25 de agosto de 2008

La Orden de los Nuevos Templarios: el huevo de la serpiente

La ambición por el poder tiene a sus mayores representantes en el mundo de la política, don­de muchos individuos se han sometido a las leyes de diversas sociedades secretas con el objeto de alcanzar sus objetivos. Es una vieja historia que se repite con cierta continui­dad e involucra a ciertos cultos que ofrecen a sus miembros el sentimiento gratificante de superioridad sobre los demás. En este plano se inscribe la sociedad secreta Ordo Novi Templi (Los Nuevos Templarios), fundada en Austria el 25 de diciembre de 1907 por el ex monje cisterciense Adolf Lanz (1874-1954).
Lanz fue muy religioso durante su juventud, cuando tuvo su experiencia como monje cristiano en la Orden del Císter, una orden religiosa fundada en 1098 por Robert de Molesme (1029-1111) en la abadía francesa de Cíteaux (la antigua ciudad romana de Cistercium, próxima a Dijón). Durante ese tiempo, Jörg Lanz Von Liebenfels -como se hacía llamar- realizó investigaciones sobre textos gnósticos y apócrifos. Cuando renunció a sus votos en 1899, continuó con la elaboración de una teoría teológica en la cual el mal era identificado con las razas no arias y el bien con la pureza de los rasgos raciales arios. Según esta teoría, en el origen de la humanidad existieron dos razas absolutamente diferenciadas y ajenas la una de la otra. Por una parte, los "Hijos de los dioses" y por otra los "Hijos de los hombres". A la primera pertenecían los arios, dotados de una espiritualidad pura; en cambio, las otras razas procedían de la evolución biológica de los animales. Así, Lanz intentó explicar la expulsión del "paraíso terrenal" como producto de la unión sexual de unos (Adán) con otros (Eva). A raiz de ésto, la raza aria habría degenerado en el mestizaje, perdiendo sus facultades divinas, el orden superior y ciertas capacidades paranormales como la clarividencia y la telepatía, entre otras. Ese proceso de mezcla racial limitó esas cualidades a unos pocos descendientes de arios, de modo que recuperar la pureza racial aria equivalía a recuperar el carácter espiritual de los primeros arios.
Cuando Lanz se abocó a la creación de la Orden de los Nuevos Templarios impuso requisitos muy severos para quienes quisieran ingresar. Estos debían pertenecer a la raza aria, ser rubios, de piel clara y ojos grises o azules. Si además su nariz era aguileña y estrecha, y sus miembros delica­dos, mucho mejor para los fines de la sociedad.
El nombre de esta sociedad tuvo su antece­dente en otra secta de características diferen­tes, esta sí muy poderosa, que surgió en durante el siglo XI en plena épo­ca de las Cruzadas. La sociedad de los Templarios nació con el fin de proteger a los peregrinos hacia Tierra Santa, pero con el tiempo se transformó en una orden de caba­lleros que bajo el mando de su primer Gran Maestre Hugo de Payens (1070-1136), combatió a los sarracenos. Tras el éxito inicial, el número de templarios aumentó y De Payens decidió constituir una orden religiosa. El primer donativo importante fue realizado por el rey de Jerusalén Balduino II (1079-1131), quien les permi­tió utilizar una parte del palacio real.
Más tarde, Bernando de Claraval (1090-1153) de la orden Cisterciense, le escribió a De Payens: "Ruego la cooperación de los Templarios con objeto de rehabilitar a los hombres impíos y empedernidos, ladrones y sacrílegos, asesinos, per­juros y adúlteros". Esto bastó para que la secta buscase su reconocimiento en el Concilio de Troyes (1128), convocado por el papa Honorio II (1036-1130). Bajo la vigilancia de Claraval se estableció un ritual muy complejo que distinguía a la orden de cualquier otra sociedad secreta. Protegidos por los poderosos de la época, los templarios prosperaron económicamente, recibiendo tierras, granjas, pueblos y castillos. La máxima distin­ción les fue conferida por el papado, que los autorizó a mantener sus propios templos y su propio clero. Si alguien se atrevía a perseguir a un templario, podía ser excomulgado, de ma­nera que el poder de la secta aumentó ampara­do por la religión católica.
Las actividades de los Templarios fueron celebradas en toda Europa, al combatir en numerosas batallas que fueron decisivas para la victoria de la segunda Cruzada (1146-1150). Los templarios -in­mersos en la política de su tiempo- provocaron ellos mis­mos algunas guerras con el fin de sostener su estrategia. Su lema era: "Non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam" (No a nosotros, Se­ñor, no a nosotros, sino a Ti sea dada toda la gloria). No obstante, aunque muchos lo creyeran así, el éxito de la orden no se debió a su genio polí­tico, sino más bien a las habilidades financieras de sus integrantes. Estos se habían hecho in­mensamente ricos con los donativos y utiliza­ban sus fondos en la concesión de préstamos usurarios y la práctica de diversos negocios.
Todo ello terminó el viernes 13 de octubre de 1307, cuando el rey de Francia Felipe IV el Hermoso (1268-1314) -uno de sus enemigos más encarnizados- mandó apresar a los templarios. Esa noche cayeron más de 15.000 caballeros en el continente euro­peo, acusados de perversiones sexuales, cul­tos satánicos y blasfemias. La Inquisición no perdió el tiempo e hizo "confesar" a muchos de ellos sus supuestos delitos. Tres años después se inició el proceso públi­co en Vienne, Francia, y 67 templa­rios fueron quemados por herejes, luego de negar sus anteriores declaraciones. El resulta­do final fue que el papa Clemente V (1264-1314) expidió una bula ordenando la disolución de la orden en 1312.
Los que habían confesado quedaron en li­bertad; los que no lo hicieron fueron castigados con prisión perpetua. El último Gran Maestre, Jacques Bernard de Molay (1240-1314) declaró en París: "Confieso que en verdad soy cul­pable de la mayor infamia. Pero la infamia es que he mentido... admitiendo los cargos re­pugnantes presentados contra mi orden. Por tanto, declaro que la orden es inocente. Su pu­reza y santidad nunca han sido mancilladas. En el tribunal, yo había declarado de otra ma­nera; pero lo hice por temor a las terribles tortu­ras... Se me ofreció la vida, pero a cambio de la perfidia. A este precio la vida no merece vivirse". El 19 de marzo de 1314 Molay y su compa­ñero Geoffroy de Charnay (1251-1314) fueron enviados a la hoguera. La multitud congregada sintió escalofrió cuan­do Molay gritó al rey y al papa: "¡Os convoco al tribunal de los Cielos antes de que termine el año, para que recibáis vuestro justo castigo. Malditos!" Probablemente, todo fue una terri­ble coincidencia, pero Clemente V murió un mes después y Felipe IV lo siguió a la tumba en noviembre de ese mismo año.
A comienzos del siglo XX, la Orden de los Nuevos Templarios fundada por Lanz tenía varios enemigos, entre ellos el socialismo, la democracia y el feminismo. Entre sus seguidores mas notorios estaban Adolf Hitler (1889-1945) y Johann Dietrich Eckart (1868-1923), futuros baluartes del nazismo. Hay versiones que indican que el mito del origen bestial de las razas habría sido incluido por Hitler en la primera edición de su libro "Mein kampf" (Mi lucha). La teoría de Lanz incluía también el tema del "tercer ojo", divulgado por el naturalista y arqueólogo alemán Wilhelm Bölsche (1861-1939) en su obra "Vom bazillus zum affenmenschen" (Del bacilo a los hombres-mono, 1900) en donde hacía mención de los misteriosos rayos N, que supuestamente habían sido descubiertos en 1903 por el francés Prosper René Blondlot (1849-1930). Los arios primitivos de Lanz poseían órganos sensoriales que les permitían emitir rayos N y recibir señales eléctricas. A raíz de la degeneración racial, estos órganos se habían atrofiado, reduciéndose a la pituitaria y la glándula pineal.
Proféticamente, Lanz anunció: "No pasará mucho tiempo antes que surja un nuevo sacerdocio en la tierra del electrón y el Santo Grial". Para impulsarlo, en 1905 aportó algunas ideas: maternidades estatales para madres arias solteras, educación de mujeres elegidas y poligamia de las elites para asegurar la pureza de la raza aria. Además propuso medidas a tomar con las "razas inferiores": esterilización, esclavitud, uso como bestias de carga, deportación a Madagascar e incineración como sacrificio al dios pagano Wotan. Treinta años más tarde, Heinrich Himmler (1900-1945) Comandante en Jefe de las SS, tomo bastante al pie de la letra estas recomendaciones.
El nexo entre la Orden de los Nuevos Templarios y el nazismo fue Rudolf von Sebottendorf, el alias que utilizaba el alquimista, numerólogo y astrólogo Adam Alfred Glauer (1875-1945), fundador de la Thule Gesellschaft (Sociedad Thule), una organización político-esotérica precursora del NSDAP, Nationalsozialistischen Deutschen Arbeiterpartei (Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores). Admirador de Lanz, von Sebottendorf se identificaba con la cruz esvástica y situaba el origen de la raza aria en un continente perdido, la escandinava isla de Thule. Sebottendorf y Eckhart participaron -junto con el cabo Hitler- en operaciones militares contra los espartaquistas en Munich y en el asesinato del dirigente socialista Kurt Eisner (1867-1919).
También fue templario el vienés Karl Maria Wiligut (1866-1946), mano derecha de Himmler y activo participante en los campos de exterminio nazis. En 1933, Wiligut cambió su apellido por el de Weisthor y creó para las SS un ritual disciplinario inspirado en las órdenes guerreras medievales y las leyendas del Grial y la Mesa Redonda. Asimismo proyectó la construcción del castillo de Wewelsburg, con la idea de convertirlo en la Santa Sede de las SS y polo mágico para la conquista del mundo. Weisthor también se dedicó a reescribir toda la historia conocida, fraguando pruebas arqueológicas e intentando probar la superioridad de la raza aria mediante la utilización de una hipotética "ciencia racial" desarrollada por los antropólogos Lucian Scherman (1864-1946), Ludwig Woltmann (1871-1907) y Hans Günther (1891-1968).
Si bien la creencia en el esoterismo era frecuente en los círculos de poder nazis, el mismo Hitler -ya en el poder- limitó la actividad de los Nuevos Templarios al considerar que su intención era lograr el monopolio de las fuerzas ocultas. Para el Führer, "la ciencia pura y aplicada es un logro casi exclusivamente ario". Solo "cuando el conocimiento recobra el carácter de secreto, de conocimiento para iniciados, y deja de ser accesible para todos y para cualquiera, cumple de nuevo su función normal, que es proporcionar los medios y el poder de controlar la naturaleza humana y no humana".
Hoy día, aún existen diseminados por el mundo discípulos de la Orden de los Nuevos Templarios. En 2006 se anunció en un diario de Londres que iban a solicitar al Papa Benedicto XVI que "restaure la Orden con los deberes, derechos y privilegios para el siglo XXI y los venideros". En la solicitada -publicada en el "Daily Telegraph"- se animaba a "los grupos templarios y los compañeros de armas de todo el mundo" a ponerse en contacto con la Orden para organizar "a su debido tiempo" una reunión con el fin de renovar esa arcaica sociedad. Su tradicional racismo ha prevalecido menos que su afición por el esoterismo, pero sigue siendo amparada por la opulencia y la desinhibición del moderno capitalismo.