos salvar a Alemania debemos asegurarnos de que nuestros agricultores permanezcan fieles a la tierra. Para conseguirlo habrán de dispo­ner de espacio para respirar y para trabajar.

¿De dónde saldrá ese espacio?

Debemos conservar las colonias y ex­pandirnos hacia el Este. Hubo un tiempo en que podríamos haber compartido el domi­nio del mundo con Inglaterra. Ahora sólo podemos estirar nuestras acalambradas piernas hacia el Este. El Báltico es esen­cialmente un lago alemán.

¿No sería posible para Alemania reconquistar económicamente el mundo sin ampliar su territorio?

El imperialismo económico, como el militar, depende del poder. No puede existir un comercio global a gran escala sin un poder a nivel mundial. Nuestro pueblo no ha aprendido a pensar en términos de poder y comercio globales. En cualquier caso, Alemania no puede crecer comercial o territorialmente has­ta que recupere lo que ha perdido y se encuentre a sí misma. Estamos en una situación similar a la de un hombre cuya casa ha ardido. Antes de embarcarse en planes más ambiciosos necesita un tejado bajo el que guarecerse. Hemos conseguido levantar un refugio de emergencia que nos prote­ge de la lluvia, pero no habíamos conta­do con el granizo. Sobre nosotros han caído auténticas tormentas de calamida­des. Alemania ha vivido un temporal de catástrofes nacionales, morales y econó­micas. Nuestro desmoralizado sistema de partidos es un síntoma del desastre. Las mayorías parlamentarias fluctúan con arreglo a la moda del momento. El go­bierno parlamentario abre las puertas al bolchevismo. Cuando me haga cargo de Alemania terminaré con el vasallaje ante el extran­jero y con el bolchevismo en nuestro país. El bolchevismo es nuestra mayor amenaza. Acabar con el bolchevismo es devolver el poder a setenta millones de personas. Francia no debe su potencia al ejército, sino a las fuerzas del bolchevismo y a la disensión que actúa en el seno de nuestro país. El bolchevismo alemán mantiene vigentes los tratados de Versalles y Saint Germain. El tratado de paz y el bolche­vismo son dos cabezas de un mismo monstruo. Debemos segar ambas.

¿No es partidario, como lo son al­gunos militaristas alemanes, de una alianza con la Rusia soviética?

Las combinaciones políticas de las que depende un frente unido son demasiado inestables. Hacen práctica­mente imposible una política claramente definida. En todas partes observo un permanente vaivén de compromisos y conce­siones. Nuestras fuerzas constructivas se enfrentan a la tiranía de los números. Cometimos el error de aplicar la aritmética y los mecanismos del mundo económico a la vida. Estamos amenazados por un creci­miento constante de las cifras y una progre­siva disminución de los ideales. Los núme­ros como tal, carecen de importancia.

Pero suponga que Francia tomase represalias invadiendo suelo alemán. Ya lo hizo antes en el Ruhr; puede hacerlo de nuevo.

No importa cuántos kilómetros cua­drados ocupe el enemigo si despierta el espíritu nacional. Diez millones de alema­nes libres, dispuestos a morir a cambio de que su país pueda vivir, son más poderosos que cincuenta millones cuya voluntad está paralizada y cuya conciencia racial está infectada por extranjeros. Queremos una gran Alemania que unifique todas las tribus germánicas. Pero nuestra salvación puede tener su origen en el más pequeño de los rinco­nes. Aunque sólo dispusiéramos de cua­tro hectáreas de terreno, si estuviéramos empeñados en defenderlas con nuestras vidas, esas cuatro hectáreas se converti­rían en el foco de la regeneración. Nues­tros trabajadores tienen dos almas: una es alemana, la otra es marxista. Hemos de hacer que despierte el espíritu ale­mán. Debemos extirpar el cáncer del marxismo. El marxismo y el germanis­mo son antitéticos. En mi visión del Estado alemán, no habrá lugar para el extraño, para el derro­chador, el usurero o el especulador, ni para nadie que sea incapaz de realizar un trabajo productivo.