13 de septiembre de 2007

Gustav Mahler, entre infidelidades y sinfonías

El compositor austríaco Gustav Mahler (1860-1911), fue celebrado en vida como uno de los más importantes directores de ópera y de orquesta de su momento. Recién después de su muerte, fue reconocido como el más notable compositor post-romántico, un logro admirable para alguien cuya madura creatividad se concentró en sólo dos géneros: la canción y la sinfonía. Aunque como intérprete fue un director que sobresalió en el terreno operístico, como creador centró todos sus esfuerzos en la forma sinfónica y en el lied (canción alemana), e incluso en ocasiones conjugó en una partitura ambos géneros. Para Mahler, componer una sinfonía era construir un mundo con todos los medios posibles, por lo que sus trabajos en este campo se caracterizaron por una manifiesta heterogeneidad y por la introducción de elementos de distinta procedencia como apuntes de melodías populares, marchas y fanfarrias militares.
Esta mezcla, con las dilatadas proporciones y la gran duración de sus sinfonías y el empleo de armonías disonantes, contribuyeron a generar una corriente de hostilidad general hacia su música, a pesar del decidido apoyo de una minoría entusiasta. Su revalorización fue lenta y se vio retrasada por el advenimiento del nazismo al poder en Alemania y Austria: por su doble condición de compositor judío y moderno, la ejecución de la música de Mahler fue terminantemente prohibida. Sólo al final de la Segunda Guerra Mundial y gracias a la labor de directores como Bruno Walter (1876-1962) y Otto Klemperer (1885-1973), sus sinfonías empezaron a hacerse un hueco en el repertorio de las grandes orquestas.
Formado en el Conservatorio de Viena, la carrera de Mahler como director de orquesta se inició al frente de pequeños teatros de provincias como Liubliana, Olomouc y Kassel. En 1886 fue nombrado asistente del prestigioso Arthur Nikisch (1855-1922), director de la Opera de Leipzig. A pesar de su juventud (Mahler contaba en ese entonces con veintiséis años), no estaba satisfecho con su puesto. El compositor seguía buscando un cargo mejor y buscaba obras interesantes que pudiera dirigir en esa ciudad. Se le presentó una oportunidad cuando conoció al barón Karl von Weber, nieto del compositor Karl María von Weber (1786-1826), cuya música Mahler admiraba. Weber tenía en su poder los esbozos de la ópera cómica inconclusa de su abuelo "Die drei Pintos" y le preguntó si estaría interesado en terminar la obra.
Al principio Mahler dudó. Weber apenas había esbozado la música para siete de los diecisiete números del libreto y gran parte de la música que había escrito aparecía en una caligrafía indescifrable. Sin embargo Mahler estudió los esbozos y descubrió que podía leer esa escritura, así que aceptó el proyecto. Se mantuvo reacio a componer su propia música para la ópera, excepto donde fuera absolutamente inevitable, así que incorporó música de otras piezas de Weber. Se obsesionó con la obra, incluso hasta el punto de desatender sus deberes como director, pero el proyecto fue positivo para él. Hizo que concentrara sus energías en la composición, aunque se tratara de escribir la música de otra persona. Además, el interés del mundo musical en la producción venidera de "Die drei Pintos" demostró ser un gran impulso para la carrera de Mahler. Prácticamente todos los días iba a la casa del barón y de la señora de Weber, para tocar en el piano lo que había completado. Entre Mahler y el barón empezó a crecer una amistad y algo más que una amistad entre el compositor y la señora de Weber: entre ellos se inició un tórrido romance. Aunque ella era siete años mayor que Mahler y tenía marido y tres hijos, consideró seria­mente la posibilidad de fugarse con el músico. Los amantes temían un escándalo, pero cada uno de ellos consideraba al otro irresistible.
A pesar de las tensiones que estaba provocando en el hogar de los Weber, Mahler continuó con su práctica de llevarles periódicamente el estado actual del trabajo en curso, para que lo aprobasen. Sin embargo, una vez que la ópera estuvo terminada, fue la "Primera Sinfonía" lo que interpretó para los Weber. Un día llegó a casa de ellos a medianoche, llevando el primer movimiento recientemente terminado. Fue al piano y los Weber se colocaron a ambos lados de él ayudarle a tocar las ocho octavas del La que inician la obra. Más tarde el compositor recordaba: "Los tres nos sentíamos felices y animados. No creo haber experimentado otro momento tan agradable con mi 'Primera Sinfonía'. Luego salimos juntos, llenos de felicidad".
El barón von Weber ignoró todo lo que pudo lo que estaba sucediendo entre su esposa y el compositor, pero finalmente perdió la cordura. Un día, mientras viajaba en un tren camino a Dresden, la emprendió a los tiros contra los ocasionales pasajeros. Afortunadamente no hirió a nadie: los repetidos disparos de su revólver fueron a dar a los respaldos de los asientos.
A raíz del escándalo que fatalmente se originó, Mahler tuvo una pelea con el gerente de la ópera de Leipzig y se quedó sin trabajo. A pesar de la fama que le había reportado "Die drei Pintos", le resultó difícil obtener un nuevo puesto, en gran parte debido a su inconveniente relación con Marion von Weber. También tuvo problemas al tratar de arreglar una presentación de la recientemente terminada "Primera Sinfonía", que la ma­yoría de los directores consideraba demasiado moderna. La respuesta a ambos dilemas llegó en 1888, cuando Mahler, a la edad de veintiocho años, fue nombrado director principal de la Opera Real de Budapest. Después de un año en la capital húngara, pudo dirigir la sinfonía. La recepción fue fría. La primera mitad melódica fue razonablemente bien recibida, pero la marcha fúnebre burlona y el final turbulento presentaron problemas para el público conservador. Finalmente, fue recibida con algunos abucheos.


Años más tarde, en 1902 Mahler se casó con Alma Schindler (1879-1964), una compositora veinte años menor que él, hija del pintor Emil Schindler (1842-1892) y luego esposa del arquitecto Walter Gropius (1883-1969) y del escritor Franz Werfel (1890-1945). Esta vez, la infidelidad le tocó vivirla a él en carne propia. Alma tuvo una serie de flirteos, entre ellos uno con el pintor Gustav Klimt (1862-1918), otro con el director teatral Max Burckhard (1854-1912) y también con el compositor Alexander von Zemlinsky (1872-1942). La situación emocional que vivió Mahler la plasmó en los tres movimientos de la obra que componía por entonces, la "Sinfonía N° 10".
La personalidad de Mahler era bastante particular. Creyéndose perseguido por la muerte, era muy supersticioso. Tenía miedo de que, al componer su novena sinfonía, moriría igual que Beethoven, Schubert y Bruckner quienes murieron después de escribir sus novenas sinfonías. Después de la octava, Mahler compuso una sinfonía con canto solista, inspirada en una serie de poemas recientemente traducidos del chino. Sin embargo, para no tentar al destino, en vez de llamar a esa obra Novena Sinfonía la llamó "La canción de la tierra".