Los historiadores no se ponen de acuerdo a la hora de intentar determinar cuándo y en qué lugar del mundo se gestó el fútbol. Lo que parece estar claro es que es el producto de un proceso remoto cuya génesis se pierde en las tinieblas del tiempo. Hay quienes localizan sus antecedentes en la China de cuarenta y cinco siglos atrás, otros en el Japón del año 1600 antes de nuestra era, otros en la Grecia de Homero, la mayoría en la Roma Imperial. Hay también quienes hablan del Africa y de los mayas. Sin embargo, lo más probable es que la idea de jugar a lo que todavía hacia 1850 sólo circunstancialmente se conocía por la palabra fútbol (football), haya surgido la vez en que un despreocupado individuo pateó con deleite algún objeto que halló en su camino. Si esta hipótesis es válida, el balompié (la denominación que ha tratado de imponer sin éxito la Real Academia Española), necesariamente tuvo su origen en múltiples lugares geográficos.
Lo cierto es que una contienda en la que dos bandos se disputaban un cuerpo esférico para lograr hacerlo pasar por la meta del rival, era un juego del cual testigos de diversas épocas y latitudes dejaron constancia en asombradas crónicas. Hay menciones de su existencia con el nombre de “harpastum” en la Roma de Julio César, que aluden a grupos heterogéneos que luchaban sin cuartel por la posesión de una vejiga de cerdo rellena con lana, crines, plumas o vegetales, y que debía ser impulsada hasta un punto preestablecido.
Con el correr de los siglos, el juego se fue estilizando y propagando y así, para la época del Renacimiento, en la Florencia de los Médicis ya se lo conocía en la población con el nombre de "calcio" y era promovido por las autoridades porque se lo consideraba un desahogo para los habitantes. Los partidos se realizaban en la Plaza de la Santa Cruz o en la de Santa María Novella, entre veintisiete jugadores por bando que forcejeaban por el balón en un espacio de aproximadamente cien metros por cincuenta. En torno del "calcio" se organizaba una auténtica fiesta popular que trascendía lo meramente circunstancial al extremo de que la Academia Florentina de la Crusca, fundada para mantener la pureza del lenguaje, le dio cabida en su diccionario del año 1600 definiendo sus características. Sin embargo, los partidos llegaban a excesos y en Bolonia se dispuso prohibirlo en 1650 puesto que "proveía a la pelea, el escándalo y la enemistad". Los infractores eran castigados con multas y tres latigazos.
El pasatiempo era rudo y perduran testimonios que nos hablan de la brusquedad de estos choques. Un autor anónimo describió espantado algunos partidos que presenció en Gran Bretaña, lo que además prueba que por lo menos desde principios del siglo IX también se practicaba este juego en las islas británicas, quizás introducido por las tropas de Julio César. Afirma el cronista: "se rompían a veces el cuello, el espinazo, las piernas o los brazos, la sangre brotaba de las narices y de la boca". Una verdadera batalla campal que reemplazaba a la guerra real sólo a medias y hasta tal vez le sirviese como entrenamiento. Se jugaba a campo abierto, por las calles o carreteras, situándose las metas a distancias que podían alcanzar varios kilómetros entre sí. El número de participantes, pertenecientes por lo general a dos pueblos o parroquias, era ilimitado y estaba formado indistintamente por hombres y mujeres. Esta modalidad, que con el tiempo se denominó "hurling over country", fue prohibida en 1314 por el rey Eduardo II, sin conseguir que el vulgo respetara la veda. En 1349, Eduardo III debió aplicar nuevas disposiciones prohibitivas -en las que empleó anticipadamente la palabra football-, tuvo que repetirlas en 1365 y Ricardo II necesitó recalcar las medidas en 1388.
Hacia finales del siglo XVI, como resultado de las continuas sanciones y prohibiciones, decayó la práctica del juego con los métodos bárbaros empleados hasta entonces y empezó a imponerse otra manera más civilizada de jugar: el "hurling at goal". Se disputaba entre dos equipos de quince, veinte o treinta participantes cada uno, en un campo de unos cien metros de largo con metas en sus extremos. Es evidente que el interés que despertó esta nueva modalidad del juego fue grande ya que, hasta al mismísimo Shakespeare le llamó la atención. En “La comedia de las equivocaciones” uno de sus personajes dice: "ruedo para vos de tal forma que me habéis tomado por fútbol, pasándome así de uno a otro. Vos me lanzáis de aquí y él me lanza para acá. Si he de durar en este servicio, deberéis forrarme de cuero". En 1617, un año después de la muerte del celebre dramaturgo, el rey Jacobo I derogó todas las prohibiciones en vigencia. Un escritor francés que visitaba Londres para esa época comentó acerca del juego: “es útil y divertido. Una pelota del tamaño de una cabeza es golpeada con los pies por aquellos que son capaces de alcanzarla. No se necesita de otra ciencia para jugarlo", resultándole más delicado que el que se practicaba en su país.
En Francia la evolución de este deporte también había tenido sus peripecias. Llamado inicialmente "choule" o "cholle", se había más o menos
reglamentado en el siglo XI para ser un entretenimiento hasta para la
aristocracia y el clero. Sin embargo, Felipe V en 1319 y Carlos V en 1369 se disgustaron por esta práctica y la desautorizaron. No obstante sobrevivió en la clandestinidad, especialmente en los monasterios, adonde los ojos del rey no llegaban. Por fin, en 1397, el alcalde de París dispuso que se jugara sólo los domingos, aunque no pudo impedir que se continuara disputando con una brutalidad descomunal. Los
participantes empleaban los pies para impulsar el balón si bien podían recibirlo también con las manos.
La meta por lo general era una pared y de este modo siguió jugándose hasta el siglo XIX.
Mientras tanto, el "hurling at goal" se difundió por toda Gran Bretaña en los siglos XVII y XVIII ingresando en los colegios y universidades. Con nuevas reglas que pretendían suavizarlo, en un terreno de sesenta a setenta metros de largo cubierto de césped, los estudiantes procuraban pasar la pelota a través de dos postes que no estaban unidos por un travesaño como en la actualidad. La cantidad de jugadores que intervenían en un partido dependía de cada universidad. En la de Radley, por ejemplo, competían doce integrantes por bando, mientras que en la de Malborough, eran veinte. Para mediados del siglo XIX, el juego se encontraba profundamente instalado en todos los establecimientos educativos, los que lo habían adecuado de forma tal que resultase menos violento y más apropiado para ser practicado en sus jardines.
Sin embargo, subsistía el dilema esencial de si debía jugarse con los pies y las manos o solamente con los pies. En 1842, profesores y alumnos de la universidad de la ciudad de Rugby, reglamentaron el juego decidiéndose por la autorización de utilizar tanto pies como manos, acaso porque disponían de amplios campos con tupidas hierbas que inducían al juego de alto ante la dificultad de hacer rodar la pelota. Fue así como nació el rugby, al menos en su expresión más rudimentaria. No obstante, la resolución no fue admitida por todos los jugadores, y así, en 1846, se redactó un código en el Trinity College de Cambridge que establecía el uso exclusivo de los pies, el tiro libre y la penalización de los golpes de un jugador sobre el contrario. Cuando al poco tiempo, estas normas fueron aceptadas por la mayoría de los centros universitarios de Gran Bretaña, se concretó en forma definitiva la diferenciación entre los deportes reglamentados en Rugby y en Cambridge. Se estaba así, en la antesala del fútbol moderno.
En 1857 se fundó el Sheffield Club, el cual, sin provenir del ámbito universitario, adoptó las normativas de Cambridge para practicar el juego, convirtiéndose de ese modo en el primer club de fútbol del mundo. Enseguida proliferaron muchos más, por lo que se planteó la conveniencia de crear un organismo que contuviera a los incipientes clubes y regulara su actividad competitiva. Fue así que, el 26 de octubre de 1863 en la Freemason's Tavern de Londres, nació la Football Asociation, que regiría los destinos del fútbol basándose en la reglamentación de Cambridge. La flamante asociación introdujo además un conjunto de disposiciones referidas al balón, la dimensión del campo de juego, los arcos y la sanción de las faltas, sin que existiera un acuerdo generalizado sobre el número de jugadores que integrarían cada equipo. Desde alrededor de 1850 se venían realizando una serie de estudios en torno de cuál era la cantidad ideal que garantizara el óptimo juego y, a medida que se fueron fijando las medidas definitivas del terreno, la cantidad de once jugadores fue considerada la cifra correcta. Sin embargo hubo que esperar a que la International Board (entidad formada en 1882 para encarrilar las discrepancias en la aplicación del reglamento), definiera concluyentemente el número máximo de jugadores por equipo en 1891. EI límite inferior, de siete jugadores, no sería establecido hasta 1956.
Mientras los partidarios del rugby sellaban la definitiva separación creando la Rugby Football Union el 26 de enero de 1871, el fútbol floreciente en Inglaterra también empezaba a tener exponentes organizados en el resto de Gran Bretaña. En 1867 se fundó el primer club escocés, el Queen's Park Club, con lo que se preparaban las condiciones para que se jugaran los primeros partidos entre equipos de los dos países. Así, en 1871 se disputó la primera competencia oficial de la historia: la Copa de la Football Association, torneo que tomaría el nombre de Copa de Inglaterra en versiones posteriores y que se realiza hasta el presente. De todas maneras, Escocia formalizó su propia federación en 1873 y por su parte, Gales lo hizo en 1876. Irlanda alumbró su primer club, el Cliftonville, en 1879 y al año siguiente fundó su asociación matriz.
En 1888 se celebró en Inglaterra el primer campeonato de liga (es decir, un torneo de todos contra todos, por puntos y a dos rondas). Participaron doce clubes y el certamen terminó en 1889. El ganador fue el Preston North End, que se constituiría en el primer campeón de liga que alguna vez hubo en alguna parte.
Pero el fútbol ya se había propagado a Europa y Sudamérica. Poco a poco se fueron instituyendo nuevas federaciones, por lo que se hizo preciso fundar un organismo internacional que las nucleara. Así nació la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado) el 23 de mayo de 1904 en París, con el concurso de Alemania, Bélgica, Dinamarca, Francia, Holanda, Italia, Suecia y Suiza. Curiosamente, los británicos quedaron afuera del acto fundacional: permanecieron durante varios años afiliados exclusivamente a la Football Association de Londres, entidad a la que también se agregaron Australia y la Argentina, quien permaneció en esta asociación hasta 1912.