Los principios ideológicos que, en la década de los treinta, generarían fenómenos de carácter fascista en Europa no tuvieron en España suficiente fuerza para posibilitar su implantación y posterior arraigo. Era éste un país desintegrado a muchos niveles -invertebrado, como lo llamaba Ortega y Gasset- que se presentaba a la escena mundial mostrando evidentes carencias. Como elemento adicional, la crisis económica de 1929, con sus perniciosos efectos sobre países de economía saludable, hallaría a España colocada en situación especialmente delicada en todos los órdenes.
Tras siete años de dictadura del general Miguel Primo de Rivera -de 1923 a 1930-, apoyada por extensos sectores sociales (la Iglesia, el ejército, los industriales, las fuerzas conservadoras y el visto bueno del rey Alfonso XIII), España mostraba la necesi
dad de una transformación válida de la mano de nuevas clases dirigentes. La derecha, permanente sostén de toda solución de fuerza, se retiraba entonces prudentemente a la espera de una nueva oportunidad de recuperación del protagonismo en la vida política. En el aspecto económico, en ningún momento este sector conservador había dejado de mantener el control absoluto. Meses después de la caída del dictador, que ya no interesaba a sus originales respaldos, le seguiría la misma Monarquía en abril de 1931. De hecho, la desaparición de la institución monárquica -tal como había llegado a ser entendida y practicada entonces- no correspondería más que a un lógico proceso de dinámica histórica que alcanzó en aquel momento su punto culminante.
En octubre de 1933, en un mitin celebrado en el Teatro de la Comedia en Madrid, nac
e la Falange Española (FE), fundada por José Antonio Primo de Rivera (hijo del ex dictador), Julio Ruiz de Alda y Alfonso García Valdecasas. Posteriormente, se fusiona con las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), fundadas por Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos, entre otros, quienes clamaban por la eliminación económica de la burguesía, por un lado, y criticaban las leyes anticlericales republicanas, por otro. Con esta fusión, pasa a denominarse Falange Española de las JONS (FE de las JONS).
José Antonio, directo heredero de tradiciones familiares conservadoras procedentes de mentalidades latifundistas y militares, aparece como un original espécimen político en el interior de una sociedad en ebullición. Contando con un bagaje cultural y una visión hacia el exterior mucho más amplios que los habituales en la mayor parte de las figuras públicas del momento, fue capaz de ordenar en un tiempo relativamente breve toda una particular doctrina política. Siempre tuvo, por otra parte, la pretensión de situarse más allá de las divisiones ideológicas tradicionales, actitud que le aproximaba a las formaciones de carácter fascistizante surgidas en la Europa de entonces. Dotada de grandes dosis de idealismo, y aun de utopismo, la Falange iría siempre en busca de la referencia intelectual. Oswald Spengler (1880-1936) y Hermann Keyserling (1880-1946), pero también José Ortega y Gasset (1883-1955), Miguel de Unamuno (1864-1936) y Eugeni D'Ors (1881-1954), serían las figuras anunciadas como directas inspiradoras de las doctrinas elaboradas por su creador y adláteres literarios.
En 1931/32 la izquierda española, tanto la moderada como la radical, aparecía fortalecida
junto al liberalismo y frente a una derecha agazapada a la espera de su oportunidad. Un posible fascismo radical, como el adoptado más tarde por la Falange y, en otro orden de valores, por las JONS, no parecía tener lugar alguno en la escena política. La izquierda ignoraba al nuevo partido; la derecha, más apegada a la utilización de medios dotados de eficacia comprobada, preferiría por el momento seguir prestando su apoyo electoral y económico a opciones que, como la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), sabían representar con absoluta fidelidad la defensa de sus intereses propios. El idealismo se manifestó entonces como un elemento en contra de la imagen del partido, al igual que la preconización de móviles revolucionarios por personas en su mayor parte procedentes de niveles acomodados. Junto a esto, su peculiar combinación de principios, unida a una "estética de los puños y las pistolas", tampoco contribuía en absoluto a su consideración entre la población a quien pretendía dirigirse. Ni el gran conservadurismo ni la pequeña burguesía ni las masas obreras salvadas del izquierdismo radicalizado responderían al llamamiento de la Falange ni siquiera en una medida mínima
mente significativa.
José Antonio y la Falange, a lo largo de la génesis y desarrollo del movimiento, reafirmarían en todo momento su firme creencia en la necesidad de instrumentación de unos métodos autoritarios de reforma, a partir de la dirección de una reducida minoría, la élite directamente extraída de la obra de Ortega, siempre reticente a la referencia que a él hacían los jóvenes ilustrados del falangismo. El partido, a pesar de su rechazo inicial a la derecha tradicional, habría de experimentar un progresivo acercamiento a la misma. Lo haría al ritmo de los convulsos acontecimientos que jalonaron la breve y trágica historia de la Segunda República Española y ante las actuaciones de la izquierda lanzada a la consecución de rápidas transformaciones estructurales. Por ejemplo, no tuvo inconveniente en aportar sus efectivos de choque contra la revolución de octubre de 1934, una insurrección coordinada entre las diferentes fuerzas de la izquierda asturiana, entre cuyos objetivos principales se cifraban la abolición del sistema republicano establecido por la Constitución de 1931 y su sustitución por un régimen socialista. Así, a la larga José Antonio Primo de Rivera acabó siendo un ideólogo de la derecha.
Esta decisión fundamental, aliaría a la teóricamente revolucionaria Falange con las posiciones más proclives a una nueva recurrencia al Ejército como salida de una situación nunca aceptada. A partir de entonces, el partido pasó a protagonizar gran número de acciones violentas que contribuían directamente a la destrucción final del sistema republicano. El pistolerismo sería instrumentado con profusión por aquellos idealistas que, a partir del triunfo electoral del Frente Popular, verían incrementado el número de sus partidarios.
En el momento de máxima crispación, la derecha tradicional recurrió directamente a la Falange como fuerza de choque.
La situación de agitación en Madrid y en las principales ciudades aumentó y los enfrentamientos armados entre militantes de los los partidos de la izquierda y los falangistas alcanzaron extrema gravedad. Tras un intento de atentado, el 11 de marzo de 1936, contra un catedrático de Derecho y militante socialista llevado a cabo por un militante falangista, el juez municipal que le condenó fue muerto a las 48 horas por pistoleros falangistas. El 14 de marzo, el Director General de Seguridad ordenó la detención de la Junta Política y la clausura de todos los locales de la Falange. Hasta el día 15 permanecen detenidos en los calabozos de la Dirección General de Seguridad y por la noche de ese mismo día, por orden del Juez son enviados a la Carcel Modelo.
José Antonio permaneció en la Modelo hasta el 6 de junio, en que se le traslada a la Prisión de Alicante.
Tras la clausura de los locales de Falange, la detención de todas las jerarquías, tanto nacionales como provinciales y locales y la ilegalización del Movimiento, José Antonio ordena la creación de una Junta, compuesta por los jefes todavía en libertad y que posteriormente sería en la que miraran para crear la Junta de Mando Provisional.
En el mes de julio de 1936, Primo de Rivera, seguía encarcelado en Alicante, después de dos juicios por distintas causas. Mientras, la Falange miraba con recelo y desconfianza la conspiración que se estaba gestando para derribar la República y que culminaría con la rebelión -el 17 de julio- del Ejército
de África, liderado por el general Francisco Franco, seguida al día siguiente de muchas guarniciones peninsulares. Con el Alzamiento, al que los falangistas acudieron generosos pensando en la próxima revolución nacionalsindicalista, aún a pesar de los avisos de José Antonio, las cosas fueron un poco mejor, pero sólo fue un mero espejismo.
El 2 de septiembre de 1936, se celebró en el Salón de Claustros de la Universidad Literaria de Valladolid, una reunión de mandos y consejeros, a la que se denominó Congreso, para determinar la forma de mando provisional. En esta reunión se aprueba la creación de la Junta Provisional de Mando presidida por Manuel Hedilla.
Aunque la Falange Española nunca apoyó explícitamente desde su Jefatura Nacional el levantamiento militar, es más, el propio José Antonio, desde la prisión, escribió un comunicado donde se decía: "Falange Española de las JONS no apoyará ningún alzamiento desde ninguna de sus jefaturas y cualquier Jefe Territorial, Provincial o Local que apoye este levantamiento armado será expulsado de Falange, siendo divulgada esta expulsión por todos los medios que estén a nuestro alcance".
Tras el inminente peligro de una dictadura marxista al que, a su juicio, estaba expuesta la Segunda República (desde algunos medios socialistas y comunistas se proclamaban lemas como "Viva la URSS" y determinados dirigentes comunicaban abiertamente su deseo de que España fuera una Dictadura del Proletariado), en la Guerra Civil, los falangistas lucharon decididamente en el bando nacionalista, autodenominado Nacional por los rebeldes, como una estructura paramilitar voluntaria, contra la parte del ejército y demás fuerzas fieles al gobierno de la República. Primo de Rivera es brevemente juzgado bajo la acusación de inductor a la rebelión militar y condenado a muerte; fue fusilado, sin esperar el enterado del Gobierno, en
la prisión de Alicante el día 20 de noviembre de 1936.
En un ambiente de progresiva pérdida de identidad, se celebra el 21 de noviembre de 1936 el III Consejo Nacional en Salamanca, sin que se llegue a acuerdos importantes para la pervivencia de la Falange una vez asesinado el Jefe Nacional.
El IV Consejo Nacional, celebrado el 17 y 18 de abril de 1937 en Salamanca será conocido como el de los Sucesos de Salamanca. En este Consejo se designa II Jefe Nacional a Manuel Hedilla y pocas horas después se finiquitará, por parte del Dictador, la historia de Falange.
Después de la toma del poder, Franco procedió -el 19 de abril de 1937- a la unificación por decreto de la Falange con el Carlismo, agrupado en aquellos días bajo la denominación de Comunión Tradicionalista, la CEDA, monárquicos alfonsinos y otros partidos de significación derechista, como el Partido Nacionalista Español, agrarios, etc., dando lugar a lo que sería Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS). Aquellos dirigentes falangistas o carlistas que se opusieron al Decreto de Unificación fueron destituidos de sus cargos y en bastantes casos encarcelados, y hasta condenados a muerte, tal como ocurrió con el falangista Manuel Hedilla, finalmente desterrado a Baleares previo paso varios años por la cárcel de Las Palmas de Gran Canaria, o el carlista Manuel
Fal Conde que hubo de exiliarse en Portugal.
A partir del Decreto de Unificación muchos consideran que Falange Española de las JONS ha desaparecido y se ge
starán desde la clandestinidad pequeños movimientos que afirmarán ser los auténticos poseedores de la ideología falangista, como FE-JONS Auténtica y Falange Española Independiente.
El nuevo régimen, al tiempo que se autoproporcionaba una base ideológica híbrida pero válida mediante el Decreto de Unificación, conseguía desarmar doctrinalmente a las formaciones de las que había hecho uso para realizar tal operación. Falange y carlismo, profundamente desnaturalizados, servirían eficazmente para basar los postulados nacionalcatólicos del régimen, recuperadores y sustentadores de los más rígidos principios conservadores a todos los niveles. La Falange, controlada ahora por elementos especialmente afectos al sistema, viviría largos años de aparente preeminencia. De hecho, aquella especial forma de fascismo español habría de disponer en calidad de un grado de poder e influencia infinitamente menor que el que parecía poseer.
Instrumento útil en manos del régimen, del que no podía ni quería separarse, el pretendido revolucionarismo falangista se vio sofocado por la preponderancia de unas clases que incluso a niveles muy moderados admitían aquella obligada pero inofensiva compañía. La Falange, suministradora de los iniciales símbolos externos del Movimiento Nacional, se vería mediatizada por todas las características propias del régimen: burocratización, improvisación y general corrupción.
El enorme incremento numérico experimentado por el partido durante la guerra civil y la inmediata posguerra le sustraería asimismo gran parte de su credibilidad. El partido, alzado hasta el nivel de partido único, representaría durante decenios de la manera más manifiesta posible el papel de centro de oportunismo coyunturales. Su radicalismo totalitario original ya no era útil, e incluso iría convirtiéndose en un lastre molesto con el paso de los años.
Ejército e Iglesia, idóneos cómplices e instrumentos de una derecha envalentonada por el triunfo bélico en cuya financiación había intervenido, seguirían constituyéndose en pilares fundamentales del Estado.
El régimen iría moviéndose progresivamente hacia posiciones más acordes con los postulados de los verdaderos sectores dominantes, y a la vez despojándose de todo atributo radical falangista. Siempre a la búsqueda de su propia supervivencia dentro de un mundo generalmente hostil. Al final de la década de los cincuenta, cuando empezó a vislumbrarse tímidamente el desarrollismo, los sectores específicamente tecnocráticos acabaron por limpiar de todo rasgo falangista el rostro que el régimen prefería mostrar. Los poderes de hecho traspasaron la actuación a estos nuevos elementos, que parecían capaces de situar al país a niveles económicos interesantes, mejorando la imagen del entramado político que pretendían retocar, pero no cambiar. Hasta hoy mismo, quienes se consideran auténticos falangistas seguirán reclamándose partidarios de una diferente evolución de la historia española. Y junto a esto, actuarán de forma especialmente critica con respecto al régimen que consiguió extraer de su ideología propia una mayor cantidad de beneficios que la que les otorgó una vez uncidos como instrumentos de control social.