En 1908, presentó el legendario modelo “T”, un automóvil que estaba, por su precio, destinado a los granjeros, ya que costaba apenas 40 dólares más que un carro tirado por caballos que era el vehículo que éstos habitualmente utilizaban. Su producción se basaba en la línea de montaje, un novedoso principio que la aceleraba y multiplicaba y cuyo éxito lo convirtió en millonario. Dado que el único esmalte que secaba al ritmo de la fabricación era el negro, Henry Ford sentenció: “El cliente puede elegir cualquier color, siempre que sea negro”.