Antes de Julio César todos los años eran de 365 días; pero como la Tierra tarda 5 horas, 48 minutos y 46 segundos más en completar una vuelta completa de su órbita alrededor del Sol, cada cuatro años atrasaba casi un día, de modo que si el solsticio de invierno o el día más breve del año caía, por ejemplo, el primer día de enero, al cabo de cuatro años caería el día 2, después de otros cuatro, el día 3 y así sucesivamente. De este modo, el mes de enero, que caía en invierno, pasado el tiempo hubiera caído en primavera, después en verano, etc. Julio César, para corregir esta deformidad, mandó añadir al año un día cada cuatro años, de donde vino el año bisiesto.
Primitivamente el calendario romano constaba de 10 meses; se atribuye a la influencia de los sabinos (un antiguo pueblo ganadero que habitaba las colinas de los alrededores de Roma),
la introducción del calendario de 12 meses con tres fechas mensuales fijas: Calendas, Nonas e Idus. La mitad aproximada del mes eran los "idus": el 15 (en marzo, mayo, julio y octubre) o el 13 (en los restantes meses). Las "nonas" empezaban nueve días antes de los idus (incluidos éstos como último día). Se llaman los días según en cuánto anteceden a las calendas, los idus o las nonas.
Las Calendas eran el día 1 de cada mes. Los días anteriores al día 1 hacian referencia a las Calendas de ese mes. Por ejemplo, en un año normal de 365 días, el 1 de marzo, era las Calendas de Marzo; el 28 de febrero era el día anterior a las Calendas de Marzo; el 27 de febrero era el 3er. día antes de Calendas de Marzo (se contaba el día de partida y el de llegada en la cuenta); el 26 de febrero era el 4º día antes de las Calendas de Marzo; el 25 de febrero era el 5º día antes de las Calendas de Marzo; el 24 de febrero era el 6º día antes de las Calendas de Marzo.
Al día 23 de febrero lo llamaban los romanos sexto de las calendas (primer día del mes); es decir, día sexto antes de las calendas de marzo y como en el año en que se intercalaba o añadía un día, que se hacía en aquel mes y en aquel día, había dos días sextos, de aquí vino llamar bisiesto -"bis sexto"- o año de dos días sextos al que constaba de 366 días. A este sistema se lo conoce como Calendario Juliano.
Esta corrección hubiera sido perfecta si la Tierra en su curso alrededor del Sol, además de los 365 días, gastase seis horas exactas, pues éstas, cada cuatro años, harían un día justo. Pero como faltan 44 minutos cada cuatro años (los que al cabo de 100 años llegan a componer casi un día), resultaba que el día del equinoccio de la primavera, que en el año 325, por ejemplo, en que se celebró el Concilio Niceno, era el 21 de marzo, se había adelantado al día 11, porque, en efecto, los once minutos anuales que faltan, como hacen una hora cada cinco años y medio, componen un día con poca diferencia cada ciento y tantos años y, por consiguiente, hacían cerca de diez días en los 1.255 años que pasaron desde el de 325 hasta el de 1580.
Este defecto había sido conocido ya por algunos astrónomos. El cardenal Pedro d’Ailly había presentado al papa Gregorio XII en el sínodo efectuado en Roma en el año 1412, un tratado para la reforma del calendario y, sin embargo, a pesar de que fue examinado por los concilios de Basilea y de Constanza, nada se resolvió sobre el particular.
En 1475, Sixto IV pensó en la reforma del calendario y para ello consultó con Johannes Muller, el célebre matemático y astrónomo alemán, pero tampoco obtuvo ningún resultado, ya que éste murió al año siguiente. León X, en 1516, emprendió de nuevo la reforma y se habló de ella en el Concilio de Trento; pero esta gloria estaba reservada al papa Gregorio XIII.
A fin de hacer una corrección exacta, este papa se valió de los conocimientos del prestigioso médico y cronologista italiano Luigi Lilio y siguiendo sus consejos, mandó que el año 1582 se quitasen diez días al mes de octubre, de modo que al día 4 no siguiese el día 5, sino el 15.
Además, para prevenir en lo sucesivo semejante equivocación, ordenó que cada cuatrocientos años, sólo uno fuese bisiesto; esto es, que fuese bisiesto el año de 1600, pero no los de 1700,1800 y 1900, siéndolo otra vez el 2000 y no los tres centenares siguientes, y así en adelante.
Rebajando pues, tres años bisiestos, es decir, quitando tres días cada cuatrocientos años, se elimina el producto de los once minutos anuales que sobran con mayor aproximación y pasarán muchísimos siglos sin que sea notable la diferencia.
Antes de que Gregorio XIII dispusiera que se suprimiesen los 10 días del año 1582, como hemos dicho, pasando del 4 de octubre al 15 del mismo mes, los días disminuían verdaderamentte hasta el 11 de diciembre, cuya duración era entonces la más corta y su noche la más larga del año.
Esta corrección hubiera sido perfecta si la Tierra en su curso alrededor del Sol, además de los 365 días, gastase seis horas exactas, pues éstas, cada cuatro años, harían un día justo. Pero como faltan 44 minutos cada cuatro años (los que al cabo de 100 años llegan a componer casi un día), resultaba que el día del equinoccio de la primavera, que en el año 325, por ejemplo, en que se celebró el Concilio Niceno, era el 21 de marzo, se había adelantado al día 11, porque, en efecto, los once minutos anuales que faltan, como hacen una hora cada cinco años y medio, componen un día con poca diferencia cada ciento y tantos años y, por consiguiente, hacían cerca de diez días en los 1.255 años que pasaron desde el de 325 hasta el de 1580.
Este defecto había sido conocido ya por algunos astrónomos. El cardenal Pedro d’Ailly había presentado al papa Gregorio XII en el sínodo efectuado en Roma en el año 1412, un tratado para la reforma del calendario y, sin embargo, a pesar de que fue examinado por los concilios de Basilea y de Constanza, nada se resolvió sobre el particular.
En 1475, Sixto IV pensó en la reforma del calendario y para ello consultó con Johannes Muller, el célebre matemático y astrónomo alemán, pero tampoco obtuvo ningún resultado, ya que éste murió al año siguiente. León X, en 1516, emprendió de nuevo la reforma y se habló de ella en el Concilio de Trento; pero esta gloria estaba reservada al papa Gregorio XIII.
A fin de hacer una corrección exacta, este papa se valió de los conocimientos del prestigioso médico y cronologista italiano Luigi Lilio y siguiendo sus consejos, mandó que el año 1582 se quitasen diez días al mes de octubre, de modo que al día 4 no siguiese el día 5, sino el 15.
Además, para prevenir en lo sucesivo semejante equivocación, ordenó que cada cuatrocientos años, sólo uno fuese bisiesto; esto es, que fuese bisiesto el año de 1600, pero no los de 1700,1800 y 1900, siéndolo otra vez el 2000 y no los tres centenares siguientes, y así en adelante.
Rebajando pues, tres años bisiestos, es decir, quitando tres días cada cuatrocientos años, se elimina el producto de los once minutos anuales que sobran con mayor aproximación y pasarán muchísimos siglos sin que sea notable la diferencia.
Antes de que Gregorio XIII dispusiera que se suprimiesen los 10 días del año 1582, como hemos dicho, pasando del 4 de octubre al 15 del mismo mes, los días disminuían verdaderamentte hasta el 11 de diciembre, cuya duración era entonces la más corta y su noche la más larga del año.
El calendario gregoriano se adoptó inmediatamente en los países donde la Iglesia Católica tenía influencia. Sin embargo, en países que no seguían la doctrina católica, tales como los protestantes, ortodoxos y otros, este calendario no se implantó hasta varios años (o siglos) después.
Los cambios introducidos por el nuevo calendario generaron algunos hechos insólitos. El más llamativo fue sin duda el acaecido con la religiosa Teresa de Cepeda y Ahumada, conocida por el nombre de santa Teresa de Jesús o simplemente santa Teresa de Ávila, fundadora de las carmelitas descalzas. Como murió precisamente el día 4 de octubre de 1582, el día siguiente fue, de conformidad con lo dispuesto por el papa Gregorio, el 15 del mismo mes. De este modo, santa Teresa murió un 4 de octubre y fue enterrada el día siguiente, 15 de octubre.
Otro hecho curioso lo constituye la Revolución de Octubre en Rusia. Como la reforma al calendario recién se adoptó tras el triunfo de los bolcheviques, la conmemoración de la Revolución de Octubre se realizó durante los años siguientes el 7 de noviembre.