Los amores de Frank Sinatra (1915-1998) fueron explosivos. Siempre le gustó jugar a la caprichosa lotería del sexo de la misma forma en que apostaba a las carreras de caballos. Shirley van Dike -una de sus numerosas amantes- de 32 años, casi sucumbió a una sobredosis de somníferos. La policía -muy convenientemente- obvió la nota escrita por la frustrada suicida: “Frank: sos el único que quise y me hiciste mucho daño. Sos tan grande y yo tan pequeña…”.
El célebre cantante y actor cinematográfico, nunca buscó cualidades concretas en sus conquistas, le daba igual hacer incursiones en los burdeles o en los estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer. En esa doble vida entre las estrellas cotizadas y las anónimas camareras y prostitutas que pasaron por su vida, se vio abrumado -y favorecido- por la adulación. Lita Marít, de apenas 16 años, aseguró estar recién salida del convento cuando él la pescó en sus redes. Pudo elegir amantes y las tuvo por docenas. Toni Franke -una de las tantas hechizadas por su voz, su aureola de peligro y sus ojos azules- lo hizo detener dos veces por delitos sexuales. Él levantó un muro de silencio sobre el interminable desfile de sus temperamentales relaciones. Fueron las propias Judy Garland y Hope Lange quienes se sintieron despechadas, otras lo denunciaron por las palizas que les daba y las más, como Victoria Principal, Marlene Dietrich y Marilyn Monroe, lo elogiaron por sus dotes de amante encantador. Marylin Maxwell, Alora Gooding, Kim Novak y Lana Turnar cayeron rendidas a sus pies. Zsa Zsa Gabor confesó en sus memorias haber sido violada por Sinatra una noche de 1950. Sus gritos de auxilio se ahogaron en la trompeta de Harry James que sonaba desde el tocadiscos. La codiciada Liz Taylor sufrió su desdén; tras su divorcio de Michael Wilding, se embarazó de Sinatra. Para su sorpresa en vez de una boda, Sinatra le ofreció abortar. Se deshizo de Natalie Wood con 22 ramos de flores, enviados uno cada hora, mientras 22 músicos le cantaron una serenata.
Un seductor tan presumido pudo, además, con Lauren Bacall, que se encaprichó con él mientras su esposo -Humprey Bogart- agonizaba. La Voz, como se lo conocía, la acompañó como viuda errante, a todos los estrenos cinematográficos que ocurrían en 1957. Cuando ella confesó el compromiso a la prensa él se borró durante seis años diciendo: “nunca me casaré con una mujer tan agobiante”.
“Es un hombre tierno y sentimental y un buen padre, aunque no supo ser un buen marido”, así lo definió Nancy Barbatro, una dama de rostro pétreo que le dio tres hijos.
También Ava Gardner, la venus del celuloide, escultural y ebria se le cruzó en el camino. Por ella intentó suicidarse ingiriendo pastillas. Su esposa Nancy, atolondrada por la posible tragedia, accedió al divorcio. Así, entró en el juzgado “abandonatta y cornutta” y salió millonaria. Dos años le duró la pasión por la Gardner, sacudida por el escándalo, los celos y las amenazas. Ava prefería los trajes de luces y las borracheras de ciertos toreros en Gerona. Frankie cruzó el Atlántico y la reconquistó con diez mil dólares en esmeraldas y brillantes, pero le duró poco. Veinte días después de la separación, el cantante se cortó las muñecas y debió ser hospitalizado. Estuvo sumido en el rencor durante una década.
A los 51 años contrajo matrimonio con Mía Farrow, una joven actriz que tenía sólo 19. “No hay nada malo en el asunto -comentó Dean Martin, uno de sus grandes compinches-, el único problema es que algunas de las corbatas de Frank son más viejas que su esposa”. La unión tuvo grandes bajones y desencuentros generacionales. Mia fue internada, víctima de los golpes que recibía de su esposo y enseguida fue excluida del elenco de una película en la que compartían cartel. Un abogado le informó lacónicamente a la actriz: “Está divorciada”.
Su última mujer fue la ex esposa de Zeppo Marx, Bárbara, una jugadora de golf conservada en almíbar, muy diferente de sus predecesoras, todas ellas hembras naturales y tercas. Con ella también tuvo sus altibajos y, tras algunos intentos de entablar una relación estable con otras mujeres -entre las que estaba Jacqueline Kennedy-, Sinatra y Bárbara se volvieron a unir, aunque sin casarse todavía.Con sus cuatro matrimonios Frank intentó satisfacer a ese gran amor que fue su madre Dolly. Sólo ella podía descifrar el jeroglífico que representaba su hijo y parecía tener todas las respuestas que él buscaba. Esas respuestas se perdieron en el instante en que se estrelló su avión en 1977, cuando acudía a Las Vegas para verlo actuar. Su vestido quedó colgado de un árbol y los trozos de su cuerpo esparcidos por la cordillera.Había alquilado -para un vuelo de 25 minutos- un lujoso jet privado. Una tormenta de nieve provocó el accidente: “una vergüenza -dijo Frank- un duro golpe, sobre todo por cómo murió”. El dinero había abrillantado la mitad de sus 84 años, en una casa soñada, en el dorado Abbot Bulevard con una máquina tragamonedas, abrigos de visón, broches de perlas y una pulsera de 25.000 dólares de Tiffany que le fue entregada a la puerta de su mansión, en un vehículo blindado. Todo, por supuesto, regalo de su hijo. La desolación que significó la muerte de su madre, lo sumió en lágrimas y hermetismos. Decidió regresar al seno del catolicismo y entonces alguien le explicó el descontento que existía en ciertas esferas celestiales sobre su lujuria. Fue necesario recurrir, una vez más, a su chequera. Tras la revisión del Código de Derecho Canónico, la Iglesia facilitó la anulación de su primer matrimonio y Bárbara dio su conformidad para convertirse del protestantismo a la fe católica. Entonces sí se casaron como Dios manda. Ni siguiera Casanova se había atrevido a tanto.