El tono siempre paródico con el que te acercás a esos ámbitos literarios, ¿será una forma de conjuro, una manera de mantenerte a salvo de esa grandilocuencia y gravedad que es tan característica de algunos "hombres de letras"?
Yo creo que en el fondo la parodia sólo disfraza el deseo enorme de ponerse a llorar. Y sobre mantenerse a salvo de lo que sea, no sé qué decirte, en literatura es casi imposible mantenerse a salvo. Todo mancha. Supongo que hay novelistas que opinan lo contrario. Dios les conserve su candor (o su estupidez) por mucho tiempo.
Camuflados por esta intención paródica suelen aparecer, como de contrabando, datos o anécdotas sorprendentemente reales relacionadas con ese ámbito: en el caso de "Nocturno de Chile", las veladas literarias que se realizaban en una casa de las afueras de Santiago que servía, paralelamente y de forma subrepticia, como centro clandestino de interrogatorios durante la dictadura de Pinochet. ¿ De dónde viene esta afición tuya por los elementos casi bizarros de la historia?
Porque eso también es la historia. El encuentro casual y/o causal de una lluvia de fechas y un desfile de monstruos o de hechos monstruosos. La historia como historial psiquiátrico. O como puzzle, hubiera dicho Perec. En cualquier caso como un enigma en el que hay que internarse y en donde hay que intentar mantener la lucidez, que en este caso quiere decir que hay que intentar ser valiente, algo que resulta tan incómodo, tan inútil en estos tiempos en donde lo más normal es ser razonablemente cobarde y huir como alma que lleva el diablo de cualquier atisbo de pesadilla que disturbe la gran pesadilla plácida en la que estamos todos bien o mal instalados.
¿Te dio mucho trabajo construir en "Nocturno de Chile" la voz de su único y extraño narrador, el curita del Opus Dei Urrutia Lacroix, que además de tener veleidades de poeta ha decidido convertirse en crítico literario? ¿Has tenido en este sentido algún modelo?
No, ningún problema. Chile es pródigo en esta clase de personajes, algo que en Argentina o en México tal vez parezca excepcional, o extraño y caricaturesco, porque allí hay algo que se puede llamar tradición literaria, cosa que en Chile no ocurre. Los modelos de la canalla literaria abundan en mi país. No quiero decir con esto que tengamos la exclusiva de la canalla literaria o del ridículo más espantoso y patético, pero digamos que somos autosuficientes en el consumo interno y que incluso ya podríamos empezar a exportar algo.
¿A qué escritores de tu generación te sentís hoy en día más afín?
A muchos, aunque no sé con certeza cuál es mi generación. Suelo ver a Rodrigo Fresán cuando voy a Barcelona, con el que puedo conversar de Melville o Philip K. Dick. Me gusta la afición de Fresán por las paradojas y por los encuentros azarosos y por las soluciones imaginarias. También mantengo largas conversaciones telefónicas con Javier Cercas, sobre Borges y el "Quijote", y solemos reírnos juntos y discutir sobre los asuntos más peregrinos. Siento un gran cariño por Rodrigo Rey Rosa, el escritor guatemalteco, que siempre está viajando y, supongo, exponiéndose constantemente a peligros. Me gusta pensar que Rey Rosa es irreductible. Aunque, claro, nadie es irreductible del todo. Creo que en mi generación hay algunos escritores muy buenos. Entre España y Latinoamérica, unos doce o trece.