La fascinación por lo fantástico y el oculto horror de los objetos y las relaciones humanas cotidianas tiene raíces múltiples. No hay que olvidar que Cortázar tradujo las obras completas de Edgar Allan Poe al castellano; pero ese interés retrocede hasta la infancia, años antes de recibirse de maestro y ejercer en pueblos de la provincia de Buenos Aires. Él mismo recordó su estupefacción ante las limitaciones de un compañero de juegos empeñado en recortar los alcances de la realidad que incluyera la dimensión de lo fantástico: "Me acuerdo que a los once años le presté a un compañero "El secreto de Wilhelm Storitz", donde Julio Verne me proponía como siempre un comercio natural y entrañable con una realidad nada desemejante a la cotidiana. Mi amigo me devolvió el libro diciéndome: no lo terminé, es demasiado fantástico. Jamás renunciaré a la sorpresa escandalizada de ese minuto. ¿Fantástica, la invisibilidad del hombre? Entonces, ¿sólo en el fútbol, en el café con leche, en las primeras confidencias sexuales podíamos encontramos?".
En 1963 Cortázar viajó a Cuba y lo que vio transformó al apolítico escritor en uno de los representantes más generosos del compromiso en favor de las fuerzas progresistas de América Latina. A pesar de que ya había participado en acciones antiperonistas en el año 1945 -incluso le habían costado unos días de cárcel-, el viaje a Cuba fue iniciático. A principios de la década de 1970 fue a mostrar su solidaridad con el cambio democrático de Chile. El golpe contra Allende movió a Cortázar a trabajar activamente contra el régimen de Pinochet, colaborando en el libro negro sobre la dictadura chilena.
Aunque su preocupación política estaba orientada básicamente hacia América Latina, también protestó contra las invasiones de la Unión Soviética a Checoslovaquia y Afganistán. Participó igualmente en las actividades del tribunal Russel. En todo caso, la transformación revolucionaria de Nicaragua encontró en Cortázar su defensor más obstinado, lúcido y constante. Los televidentes europeos tuvieron la oportunidad de ver la elocuente defensa de la revolución sandinista que hizo pocos meses antes de su muerte.
Estas tomas de posición le valieron diversos adjetivos descalificativos: el más cariñoso fue el de ingenuo. Cortázar sabía la limitación, la impotencia del intelectual y de la palabra, pero ponía su voz al servicio de las causas en que creía, conscientemente, como si fuese útil lo que estaba haciendo para no caer en el más absoluto nihilismo.
Tal vez fue el pintor chileno Roberto Matta el que dio en el clavo cuando lo calificó de idiota, aunque no en un sentido peyorativo: "metes el dedo en la llaga con la mayor inocencia y estás siempre alarmando a la gente porque dices las cosas más inapropiadas en cualquier circunstancia y sólo algunos se dan cuenta de que no eran inapropiadas".
Denunciaba injusticias, reclamaba solidaridad. Era el programa de Cortázar.
La solidaridad es hoy una de las palabras más inapropiadas e incómodas que existen en los cuatro puntos cardinales. Ojalá el recuerdo de la actitud de Cortázar contribuya un poco a popularizarla.
Denunciaba injusticias, reclamaba solidaridad. Era el programa de Cortázar.
La solidaridad es hoy una de las palabras más inapropiadas e incómodas que existen en los cuatro puntos cardinales. Ojalá el recuerdo de la actitud de Cortázar contribuya un poco a popularizarla.