Desde un punto de vista diferente al sartreano, ciertos autores han señalado que la magnitud de esta influencia del pensamiento de Marx estaría en relación con el hecho de que éste se ha presentado como una concepción global del hombre y de la sociedad y que, por lo mismo, ha prodigado por doquier certezas en una época histórica de profundas transformaciones sociales y, en consecuencia, incierta por naturaleza.
Sea como fuere, el marxismo se ha configurado en el terreno del pensamiento como una de las grandes corrientes filosóficas contemporáneas. Baste recordar a este respecto las aportaciones leninistas, o la renovación teórica impulsada por las reflexiones de Antonio Gramsci o Georg Lukács; por no hablar de la Escuela de Frankfurt, al frente de la cual pensadores como Max Horkheimer, Theodor W. Adorno y Herbert Marcuse han ampliado desde nuevas dimensiones el análisis de las sociedades contemporáneas tomando como base el marxismo; o de la lectura enriquecedora, al tiempo que controvertida, que más recientemente hizo Louis Althusser de Marx.
Aun apenas mencionando los nombres de las principales figuras del marxismo de fines del siglo XX, no se habría hecho ninguna referencia al hecho de que las ideas de Marx han impregnado el campo de las ciencias sociales y de que muchos intelectuales han utilizado una metodología marxista en sus investigaciones, ya sea en la historia, en la antropología o en la sociología.
Pero allí donde el marxismo adquiere las dimensiones de un fenómeno central de la cultura contemporánea es en el terreno político. En nombre de los postulados teóricos de Marx y Engels se han producido las principales revoluciones políticas del siglo pasado, desde la rusa hasta la china, desde la cubana a la vietnamita El movimiento obrero europeo se ha desarrollado en buena parte al calor de las teorías marxistas, y éstas, a su vez, han inspirado numerosos movimientos de tipo radical y antiautoritario.
Sin embargo, el aspecto más llamativo de la influencia del marxismo en la segunda mitad del siglo XX, ha radicado en su incorporación en las luchas de liberación nacional del llamado Tercer Mundo; aspecto que presenta una paradójica correspondencia con el hecho de que, contrariamente a lo que Marx llegó a prever, ninguna revolución política ha tenido lugar en las sociedades capitalistas avanzadas.
Este supuesto error de diagnóstico del marxismo ha hecho olvidar a menudo que el pensamiento de Marx surge de las condiciones históricas de su tiempo, que es un reflejo de las mismas, y que, por consiguiente, nada tiene que ver con él lo que entra en el terreno de las profecías.
Marx vivió en un período histórico caracterizado, como el nuestro, por sus hondas transformaciones. Entre 1818 y 1883, la Revolución Industrial se extendió por Europa modificando radicalmente las formas de producción económica y convulsionando el orden social del antiguo régimen. Desde el punto de vista político, el absolutismo fue sucesivamente decapitado por una burguesía revolucionaria, convertida en agente de la transformación social. Las clases sociales ligadas a los viejos modos de producción iban decayendo, al tiempo que surgía el proletariado al amparo de la concentración en las ciudades de la mano de obra industrial.
El pensamiento de Marx se fue articulando, en el curso de las convulsiones sociales de esta época, mediante una práctica revolucionaria. En este sentido, vale la pena remarcar que Marx captó con prontitud el papel de la burguesía, su evolución desde posiciones revolucionarias -en las que era esencial su alianza con las clases populares- a un conservadurismo con el que claudicaba de su papel histórico de agente de la transformación social.
Paralelamente, Marx asistió al nacimiento de la clase obrera como clase autoconsciente, y vio en ella al nuevo sujeto histórico capaz de llevar a cabo la revolución que habría de liquidar para
Sin embargo, el aspecto más llamativo de la influencia del marxismo en la segunda mitad del siglo XX, ha radicado en su incorporación en las luchas de liberación nacional del llamado Tercer Mundo; aspecto que presenta una paradójica correspondencia con el hecho de que, contrariamente a lo que Marx llegó a prever, ninguna revolución política ha tenido lugar en las sociedades capitalistas avanzadas.
Este supuesto error de diagnóstico del marxismo ha hecho olvidar a menudo que el pensamiento de Marx surge de las condiciones históricas de su tiempo, que es un reflejo de las mismas, y que, por consiguiente, nada tiene que ver con él lo que entra en el terreno de las profecías.
Marx vivió en un período histórico caracterizado, como el nuestro, por sus hondas transformaciones. Entre 1818 y 1883, la Revolución Industrial se extendió por Europa modificando radicalmente las formas de producción económica y convulsionando el orden social del antiguo régimen. Desde el punto de vista político, el absolutismo fue sucesivamente decapitado por una burguesía revolucionaria, convertida en agente de la transformación social. Las clases sociales ligadas a los viejos modos de producción iban decayendo, al tiempo que surgía el proletariado al amparo de la concentración en las ciudades de la mano de obra industrial.
El pensamiento de Marx se fue articulando, en el curso de las convulsiones sociales de esta época, mediante una práctica revolucionaria. En este sentido, vale la pena remarcar que Marx captó con prontitud el papel de la burguesía, su evolución desde posiciones revolucionarias -en las que era esencial su alianza con las clases populares- a un conservadurismo con el que claudicaba de su papel histórico de agente de la transformación social.
Paralelamente, Marx asistió al nacimiento de la clase obrera como clase autoconsciente, y vio en ella al nuevo sujeto histórico capaz de llevar a cabo la revolución que habría de liquidar para
siempre la prehistoria de la humanidad y consagrar su entrada al lugar que verdaderamente le corresponde en la historia. Marx tomó parte de las luchas del proletariado en su afán de constituirse en movimiento organizado, desde la derrota de 1848 hasta la plenitud del internacionalismo obrero en los años sesenta y la experiencia de este Estado dirigido por los trabajadores que fue la Comuna de París en 1871.
Desde entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente. Desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días, la campaña ideológica contra el marxismo ha pasado por diversas expresiones que van desde la confrontación abierta para descalificar su validez, hasta la minimización de sus argumentos considerándolos incluso propios del pasado.
Lo que ha envejecido sin remedio es una determinada interpretación del pensamiento de Marx, convertida en escuela y difundida en tiempos de Stalin por la Komintern y cuya nefasta estela alcanzó a la generación que surgió de los temblores de los años sesenta. Es el marxismo de manual: el breviario con soluciones políticas para todo, listo para ser aplicado donde sea. Es la negación del impulso renovador de un pensador que no solía escribir manuales.
Está claro que con la caída del llamado campo socialista, el capitalismo se ha instalado en el mundo con toda su aplastante propaganda triunfalista, imponiendo en sus primeras expresiones la idea del carácter eterno del capitalismo, aunque esa propaganda tiene ya menos peso, dadas las dramáticas consecuencias que sobre la humanidad y la naturaleza ha provocado el llamado triunfo de la economía de mercado.
Hoy por hoy, se torna necesario revisar a fondo la teoría marxista y someterla a un cerrado proceso de crítica científica apoyado en el estudio de la realidad, tal como ha ocurrido en la historia de cualquiera de las ciencias, en donde se han dado casos análogos sin que ello implique partir de cero. Es preciso llevar a cabo una reflexión que sea, a la vez, severa y serena, tomando en cuenta que durante más de un siglo el marxismo fue la guía principal para la interpretación de los fenómenos sociales por parte de un abanico muy amplio de pensadores y actores sociales y que el instrumental teórico del marxismo ha sido aplicado -muchas veces con éxito- a la interpretación de la realidad, incluso en las ciencias de la naturaleza. Una investigación teórica de semejante envergadura, debe incluir necesariamente investigaciones serias de la realidad social y de su historia, así como reflexiones críticas y profundas de la teoría, que podrían dar a luz una nueva y distinta teoría de las sociedades humanas o, por lo menos, nuevos y considerables aportes a un marxismo renovado.
El marxismo lleva en sí mismo las posibilidades de su renovación permanente y sistemática, partiendo de los nuevos datos de la realidad en las distintas geografías. Es una doctrina esencialmente crítica y revolucionaria, destinada a transformar el mundo y a la vez, profundamente autocrítica, dispuesta a un permanente reexamen de sus propias tesis. Ejemplos contundentes en ese sentido pueden espigarse en los sucesivos prólogos del Manifiesto Comunista. Allí Marx y Engels advierten acerca del posible “envejecimiento” del documento y declaran sin vueltas que ciertas tesis han caducado o están incompletas, agregan otras nuevas (a raíz de la experiencia de la Comuna) e incitan permanentemente a introducir cambios en su propia teoría. Esto sucede, por probidad intelectual, nada menos que con el documento fundacional.
El marxismo lleva en sí mismo las posibilidades de su renovación permanente y sistemática, partiendo de los nuevos datos de la realidad en las distintas geografías. Es una doctrina esencialmente crítica y revolucionaria, destinada a transformar el mundo y a la vez, profundamente autocrítica, dispuesta a un permanente reexamen de sus propias tesis. Ejemplos contundentes en ese sentido pueden espigarse en los sucesivos prólogos del Manifiesto Comunista. Allí Marx y Engels advierten acerca del posible “envejecimiento” del documento y declaran sin vueltas que ciertas tesis han caducado o están incompletas, agregan otras nuevas (a raíz de la experiencia de la Comuna) e incitan permanentemente a introducir cambios en su propia teoría. Esto sucede, por probidad intelectual, nada menos que con el documento fundacional.